El periodista Isaac Castro publicó "Alejandro Sokol. El cazador", una biografía del mítico cantante de Las Pelotas que pasó por Sumo y se relanzó con El Vuelto S.A. Los ángeles y demonios que marcaron la vida del Bocha, y el legado que dejó a pesar de su temprana muerte.
El periodista Isaac Castro (38 años) nació en Morón, creció y vive en Hurlingham. En su vida la figura de Sokol funcionó y funciona como una referencia musical ineludible, pero también como un habitante de la cotidianeidad barrial. La decisión de escribir el libro Alejandro Sokol. El cazador surgió de un sentimiento personal. «Gran parte de los que crecimos en la Argentina de los ’90 estamos muy agradecidos con Alejandro porque nos dio esperanzas y grandes momentos en una etapa muy oscura», señala. Pero también advierte: «Antes que nada lo admiro y valoro como artista. A eso se le suma el cariño, aunque sin perder de vista que nos dejó música muy valiosa y emotiva».
El libro incluye un trabajo minucioso de archivo, una narrativa ágil y un amplio lote de testimonios entre los que se destacan Andrea Prodan, Timmy McKern, Súperman Troglio, Mario Breuer, Sebastián Schachtel (Las Pelotas), Pablo Guerra (Caballeros de la Quema), Piti Fernández (La Franela), Tete Iglesias (La Renga) y Juan Subirá (Bersuit). Es sabido que los músicos de Las Pelotas en general y Germán Daffunchio en particular no quieren hablar de Sokol. Es su forma pública de lidiar con el dolor de la muerte del cantante y compositor: «Eso lo tenía claro de entrada. También las enormes dificultades para que la familia quisiera participar. Entonces me pregunté: ‘¿Justifica hacer el libro igual?’ Y me respondí que sí, porque considero que es un testimonio valioso, hecho con mucho cariño, pero también muy profesional. Es el primer libro sobre Alejandro y él se merece esto y mucho más. El Bocha era un ser lleno de magia que sacudió el corazón a mucha gente.»
–Uno de los aspectos que hacen tan singular a Sokol es que podía estar cantando en un estadio y al rato jugando al pool en el bar de la esquina.
–Es una de las características que lo definen, sí. La caradurez de usarle la pasarela a Jagger –algo que le había prohibido expresamente– cuando telonearon con Las Pelotas a los Stones y más tarde perderse en Hurlingham o donde le pintara, como un tipo normal. En los ’90 la etiqueta de rock barrial circulaba mucho y se agitaba la idea de que el artista y el público no deberían ser tan distintos. Muchos músicos lo declamaban, pero pocos lo ponían en práctica. La sencillez y don de gente de Alejandro hacían la diferencia y no eran palabras: lo demostraba con hechos. Hay mil testimonios que dan cuenta de ello.
–Su vida fue muy intensa y de muchos contrastes. ¿Te llamó la atención que dejó Sumo para cuidarse de las adicciones y después ese tema precipitó su salida de Las Pelotas y su muerte?
–Sí, es llamativo. Tiene mucho que ver con su personalidad, que tenía esa cosa de ángel y demonio, digamos. Y también permite reflexionar sobre qué intensos habrán sido los ’80 en general y Sumo en particular… Me parece que el Bocha siempre tuvo esa cosa ambivalente: la necesidad de rescatarse y de perderse, aunque finalmente primó la última. Desgraciadamente. Digo desgraciadamente porque siento que tenía mucho más para dar artísticamente, el demo de El Vuelto S.A. –su última banda– tenía canciones muy buenas. Y también le quedaba mucho para disfrutar de la vida, claro.
–También es poco frecuente que su búsqueda espiritual desembocó en el mormonismo, un credo particularmente dogmático.
–Sí, tal cual. Quienes lo conocieron en profundidad coinciden en que era una persona con dos facetas: esa más espiritual y la de la noche del rock. Y que según la época predominaba una u otra. Cuando se va de Sumo se mete a full en el mormonismo, incluso llevó a varios músicos. Quienes compartieron momentos en aquellos años lo recuerdan con mucho cariño. Le duró casi ocho años la práctica más o menos formal. En esos tiempos se dedicó más a la familia, estaba más tranquilo. Después Germán (Daffunchio) lo fue a buscar para armar Las Pelotas y ahí creció como nunca su veta creativa. Sobre todo en los primeros discos. En la etapa inicial de Las Pelotas no tomaba alcohol y le aconsejaba a la gente que no se metiera en la merca, por ejemplo.
