Una adolescente alquila a otros un departamento por horas para que puedan tener relaciones sexuales. Llega a los cine el film que contrapone carnalidad y virtualidad.
“Con la escritura a cuatro manos empezó a pasar que el personaje pedía más. Y Vera empezó a pedir más. En principio, hace lo hace por la plata, después se da cuenta de que le gusta escuchar detrás de las puertas, y, después, qué significa escuchar, qué significa la búsqueda de su placer. La trama apareció desde el personaje, y el personaje apareció desde el deseo”.
Vera (Luciana Grasso) es una chica que vive en Rosario y que reparte sus días entre el vóley, la escuela y un pasatiempo secreto: subalquilar por un par de horas un departamento vacío para que otros adolescentes tengan sexo. Para esto le roba las llaves del 3ºB a su madre (Inés Estévez), que administra esa propiedad, entre otras. A poco de la aventura comienza a escuchar detrás de las puertas, descubriendo un nuevo goce. “Nos interesa que esa búsqueda de su sexualidad que es ese voyeurismo no se cuente desde un lugar sórdido, sino desde un lugar luminoso y con tintes de thriller porque es una adolescente que por una travesura puede meterse en algo más complicado”.
“Nos cambió la manera de pensar el cine -asegura sobre un recorrido que tomó siete años-. Fue un trabajo colaborativo entre amigos, un proceso muy horizontal, donde se puso siempre sobre la mesa el deseo de contar esa historia y que todos los involucrados tengan el mismo deseo. No pasa eso con todas las pelis. Nos importaba mucho lo que estábamos diciendo y la forma en la que lo estábamos diciendo. Creíamos que había un abordaje y la mirada que teníamos que era importante sostenerla. Y durante el proceso nos dimos cuenta de que había un montón de gente que pensaba como nosotros la manera de hacer cine: que no fuera tan vertical, que sea un cine de la colaboración y también de la opinión. Desde el arte, vestuario, luces, sonido, hay una opinión de cada uno de los que trabajan”.
“Hoy estamos ante un fuerte embate contra los feminismos, y también contra las personas deseantes y un repliegue a través de la tecnología y las redes sociales -no porque diga que están mal- del contacto físico”, reflexiona sobre un film que va contracorriente. “Se hace política por redes, hay aplicaciones de citas, y hay algo de poner el cuerpo que tiene la película y del proceso de hacer la película, cómo abordamos este proceso, que siento que hoy estaba en franca retirada. Siento que hay muchas cosas que se están perdiendo y una de esas es ponerle el cuerpo al deseo”.
Algo que Vera -y también su madre- deja bien en claro que trae sus riesgos pero beneficios mayores, incluso descubrimientos imposibles de lograr de otra forma. Y con sus formas -que incluyen un determinado modo de producción- la película hace lo propio con quienes la hicieron y con el público. “Los feminismos al igual que el cine y la cultura están siendo muy atacados. Y esta batalla cultural que se está dando, en la que parece que querer hacer cine, querer contar historias es sacarle plata al contribuyente, además de ser una mentira, creo que es una batalla perdida que tienen: hacer cine es mucho más qué hacer una película, es juntarse, compartir miradas. Así que si bien la vamos a tener difícil, al igual que con los derechos de las mujeres que están siendo atacados, vamos a dar esa lucha. Y lo vamos a hacer desde el amor y desde bases ideológicas muy concretas: los feminismos vienen a buscar igualdad, a intentar terminar con la violencia”.
Vera y el placer de los otros trata del placer femenino, pero también de la relación madre-hija, del vínculo entre adolescentes y, a partir de una no mención que no es omisión, también de otras masculinidades. “Siempre se necesitan otros para realizar el placer. Hasta en una sesión de masturbación solitaria hay algo que activa la imaginación que siempre involucra a otros”. Decirlo suele ser más fácil que convertirlo en película, y es aquí donde toma otra relevancia eso de “que todos los involucrados tengan el mismo deseo”.
“Todo lo que tuvo que ver con los consorcios fue un lío -recuerda-. También queríamos mostrar una ciudad no vacía, que fuera lo suficientemente grande como para que Vera pueda esconderse y lo suficientemente chica como para que su sistema funcione. Y después, como actriz, sabía que las escenas de sexo son escenas de las que las actrices nos queremos ir: son complicadas, no son placenteras, probablemente estás exponiendo tu cuerpo, tu sensualidad, tu intimidad con un equipo gigante. Lo resolvimos con un equipo reducido en el set, todo femenino: sonidista, camarógrafa, asistenta de dirección y yo. También se hizo mucho hincapié en que los actores y las actrices pudieran opinar sobre la escena, y se charló mucho sobre los límites porque son escenas largas. Y lo terminamos sosteniendo por la amistad que nos une, que incluye a Santiago King: un productor también tiene que bancarse esos tiempos que nos tomábamos. Y lo entendió perfectamente. King dirigió, es amigo y entiende la historia que queremos contar, para nosotros fue uno de los grandes hallazgos de la película”.
La novedosa calidad de Vera y sus placeres tuvo su cuota universal, que no es réplica a nadie, pero sí pergamino ante cualquiera. “Cuando estrenamos en Estonia se nos acercaron mujeres llorando, contando que se habían empezado a masturbar a los 30 años y agradecían que se acompañe el deseo femenino de esta manera. En el Festival de Mar del Plata, una chica vino a abrazarnos llorando diciendo que agradecía el vínculo de la madre con la hija. En el Primer Festival LGTBQ+ de Tailandia, la gente se nos acercaba diciendo: yo soy Vera, yo soy Vera. Todas esas devoluciones fueron muy hermosas. Fue un placer hacer esta película, y confiamos en que vayan muchos al cine en la primera semana porque habla de temas que no se están hablando”.
Dirección y guion: Romina Tamburello y Federico Actis. Con Luciana Grasso, Inés Estévez, Estefanía Nicoló, David Zoela, Mariano Raimondi, Carlos Resta. En cines, desde el jueves 21 de noviembre.
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