El anuncio de que Andy Kusnetzoff tiene Covid-19 volvió a poner en primer plano los riesgos que implica la realización de programas presenciales en plena pandemia. La lucha por el rating como motor de decisiones contrarias a la salud.
El particular caso del envío de Telefe de los sábados por la noche, Podemos hablar, es curioso porque cuando comenzó el aislamiento social preventivo y obligatorio el programa se realizó con los invitados desde sus casas vía videoconferencia. Sin embargo, los bajos números de rating y la supuesta “desnaturalización” del formato incentivaron al regreso de los invitados en el estudio para la grabación del ciclo. En el caso del programa emitido el sábado 11 de julio (el inmediatamente anterior al conocimiento del contagio de su conductor) se grabó el miércoles 8 por la tarde.
Sin embargo, en la única emisión que se nota una marcada caída de rating es en la del 11 de abril, ¿bajó el rating porque los invitados no estaban en el estudio? Otra posibilidad es que el escándalo que envolvió al programa del 4 de abril haya debilitado la imagen del ciclo. En la mencionada semana estuvo invitada Andrea Marzol y se sintió maltratada por una cantidad de chistes y preguntas con doble sentido de parte del conductor y los demás invitados (Joaquín Furriel, Nicolás Vázquez y Darío Benedetto). Así lo manifestó Marzol en las redes sociales y se hicieron eco programas como Intrusos y distintos portales dedicados al espectáculo. No obstante, la hipótesis central fue que los invitados por videollamada bajaban el rating y volvieron a grabar el programa en el estudio, con estrictos protocolos de cuidado que no parecen haber dado resultado. Por el momento, no se conoce si hubo más contagios entre los participantes en ese programa.
La situación para Telefe es sumamente compleja. Si bien los cuatro canales privados tradicionales (América, El Nueve, El Trece y Telefe) tuvieron casos entre sus trabajadores, el canal de las pelotas es el único en el que los casos alcanzaron a primeras figuras. Primero fue Lizzi Tagliani, la conductora del programa diario del mediodía, y ahora Andy Kusnetzoff, el conductor del prime time de los sábados y uno de los programas más vistos del fin de semana. Como si fuera una mueca del destino, se trata del mismo canal que realizó un show televisivo con la realización de un test en vivo a tres de sus conductores estrella, el hoy freezado Santiago del Moro, y a Rodolfo Barili y Cristina Pérez (Telefe Noticias).
Más allá de las ironías que puedan hacerse, muy típicas de la combinación de redes sociales y tiempo libre que nos asisten, no se trata de considerar trivial el entretenimiento que este tipo de programas aporta. Pero también es cierto que, en un contexto como este, cuando las personas se encuentran impedidas de ver a sus familiares y afectos cercanos hace más de 100 días y viendo el esfuerzo que realizan los profesionales de la salud, cuesta considerar esencial un programa cuyo núcleo central es la narración de anécdotas.
La mayoría de los programas de no ficción alteraron su rutina a partir de la pandemia. El show del problema (El Nueve) se reconvirtió en periodístico con panelistas fijos, Intrusos (América) dejó de tener entrevistados en el estudio, Mejor de noche (El Nueve) también se reconvirtió en periodístico con entrevistados por videoconferencia. Incluso Telefe Noticias y Cortá por Lozano (Telefe) comenzaron a salir con todos sus profesionales remotos desde sus casas. En este marco que programas como Podemos hablar o los envíos de la noche del sábado y el mediodía del domingo de Mirtha Legrand (El Trece) sigan juntando a personas por única vez (lo que dificulta mucho el rastreo del origen del virus, en el caso de que se produzca un caso positivo) sin ningún nivel de urgencia, ni anclaje con la coyuntura, resulta poco apropiado y muy susceptible a la crítica. El contagio de Kusnetzoff lo precario y endeble de la rutina productiva del programa.
El consumo de TV abierta, que había subido fuerte en los comienzos del aislamiento, comenzó a bajar. Junto con el previsible cansancio de la situación de aislamiento, la audiencia empezó también a sentir agotamiento de una oferta de programación televisiva repetida en nombres, propuestas y contenidos. Por lo visto, con los únicos que la TV de aire argentina comienza a establecer cierta «distancia social» es con sus televidentes. «
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