«En tanto y en cuanto somos un número en la balanza comercial de un empresario entongado con el Estado, cualquier lugar puede ser Cromañón.» Así define, de alguna manera, Victoria Lombardero a Esta es mi sombra, la creación del colectivo teatral Nos|otres que aborda la tragedia de Cromañón. La obra se presenta los viernes de septiembre a las 22:30 en el Centro Cultural IMPA La Fábrica.
Lombardero es una de las intérpretes, como también una de las autoras del texto. En realidad, todo el colectivo participa de todas las áreas y pasos que implica llegar a la puesta, pero cada uno se pone a cargo «de las tareas por afinidad y habilidad, digamos: algunos se ocupan de la parte técnica, otros de la comunicación». Y entre todos toman las decisiones fundamentales, como no poner ni la música ni ninguna simbología que remita a Callejeros. «Por un lado nos parecía muy literal, y por otro sabemos que es como un golpe muy duro, una referencia sensorial directa a esa noche. Sabemos que muchos no pudieron escuchar nunca más a Callejeros. La obra trata de correrse del realismo y de lo anecdótico con diversos recursos, entonces todo el tiempo estamos evitando ese campo», destaca Lombardero.
Tarea poco sencilla, por supuesto. «En la obra hay algo del hacinamiento que es un asunto muy urbano y también de esa necesidad que expresa el rock de liberación y explosión cultural –cuenta Lombardero–. Eso de estar hacinados y hacer un pogo necesario para la liberación de un estado súper limitante y represivo: las reglas de juego están súper delimitadas a nivel económico y cultural y hay expresiones como el rock que vienen un poco como a descontracturar eso. En esos ámbitos también se ven los niveles de marginación.”
Este intento de transmitir sentido desde sensaciones y sentires a partir de la exploración del lenguaje teatral y corporal, cuenta con música original en vivo a cargo de Víctor Lizárraga. «Como no estuvimos en Cromañón y nuestro trabajo es muy sensorial, por todo el trabajo de investigación que hicimos vimos que el hacinamiento transmite a muchos niveles de nuestra sociedad y nuestra ciudad –dice Lombardero–. Ser un número apretado para que otro tenga rédito económico, vale para el ámbito de la cultura como a otros espacios; hermana con la tragedia de Once.” Por eso no duda en sostener que “en cualquier lugar es posible un Cromañón.»
Aquí es donde la singularidad de una edad –la juventud– determina también la singularidad de los espacios por los que se los quiere hacer circular. Son ellos los menos inclinados a acatar la disciplina que se les quiere imponer a los cuerpos. «Es cierto que hubo un mundo que terminó con Cromañón, pero la adolescencia post Cromañón tuvo que recorrer un montón de lugares aún más clandestinos, que duraban semanas, hasta que los clausuraban. Era como vivir hasta la próxima clausura», señala. Algo que, antes de velar por la seguridad de los jóvenes, intentaba cercenar su libertad. «Había y hay una política cultural –advierte–. Un Estado que empieza a intervenir por ‘más seguridad’, pero que en verdad toma decisiones sobre quién está adentro y quién afuera de ese mundo, quiénes pueden sólo existir en la clandestinidad y quiénes no. Son decisiones políticas, económicas las que dicen quién circula por dónde.»
«Son más quisquillosos con los más independientes», asegura Lombardero y pone blanco sobre negro cómo las decisiones políticas condicionan los espacios de circulación cultural de los jóvenes. Por eso advierte que «un Estado más presente de todas maneras también puede ratificar la misma lógica mercantil». La obra, así, produce esa misteriosa conmoción corporal que abre a reflexionar sobre «la cuestión de aprender a mirar los eventos como un sistema –que termina culpabilizando a la víctima– y no como una anécdota. Porque Cromañón se puede trasladar a todos los ámbitos. Cromañón no es un hecho aislado, no es la excepción, era una bomba de tiempo y la bengala fue la mecha que prendió la bomba. Esa bomba está en un montón de espacios en tanto el Estado, en vez de protegernos, nos pone en bandeja.» «