Las niñas no deberían jugar al fútbol revela con austeridad e inteligencia una de las tantas caras de la violencia que sufren las mujeres.
Las niñas no deberían jugar al fútbol termina y deja al público enmudecido y sin aliento para aplausos. Recién las luces que avisan que es tiempo de retirarse permiten completar el final de una obra que mantuvo la intriga de un modo magistral. El thriller de género de la dramaturga española Marta Buchaca cuenta con la dirección de Adriana Roffi y se potencia con las destacadas actuaciones de Efrat Wolynski (Julia), Luciana Grasso (Sara), y el actor Luis Gritti (Tony). Entre los tres imprimen a las escenas una tensión prolongada que se construye con preguntas, reproches, suposiciones y sentencias.
El trío comparte en una sala de espera de un hospital la angustia por la salud de sus seres más queridos. Solo saben que Ana, Lidia y José viajaban en el mismo auto rumbo a Pilar y volcaron. ¿Pero, por qué iban en el mismo coche una nena de 12 años, una joven y un hombre de 50 que supuestamente no tenían ninguna relación? El brutal accidente hizo que sus vidas pendan de un hilo y disparó múltiples incertidumbres. Julia, Sara y Tony esperan y resignifican quiénes son, cómo viven, tratando de recomponer los vidrios rotos del nosotros y del ellos. Todo esto entre los turnos para ver a sus familiares y las inquisiciones médicas.
El tiempo resalta lo dicho y lo no dicho, en y a un lado de la escena. La originalidad de la obra reside en que la verdad de la historia no está al frente, ni tampoco detrás del escenario. Se puede decir que se va moviendo en diagonal y genera una atractiva y eficaz extrañeza. «Yo creía que», «cómo no sabías que », «qué hacía con» funcionan como formas indirectas que sostienen el nervio de la obra hasta el final.
La química que generan Wolynski y Grasso marca un contrapunto de gran peso entre la confesión, el cuestionamiento y las diferencias de las experiencias de las mujeres. En este sentido, tanto las actuaciones como las decisiones de dirección gotean con precisión las situaciones de desigualdad a las que han sido o son violentadas las mujeres presentes o ausentes de la sala.
Las dudas, las provocaciones o el «yo no pienso nada» en boca de los tres va seriando marcas de posesión y necesidades frustradas en vínculos abandónicos, violentos y dominantes. Y lo hacen desde el más absoluto despojo escénico. El vacío se llena con los investigadores-padecientes, atando a los espectadores en cada butaca, provocando múltiples emociones y una ansiedad difícil de eludir hasta el final. Recién cuando el cuerpo de actores regresa a saludar como sujetos reales, el público podrá comenzar a recuperarse y comprender la dimensión de una obra audaz y de gran impacto. «
¿Cuándo?
Las niñas no deberían jugar al fútbol se presenta los viernes a las 21 en Beckett Teatro (Guardia Vieja 3556).
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