El formato lleva dos décadas y media a pura reiteración y colando la ilusión del ascenso social rápido y vertiginoso.
¿Renovación? Observemos estas situaciones: hermanitxs de pie y tocando un auto durante 12 horas para ganar una prueba, players que discuten si el queso rallado se usa para la pasta o el chipá, un participante que limpia compulsivamente, otrxs toman sol y levantan pesas, dos discuten acaloradamente, otro amenaza con irse, varixs se enojan por la compra semanal, otro habla solo a cámara. Así en un loop eterno transcurrirán las horas, los días y los meses en “la casa más famosa del país” desde que este lunes 2 de diciembre comience una nueva temporada de Gran Hermano.
¿Repetición solapada? Gran Hermano es un producto globalmente testeado -se emitió en más de 70 países- y aunque cada temporada se lo presente a partir de sus supuestas novedades lleva dos décadas y media de pura reiteración. Allí en Holanda, en 1999, se emitió el primer Big Brother y desde ese entonces el reality supo encastrar en la televisión y, en la era actual, en el sistema multiplataformas que emiten 24/7. Así, Gran Hermano se repite a sí mismo pero renovado: reitera su contenido y modifica superficialmente las formas. En otras palabras, el esquema ideológico que transmiten es el mismo desde hace 25 años, pero se presenta como novedad en este 2024/2025 con el jacuzzi y la sala de streaming para les hermanites.
El reality se instala y promociona a partir de ciertas frases que funcionan como verdades de hecho. Los analistas/panelistas del programa repiten hasta el cansancio tres muletillas a modo de argumento: “el público elige”, “está representada la sociedad”, “todo se ve”. Estas tres frases aisladas o en su conjunto producen el sintagma fundacional del programa, aquello que le otorga una supuesta legitimidad, transparencia y heterogeneidad. Estas tres frases son la operación mítica que se reitera temporada tras temporada. Así se invierte el sentido, se instalan un sistema de creencias y representaciones colectivas que de tanto repetirlas hasta el cansancio invisibilizan el detrás de escena.
¿Repetición solapada de renovación? Desde la primera emisión a la última, todos los días se reitera de todas las maneras posibles que “el público elige”. Qué más queremos lxs ciudadanxs que sentir esa sensación de elección, que a solo un click estamos de poder decidir. Ese supuesto “elegir” como sinónimo de autonomía se ve reforzado por la segunda frase fundante del reality, “todo se ve”. Este slogan otorga un aura de supuesta transparencia entre lo que se muestra y lo que la gente vota. Así quedan solapadas las múltiples decisiones: qué y cómo mostrar y, por ende, su contracara, qué invisibilizar.
La gran cantidad de horas de pantallas de este y otros realities y sus programas satélite fueron formando no sólo un tipo de espectador sino colando una ilusión de ascenso rápido y vertiginoso a una fama estridente. “La presencia del hombre sin atributos en la pantalla tranquiliza al espectador al mostrarle la transformación repentina que podría ocurrir en su vida gracias a un golpe de la varita mágica televisiva”, declara François Jost en El culto de lo banal. La ilusión de estos anónimos son la prueba fáctica de que, si ellxs han podido llegar, “cualquiera puede”. Así también el programa refuerza hasta el cansancio su mantra predilecto: “está representada la sociedad”. Basta mirar un poquito alrededor tangible (no virtual) para reconocer que esta supuesta representación solo visibiliza una parte hegemónica de la sociedad.
Al igual que en la construcción dramática de cualquier melodrama hay ciertos estereotipos que se reiteran en GH: por un lado, la persona de bajo recursos y, por el otro, su contracara, la que tiene un buen pasar económico, el jugador/estratega de la casa, el chico bueno y por sobre todo callado; la que va al frente y confronta casi sin filtro, una o dos personas hegemónicas en su estética que vendrían a representar alguna diversidad, otra persona con un cuerpo más cercano a lo real y una madre de familia. Gran Hermano, casi en sintonía con la política actual, es el gran exponente del melodrama de las grandes pasiones: el amor, el odio, la traición y la venganza, están allí moldeando las emociones. En un momento en la que televisión de aire ya no produce ficción, llega nuevamente Gran Hermano para mostrar puro melodrama y pasión. Les hermanites tienen prohibido hablar de política y religión, así la repetición del escándalo de lo banal se refuerza más y más.
*Yamila Heram es Investigadora del CONICET y profesora en la UBA
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