–En el libro cuando desarrollás la historia de Las Pelotas cada tanto contás que hacía en ese momento Divididos. ¿Considerás que no se puede contar la historia de unos sin otros?
–Me pareció interesante establecer ese paralelismo porque tienen un origen común, que es Sumo, aunque caminos divergentes a nivel musical y en cierta forma de ver las cosas. Pero vos fijate que sobre el final del libro aparece Timmy (McKern, histórico mánager de Sumo y Las Pelotas) y él solo menciona a Divididos Y en notas previas al libro que le hice a Germán, él solo nombra a Divididos. Incluso, durante el laburo de archivo que hice, vi que en muchas notas Germán menciona a Divididos sin que le pregunten puntualmente. Creo que a Las Pelotas les costó bastante más conseguir repercusión, que al principio transitaron el camino de la independiente y que de alguna manera eso los llevó a estar más pendientes de lo que pasaba en «la vereda de enfrente», digamos. Los Divididos rara vez hablan de Las Pelotas, tienen otro mambo. Alejandro siempre fue muy cuidadoso en eso, quizás porque le tenía mucho cariño a Diego Arnedo.
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–Hoy casi resulta imposible imaginar a Mollo sin Arnedo y viceversa. Pero el libro revela que para Germán fue doloroso que Arnedo no se haya quedado con él.
–Claro. Hoy se ve de esa manera: Mollo y Arnedo son Divididos, un dúo indivisible. Pero en aquel momento la perspectiva era otra. En la pirámide de Sumo estaban Luca, Germán y Diego. Que finalmente Diego fuera parte de Divididos hizo que Germán perdiera no sólo un músico excepcional y único, también se quedó sin un amigo.
–En el libro algunos músicos sostienen que la partida de Sokol de Las Pelotas precipitó su deterioro y posterior muerte, que quizás se pudo hacer más para ayudarlo. ¿Cuál es tu opinión?
–Creo que es un tema muy difícil. Para mí lo que pasó fue el resultado de múltiples factores. Algunos músicos piensan que se lo pudo ayudar más, pero no son pocos los allegados que dicen que la banda hizo todo lo posible para ayudarlo. Hay que estar ahí adentro para entender exactamente lo que pasó. Sokol estuvo 20 años en Las Pelotas, no es poca cosa. Algunos hablan de una rivalidad entre Germán y Alejandro, pero nadie lo puede sostener concretamente. Creo que eran amigos que sufrieron el desgaste lógico que suele suceder en un proyecto colectivo que dura tanto tiempo. Era notorio que en los últimos tiempos a Alejandro le costaba seguir el ritmo de una banda como Las Pelotas.
–¿Qué hizo único e inolvidable a Sokol?
–Evidentemente no era un virtuoso, las formas académicas no eran lo suyo. No era un cantante técnico ni un compositor prolífico. Pero tenía un ángel que no se estudia ni se practica. ¿Cuántas canciones hermosas nos hizo cantar? Y hay otra cosa: su carisma hacía que cuando pisaba un escenario los shows ganaran otra dimensión. Creo que todo eso y su don de gente llegaron al público y lo hicieron inmortal. «
Alejandro Sokol. El cazador. De Isaac Castro. 190 páginas. Editorial Sudestada.
La despedida de Alejandro Sokol de Las Pelotas se produjo el 6 de abril de 2008, en un show del Quilmes Rock. No expresó palabras altisonantes ni sentencias ampulosas. El Bocha portaba una remera que decía: «Simplemente gracias». Además de su rol de frontman y cantante, Sokol tuvo una fuerte participación compositiva en los tres primeros discos de Las Pelotas. Con el paso del tiempo esa faceta empezó a menguar hasta casi desaparecer.
Desde entonces le dio exclusividad a su proyecto El Vuelto S.A. y, al mismo tiempo, se fue aislando cada vez más por sus adicciones. La salud comenzó a fallarle y dijo basta el 12 de enero de 2009, mientras esperaba un micro en la terminal de Río Cuarto (Córdoba). «Fue una noticia muy triste para todos. Desde lo humano y lo artístico. El Vuelto S.A. tenía una perspectiva muy interesante de crecimiento y desarrollo musical. Pero otra vez apareció el choque entre sus mundos internos. A algún amigo le dijo que se iba a limpiar y volver con todo. A otro que lo suyo ya estaba, que ya había dejado todo. Es notorio que su salud se había resentido profundamente en el último tiempo. Es doloroso saber que murió sin sus afectos alrededor. Pero entre sus objetos personales tenía una edición del Libro de Mormón. Creo que a su manera la peleó hasta el final», destaca Isaac Castro.
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