Un monólogo sobre la infancia y aquellos días más felices que siempre fueron peronistas

Por: Adrián Melo

Dady Brieva recorre diversos balnearios de la Costa Atlántica con el espectáculo El mago del tiempo. Cómo reinventarse a partir de una mirada distinta y el encanto de contar historias

«¿Por qué ‘el mago del tiempo’?» se pregunta Dady Brieva desde el escenario del Teatro del Centro de San Clemente, al comienzo del espectáculo homónimo. E inmediatamente responde: «Porque frecuentemente, en las familias tradicionales –con esto quiere decir heteronormativas y patriarcales– las mujeres solían imprimirle magia al mundo y los varones marcar el tiempo». Es decir, mientras las mujeres tenían la virtud –y el poder– encantadora de transformar hasta las cosas cotidianas, los varones de la casa, en su rol paterno, aspiraban a fijar los tiempos de las existencias de su esposa y sus hijas/os: ¿Cuándo va a estar lista la comida? ¿Cuándo te vas a hacer hombre? ¿Cuándo vas a aprobar las materias? ¿Cuándo vas a trabajar? ¿Cuándo te vas a casar? ¿Cuándo me vas a traer los nietos?. 

Magia y tiempo. Partiendo de esta premisa, el cómico Dady Brieva despliega su propia magia y encanto a lo largo de una hora y media en un monólogo –solo interrumpido por bailes y canciones alusivas interpretadas por el artista– que nos remonta a su niñez y adolescencia en un pueblo de Santa Fe con calles de tierra y largas siestas bajo los nísperos. Así va desgranando vivencias de la relación con su padre, sus noveles aproximaciones al mundo del arte, sus desventuras de joven chicato, sus vicisitudes con abuelas, tías y otros personajes entrañables y sus primeras ilusiones y escarceos amorosos. 

En su arte de buen contador de historias y situaciones (sobre todo de aquellas de las que no quedan archivo ni registro escrito, visual o tecnológico), Dady se inscribe en una tradición local que lo asocia a aquellos humoristas a quienes admira: Juan Verdaguer, Cacho Buenaventura o Luis Landriscina. Con ellos comparte el gusto por el rescate de la memoria, la maestría de la oralidad y el poder y el hechizo de trasladarnos con sus anécdotas a atmósferas, lugares y épocas que se tornan vívidas. 

Pero su humor también abreva de otras fuentes populares: sobre todo, el «Negro» Fontanarrosa y Osvaldo Soriano. Al primero asocia su gusto por los «cuentos del potrero» y los sueños frustrados de futbolista, su rescate de personajes míticos del pueblo (imperdible la narración de aquel exitoso y galán jugador de futbol al cual un infortunio convirtió en amargado costurero de pelotas de cuero), su manera de reírse del poder patriarcal y de la camaradería masculina a partir de pequeñas narraciones. A  Soriano, asemeja el hecho de elevar a su padre a la categoría de personaje literario. 

En efecto, en relación con los relatos sobre su padre, puede decirse de los de Dady lo mismo que alguna vez se dijo de los de Soriano: para disfrutarlos solo basta con leerlos. O, en este caso, escucharlos. Es la mejor recomendación para acercarse a esas situaciones graciosas y emotivas, escritas y dichas con una prosa exquisita para iluminar esa cosa nostalgiosa que deviene finalmente en felicidad («Éramos tan felices que ni nos dábamos cuenta»). Hacia el final, como por efecto de la misma nigromancia que campea todo el espectáculo, el público termina queriendo un poco a ese comisario despótico y bravucón de pueblo (más que administrador de justicia, administrador de la delincuencia para que la misma no se desmadre y el delito siga siendo un hecho social normal a lo Durkheim), poco proclive a demostrar sus afectos –pero sí sus enojos– de manera física.   

Dos aspectos a destacar del espectáculo son los escasos recursos técnicos: un escenario despojado y una iluminación que va acompañando al actor de manera frontal. De esta manera, queda en evidencia que, como Sócrates, Dady seduce e hipnotiza al público con el mero poder de su oralidad y de sus movimientos, que crean las atmósferas.   

En Super Dady. El mago del tiempo, el cómico hace de su infancia y adolescencia territorios de literatura. En boca de Brieva, cualquier historia menor se metamorfosea en un hecho literario mayor: el primer televisor blanco y negro del hogar, los parásitos infantiles, los velorios en el comedor de la casa, las acostumbradas visitas semanales al cementerio para visitar las tumbas de los familiares (con reminiscencias de algún cuento de Juana de Ibarbourou en versión cómica), el casamiento de Néstor Fabián y Violeta Rivas… Las claves son el humor y la emoción deslizándose entre las palabras. 

Y se equivocan quienes afirman que sus narraciones simples, fácilmente evocables e identificables van en desmedro de la política o el compromiso político. La estrategia no es bajar línea, sino justamente deslizar entre líneas que la memoria («los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla») y la risa son las armas más subversivas contra el poder. Y la memoria de Dady está impregnada de peronismo y de una alegría que es peronista. Eso no impide que brevemente se refiera a los intentos de la fiesta breve de los globos amarillos de dejar el pasado atrás para mantener ignorantes a las nuevas generaciones. Por otro lado, a través de un estilo cercano también parece apelar al Che y su idea redentora de que las revoluciones deben hacerse sin perder la ternura. 

Sin temor a exagerar, se puede afirmar que Dady es nuestro Proust local y en ese sentido menos solemne e infinitamente más cálido y gracioso. Apelando tan solo a la palabra, la música y un par de canciones, Dady reveló el pasado sábado 28 en hora y media lo mismo que Proust en centenares de páginas: «La realidad que yo conocí ya no existía… Y no es más que una delgada capa, entre otras muchas, de las impresiones que formaban nuestra vida de entonces: el recordar una determinada imagen no es sino echar de menos un determinado instante, y las casas, los caminos, los paseos, desgraciadamente, son tan fugaces como los años». «

Super Dady. El mago del tiempo

Viernes 17, San Clemente.
Sábado 18, San Bernardo.
Domingo 19, Santa Teresita.
Lunes 20, Villa Gesell.

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