En una fábrica de pastas de barrio se esconde un misterio. Es Martha Marshall, la antigua estrella y gloria del espectáculo que, olvidada por su público, amasa encerrada en la trastienda acompañada por su fiel Edith, su compañera de toda la vida. Pero está a punto de resurgir de las cenizas -o desde una polvareda de harina- como el Ave Fénix. Ese es el punto de partida de Pasta de estrellas, la obra de teatro escrita por Gonzalo Demaría y dirigida por Ciro Zorzoli, con la cual Soledad Silveyra vuelve a los escenarios porteños en los que supo brillar últimamente en obras tales como Locas de remate o el unipersonal Nada del amor me produce envidia.
Solita retorna a las tablas junto a María Merlino y Noralih Gago encarnando un personaje que tiene algunas semejanzas y muchas diferencias con su existencia y su trayectoria artística. Ella también es una gloria del espectáculo, una actriz de telenovelas -que también descolló en la pantalla grande como en la inolvidable Últimos días de la víctima, entre tantas otras-, pero a diferencia de Martha Marshall nunca dejó de trabajar (salvo cuando sufrió la censura) ni dejó que el público la olvidara. También, en las antípodas de su personaje, siempre renegó del estatus de estrella. Incluso supo estar cercana al pueblo cuando interpretó personajes poco nacionales y populares. En efecto, a medio siglo del suceso Rolando Rivas, taxista, la caprichosa y ricachona Mónica Helguera Paz en la piel de Solita sigue ostentando el podio de novia de todos los taxistas con la que fuera coronada en 1972 cuando romanceaba con Rolando. A su vez, como Martha Marshall, Solita siempre resurge de las cenizas y de infiernos del pasado, pero está lejos de estar por fuera de las vicisitudes del país o la política. Apenas se concreta el encuentro pregunta solidariamente cómo están los trabajadores de Tiempo Argentino y critica y lamenta el reciente despido de periodistas de medios masivos de comunicación hegemónicos.
–Por favor describí a Martha Marshall, tal como la ves y concebís vos.
–El personaje vive encerrado hace más de treinta años, la censura la ha perseguido y vive huyendo. Está un poco tocada, tres décadas encerrada sin ver a nadie, sola con su compañera que es la que la rescata de un lugar y la lleva a la fábrica de pastas. Pero Marta Marshall sigue sin salir, no tiene contacto con el mundo exterior. Es una mujer de nervios muy frágiles, muy alterados. Edith, su compañera de vida, va armando algo que la va a hacer salir de ese encierro. Es un resurgir, el volver a encontrar la libertad, poder respirar bien y no las nubes de harina que ya la ahogan.
–¿Cómo compusiste a Martha Marshall?
–Me puse en manos de Ciro. Él dice “No estudien la letra, lean la obra”. Entonces la composición parte de improvisaciones donde yo me acordaba de esa juventud mía donde juntaba cosas para ir a hacer un casting, me disfrazaba y volvía a tener quince o veinte años. Ciro se basa en lo que la actriz va improvisando y armando, y a partir de ahí él va tallando. Es como un cuadro donde Ciro no deja de pincelar hasta último momento.
–¿Qué saldo te deja este proceso de composición?
–Aprendí mucho, aprendí otra forma de actuar. La desarrollé, le saqué punta al lápiz. No toda la necesaria todavía, creo. No me dejan decir estas cosas porque ser humilde en este país parece que no garpa, que te tiras abajo (risas). Y si te pones arriba te crees una diosa. El ego te come. A mí, por suerte, el ego no me come. Actuar es siempre un aprendizaje, sobre todas las cosas. También estoy aprendiendo a hablar en inclusivo, el otro día me escuché diciendo “todes y gracias compañeres” (risas). Todo se aprende de a poco. Mis compañeres (risas) son seres maravillosos, como si las hubiese conocido de toda la vida y dispuestas a hacer este disparate para alegrar la vida de la gente, para que vean que para todo hay salida. Es el rejunte de una actriz popular con actrices de prestigio. Yo lo vivo como un encuentro de culturas.
–Es la primera vez que interpretás a una lesbiana. ¿Qué desafíos te implicó?
