Un actor emblemático que marcó una época

Por: Diego Gez

Federico Luppi murió el viernes, a los 81 años.

Dueño de una presencia artística que supo extender durante cinco décadas, el singular trabajo de Federico Luppi logró lo que pocos consiguen: vencer al tiempo. Fue tan así que sus caracterizaciones, cargadas de una gran personalidad y talento, lograron construir una galería ineludible a la hora de entender el cine argentino.

Jaqueado por un golpe en la cabeza, un accidente hogareño del cual nunca pudo recuperarse, los argentinos perdimos a uno de nuestros actores más emblemáticos. Federico Luppi murió el pasado viernes a los 81 años, tras haber estado internado en la Fundación Favaloro por varios días. Con su pérdida, el cine argentino en particular y el iberoamericano en general, se despide de toda una época. 

Había nacido en Buenos Aires en 1936 y desde su debut cinematográfico en 1965 (con el film Pajarito Gómez) hilvanó una cantidad de participaciones en la pantalla grande (alrededor de 137 producciones, sin contar sus innumerables roles televisivos y teatrales) en los que supo destacarse como uno de los mejores actores de su generación.  

Lo de Luppi en el mundo de la actuación tuvo un brillo particular que en nada dependió de lo casual. Sus interpretaciones primero resultaron determinantes en la TV (con la recordada El amor tiene cara de mujer, en 1964) que finalmente terminaron por catapultarlo a papeles recordados por varias generaciones en la esfera del cine. 

La lista de films en los que sumó su célebre impronta –construida siempre alrededor de personajes comprometidos, munidos de un gran porte físico que se agigantaban en compañía de su voz– bien podría encontrar un inicio formal en El romance del Aniceto y la Francisca (el mítico largo de Leonardo Favio, de 1967) a los que se sumarían producciones icónicas como La Patagonia Rebelde (1974), Plata dulce (1982), No habrá más penas ni olvido (1983), Martín Hache (1997) y El espinazo del diablo (2001), entre tantas otras. 

Su militancia política constituyó otro de sus polos de atención. Adhirió con fuerza al peronismo en la década del ’60, pero antes de eso supo tener experiencia gremial en La Plata durante su paso por los frigoríficos Swift. Fue en esa geografía de Buenos Aires donde pudo palpar y conocer las luchas obreras con las que comulgaría hasta el resto de sus días. De su primer matrimonio nacieron sus hijos Marcela y Gustavo. Luego estuvo en pareja con Haydée Padilla, de quien se separaría después de diez años de convivencia. Dos décadas más tarde Padilla denunció en el prime time televisivo de la tarde que Luppi era un violento crónico a quien decidió abandonar para no seguir sufriendo malos tratos. El actor rechazó públicamente esas acusaciones. En 1999 tuvo un hijo –Leandro, a quien nunca quiso conocer– con la actriz uruguaya Brenda Accinelli y por cuya manutención protagonizó cruces primero legales y luego mediáticos. Poco tiempo más tarde, en 2003, el actor volvió a casarse con la dramaturga, directora y actriz española Susana Hornos.

Hablar de Luppi es también hacerlo desde el punto de vista de un artista reconocido e inmensamente premiado. Recibió seis Cóndor de Plata –record hasta el momento– como mejor actor, se alzó con la Concha de Plata por su trabajo en Martín (Hache) (1997) y sumó diferentes galardones en España y Latinoamérica. Su último film fue Necronomicón: el libro del infierno (estrenada este año) sobre el mítico personaje de H.P. Lovecraft en la que fue dirigido por Marcelo Schapces. «

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