Ocurrió después de una noche agitada, en un hotel de Mendoza, y salió ileso. "Me di cuenta de lo que hice cuando estaba en el aire", recordó después.
Sus piernas desgarbadas en el aire, la leve inclinación en la caída, toda la locura que se desató luego, con un revuelo mediático imparable y la buena dosis de adrenalina que toda estrella de rock que descontrola debe tener para hacer cosas a las que cualquier otro mortal no se anima, porque no debe. Todo eso estuvo allí cuando un camarógrafo captó la escena, un 3 de marzo, en las postrimerías del verano del 2000, que quedó para el recuerdo.
El famoso episodio sucedió en el Hotel Aconcagua de Mendoza. El cantante había tenido una noche furiosa y, según sus múltiples explicaciones, la razón del salto se hallaba en un altercado judicial que había tenido entre la noche anterior y la mañana de ese día. Y la suerte, o la maestría para el cálculo, demostraron su fortuna.
Charly calculó la parábola desde la ventana de su habitación del noveno piso hasta la pileta del hotel tirando un equipo de música y una estatua de adorno. Quizás para medir el viento o la fuerza con la que debía impulsarse para llegar al agua y no terminar reventando contra el borde.
«Es la primera cosa deportiva que realmente estoy disfrutando», afirmaba en el video en el que se lo ve nadando, charlando con los periodistas que habían corrido hasta el borde de la pileta, segundos después de su zambullida. Estaba parado en la parte menos profunda pero seguramente cayó en la más honda, de 2,40 metros, aunque la pileta estaba desierta, por lo que no hubo testigos desde abajo. Sólo esa breve filmación de la caída, donde no se ve su llegada al agua ni cuánto salpicó, apenas su vuelo eterno.
El día anterior, Charly andaba con parte de su séquito recorriendo bares mendocinos. Había llegado para tocar la noche del miércoles 1 de marzo en el estadio Malvinas Argentinas junto a Mercedes Sosa y Nito Mestre, en el ciclo federal «Argentina en Vivo».
Ya liberado de sus obligaciones artísticas, se divertía con amigos. Tocaba algo en un pub y seguía rumbo a otro y así. Pero los problemas comenzaron cuando una mujer lo agredió tirándole un vaso de whisky en la cara luego de reclamarle no haberla complacido con un pedido. Con sillazos de por medio y el ineludible escándalo, el ex Serú Girán volvió al hotel con la cara manchada de sangre y en un estado de ajetreo digno de su estatus. A las ocho de la mañana del día siguiente, sin haber dormido, fue llevado por la fuerza a un juzgado y de ahí a la Penitenciaría Provincial. Un comisario le dijo: “Para mí, usted es un ciudadano más, una persona común y corriente”, según relata el periodista Carlos Polimeni en su libro El día que Charly saltó (y otras crónicas salvajes del rock). Charly se puso muy nervioso. Le respondió: “Yo no soy igual al resto, yo soy un genio”. Pudo regresar al hotel varias horas después, en medio de un fuerte operativo policial. Además de un desplante de su novia del momento, García seguía enojado con el oficial y, para demostrar que no era una persona más, decidió tirarse desde su habitación.
Charly dio diversas razones para aquel salto. En un programa especial de National Geographic que repasó su vida, le dio a la cantante Julieta Venegas, conductora del ciclo, algo así como una explicación alegórica: “Me tiraba de los molinos de viento a la pileta. Dudé. Me dije: ‘¿La embocaré?’ Yo practicaba… ¿Vos te creés que estoy loco? No, no estoy loco. Tenía un solo salto para hacer”, dijo y agregó: “¿Sabés por qué me tiré? Porque me perseguía la policía. Había un policía abajo y no venía a decirme ‘no te tires’. Cuando al final subió, me dice: ‘Yo soy la policía’. Y le digo: ‘¿Y quién te manda a no estudiar’. Me reí mucho”.
En una entrevista de 2013 con el diario Los Andes, García volvió sobre el episodio. «Me di cuenta de lo que hice cuando estaba en el aire. La primera parte del salto, que es cuando todavía estás bajo la influencia de tus músculos, es una cosa. Y después te chupa la gravedad y bajás como un meteorito», relató remarcando que lo que más lo impulso era esa bronca contra una injusticia y esa sensación de persecusión que sintió en la tierra del sol y el buen vino.
Podría haber sido el suicidio de Charly, pero después del piletazo se fue al aeropuerto a pasear por el Free Shop, como si nada. Lo único que tenía era un pañuelo en la mano, que se había lastimado. Una mancha pequeña, de un tigre de mil batallas.
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