–Es mostrar el amor como lo mostré en otros personajes de teleteatro. Otra forma y la misma de amar, porque históricamente estuvo y está más sujeta a más represiones y prohibiciones. Hoy creo que la mujer tiene más libertad y eso también aliviana las existencias de las lesbianas, más allá de sus luchas específicas. Para actuar de mujer gay es bueno salirse del estereotipo y siempre ayuda a las luchas de género. Me parece importante mostrar el amor en su senectud también: son dos viejas. No hay nada apasionado ni escandaloso. Pero hoy sigue siendo casi subversivo mostrar el amor de dos lesbianas viejas
–¿En qué género o géneros situarías Pasta de estrellas?
–Es una comedia delirante, pero también tiene mucho de melodrama. Es una parodia, pero en el buen sentido, un homenaje burlón. Cuando fui a ver Happyland, también de Gonzalo, el director Alfredo Arias había puesto en el programa que es una parodia de la época de Isabelita. En este caso, es una parodia del teleteatro, de la época de la televisión blanco y negro, es una parodia de las estrellas. Pero, quizás como en el Quijote, la parodia es el mejor homenaje y Demaría logró la mejor telenovela en blanco y negro.
–¿Qué temas o tópicos te parece que aborda?
–Es una obra de Gonzalo Demaría, muy delirante. Ciro está haciendo un trabajo maravilloso. Para mí es un regalo de la vida, yo quería hacer una obra de Gonzalo y ser dirigida por Ciro, tocó ésta. Es para hamacarse y nos estamos hamacando (risas). Siempre estamos haciendo los últimos ajustes. Palabra conocida y siniestra para los argentinos que nunca zafamos del ajuste. La obra habla de muchas cosas. Tiene como fondo la televisión en blanco y negro y trata el tema de la censura. Entonces a mí me toca personalmente y me hace revivir una época pesada, pero con un humor increíble. Es mágica la obra, hasta aparece un fantasma.
–Tratándose de Gonzalo Demaría seguramente aparecerán temas políticos, de clase. Como en Tarascones que también dirigió Ciro o la propia Happyland.
–No sé si puedo contar (risas). Aparece el Papa, los uniformes color caca de la censura, el ángel exterminador que decidía cuando transicionamos de la TV blanco y negro al color, qué color se podía y cual no. Aparece la historia de la censura llevada al absurdo.
–La interpretación habrá sido un viaje al pasado también ¿Qué momentos te hizo recordar?
–Me hizo recordar todo, sobre todo, la censura. Cada bocadillo que digo y yo pensando en ese beso que no fue… y aparece Rolando Rivas, Pobre diabla, Mi hombre sin noche -esos teleteatros que yo hacía cuando empecé de chiquita a los trece años–. Y siempre con esos apellidos complejos, de calle paqueta: Helguera Paz, Achava Uriel, Amanda Achava Amuchástegui. En este caso el personaje de la actriz es Marta Marshall, pero su nombre verdadero es Martirio. Soledad Martirio sería una buena esquina de Buenos Aires.
–¿Cómo reaccionaste vos ante la censura?
–Con mucho dolor y enfrentándola también. Recién hablamos de Isabelita. Yo la fui a ver a Isabel Perón por los temas de los amenazados a muerte. Era 1975, estaba ella en una punta de la mesa y yo en la otra y me dice “Solita ¿Por qué sacaron “Mi hombre sin noche” que era mi novela favorita”?. “Y señora, fue su gente”, le respondí yo.
–¿Qué representaban las telenovelas para el público?
–El amor, el saber que va a pasar al día siguiente, con personajes y no con personas como pasa en Gran Hermano o en los programas de chismes. Seguir la vida de esa gente como hoy se puede seguir una serie que me interesa. Es lo mismo, aunque los contenidos son otros. El mundo cambió, hay un orden global que no se sabe dónde está parado. Es otro mundo, no solo otra Argentina.
–¿Cómo te ubicas en este nuevo mundo del que hablás?
–A los 71 años no hay que perderse ese mundo, siempre me interesa saber qué piensan, qué ven mis nietos y nietas. Para mí, la vida es trabajar y mi familia. Ahora estoy abandonando a mis nietos varones porque estoy trabajando como trabajaba a los veinte. Mis hijos siempre me reprocharon “Ay mamá, siempre nos criaron niñeras”.
–Te tocó interpretar a Evita en Eva y Victoria y hablar sobre ella con tu personaje en Nada del amor me produce envidia. ¿Cómo viviste esa experiencia?
–Evita es uno de los personajes que más me emocionó y siempre me emociona hacer. Para cualquiera, en todas las composiciones que se han hecho. Te inspira sola, la emoción te viene sola todas las noches. Cuando China (Zorrilla) me ofrece, Eva y Victoria no la hice de entrada. Fue un éxito brutal con China y Luisina (Brando). A los tres años me llama otra vez y dije “lo hago”. Hacer de Evita fue un orgasmo en todas las funciones que la interpreté. Nunca me falló nada. Todos los días tenía esa memoria y me hacía temblar de emoción, muy hermosa la experiencia. Ahora aparece algo de Paquito (Jamandreu) que evoca a Evita. Evita está siempre en mi vida.
–¿Hay algo de lo cual te hayas arrepentido hacer o hayas padecido en cine, teatro y televisión?
-¿Sabes qué pasa? Cuando acepto algo de lo cual no estoy muy convencida es porque tengo que trabajar. Yo no estoy en una condición de decir no al trabajo. Tendría que achicarme demasiado para vivir con lo ahorrado. Además, me gusta estar arriba del escenario. Cuando hago algo que no me gusta no lo padezco nunca, por respeto al público que paga una entrada y hoy eso cuesta muchísimo.
Pasta de estrellas
Escrita por Gonzalo Demaría, dirigida por Ciro Zorzoli y protagonizada por Soledad Silveyra, María Merlino, Noralih Gago. Jueves (20:15), viernes y sábados (19:30) y domingos (19). En la Sala Pablo Neruda del Paseo Plaza, Corrientes 1660.
Emblema de las telenovelas y los taxistas
“Tuve la suerte de hacer Rolando Rivas taxista. Migré no me quería. Quería a Nora Cárpena, al punto que ella hace la segunda temporada. Yo tuve la ayuda de los cubanos que estaban en Canal 13. Habíamos hecho una novela con Guillermo Bredeston, Gabriela Gilli, Claudio García Satur el año anterior con mucho éxito “Allá como en el cielo como en la Tierra” y el canal me quería. Después entro Nora y se hizo justicia. Yo me fui el primer año y me fui a hacer Pobre diabla”, recuerda la actriz.
–Migré te sacó de la peor manera intentando que a tu personaje no sólo lo olvidarán sino también lo odiarán. Evidentemente no lo consiguió.
–Sí, Migré me hizo abortar. La gente me va a odiar, pensé yo. Ahora sería un ícono. No solo abortaba, sino que abortaba del hombre que amaba. No, no lo consiguió. Yo no me olvido porque yo me subo a un taxi y es Rolando, el hijo del tachero me habla de Rolando. Sigo siendo la novia de los tacheros que me dicen: «Volvé a la tele, volvé a hacer una novela como Rolando». Esa televisión ya no existe y ese mundo no existe.
–Visto a la distancia. ¿Por qué creés que Rolando Rivas, taxista tuvo tanto éxito y ha sido tan perdurable?
–Fue la primera novela vista por los hombres. Es la primera novela que trabaja con el porteño, la vida del porteño, ese tipo de Boedo, ese tango, ese fútbol, ese bar de barrio donde se juntaban todos los tacheros. Eso fue fundamental. Luego, el romance lo potenció. La identificación del pueblo. Una alianza de clases, quizás: el humilde y la rica. Terminábamos con la grieta, aunque en ese momento no había grieta como tal en 1972. Había de todo, pero no grieta. (risas) También Migré tuvo el mérito de haber tomado parte de una realidad nacional. Se basó en hechos que pasaban en ese momento. Había hasta un personaje montonero. Yo recibía cartas de la cárcel, me habían hecho afiches que me amaban, después cuando matan al montonero, me mandan fotos de cómo habían hecho mierda todos mis posters (risas).