La flamante película del creador de "Toro Salvaje" y "Casino" recobra las mejores tradiciones del cine para denunciar una historia feroz y real. El brillo de DiCaprio y De Niro.
La película, que llegó el jueves a las salas de cine en la Argentina y fue la más vista en su primer día, cuenta esa historia pero desde un ángulo distinto al del libro. Grann organizó su trama a modo de policial, dándole un rol central al trabajo del entonces naciente FBI, cuyos agentes llegaron hasta Fairfax, Oklahoma, en los años ‘20 a tratar de entender qué estaba sucediendo allí, luego de recibir denuncias ligadas a una llamativa cantidad de muertes de miembros de la Nación Osage. En la película protagonizada por Leonardo DiCaprio, Robert De Niro y Lily Gladstone, Scorsese pone el eje en otra parte: en la complicada relación entre los hombres blancos y los nativos que fue volviéndose cada vez más oscura, perversa y violenta.
DiCaprio encarna a Ernest Burkhart, un soldado que regresa tras pelear en la Primera Guerra Mundial. Apenas llega, este hombre bastante simple se pone a trabajar a las órdenes de su tío, Bill Hale (De Niro), un poderoso hacendado de la zona, de buena relación con los Osage. Pero las intenciones de Hale, por más que las disimulara con su falsa amabilidad y su conocimiento de la lengua de los locales, siempre fueron las de encontrar la manera de quedarse con ese dinero. Y entre las muchas formas de hacerlo –todos los hombres blancos de la zona hacían lo inimaginable para sacar su tajada aprovechándose de la inocencia o del mal manejo de dinero de algunos nativos—, Hale eligió la del matrimonio, ya que cualquier hombre blanco que se casara con una mujer dueña de esos derechos pasaría a tenerlos también. Y es eso, básicamente, lo que le propone hacer a Burkhart.
Lo que ninguno de los dos esperaba –y ese será el corazón de la historia– era que Ernest se fuera a enamorar de su “presa”. Todo arranca según lo planeado: Ernest conoce a Mollie Kyle (Gladstone), cuya madre es millonaria gracias a esos derechos, se convierte en su chofer, luego empieza a salir con ella y poco después están casados y tienen hijos. En paralelo, su tío lo convoca a colaborar con la matanza de los otros herederos. Esto es: las hermanas de Molly, sus cuñadas. Lidiando entre el afecto y la ambición, entre la posibilidad de hacerse millonario y el amor que siente por su mujer, Ernest empieza a ser un peón de su tío en este mecánico genocidio de los Osage mediante asesinatos que encarga a otros y que la policía local jamás investiga. El límite parece ser su esposa y por ahí mete sus narices Scorsese. ¿Será capaz Ernest de matarla para quedarse con sus derechos? ¿O será la diabetes de Molly la que le allanará el camino? Ernest puede querer a su mujer, pero a la hora de elegir entre ella y el dinero la cosa se complica.
Si bien el director de Buenos muchachos no ahorra escenas de brutal violencia física –explosiones, incendios, asesinatos a sangre fría–, lo que prima en el film es la insidiosa perversidad de sus protagonistas, que no solo disimulan sus crímenes sino que encuentran la manera de manipular a los familiares de las víctimas para convencerlos de que son impedimentos supuestamente propios –alcoholismo, una “tendencia” a tener ciertas enfermedades, accidentes– los que causan la muerte de tantos. O una suerte de “maldición” que cayó sobre la comunidad.
A lo largo de sus tres horas y media, Los asesinos de la luna contará el funcionamiento de ese mundo al revés del que conocemos –uno en el que los blancos sirven a los nativos–, irá narrando con seca violencia la sucesión de crímenes cometidos contra los Osage y hará de los protagonistas una metáfora perfecta de todas esas tensiones, adentrándose en un mundo de sonrisas amables para las fotos que disimulan lo que en el fondo no es otra cosa que un plan sistemático de aniquilación. A través de su carrera, el director de Toro salvaje y Casino ha pintado de todas las formas posibles el reverso del “sueño americano”, pero nunca con la densidad conceptual que tiene Los asesinos de la luna. Esta es una película que deja en claro que la expansión del capitalismo en los Estados Unidos se logró mediante un elaborado sistema criminal.
Como suele suceder en gran parte de las películas de Scorsese, su protagonista –una actuación muy trabajada de DiCaprio, cuyo Ernest es un tipo indescifrable de principio a fin– es un personaje perturbado, desagradable, egoísta, pero a la vez alguien capaz de gestos nobles y buenos sentimientos. En el rol de Bill Hale –al que apodan “El Rey”- De Niro es maquiavélico en el sentido más perverso imaginable. No sólo por su falsa amabilidad, sino por lo que es capaz de hacer para sacarse cualquier sospecha de encima. Pero el alma de la película es Gladstone, una mujer de pocas palabras que pasa mucho tiempo postrada –no casualmente la medicación que le dan para la diabetes más que ayudarla parece derrumbarla–, pero que entiende casi todo lo que sucede a su alrededor. Lo que la traiciona es su amor por Ernest y su incapacidad para sospechar de que él es parte fundamental de ese “reino del terror” que ha descendido sobre su comunidad.
Pese a sus escenarios propios de un western, su espectacularidad visual y su aspecto de violento thriller, en realidad Los asesinos de la luna es un drama político: la brutal y desgarradora crónica de un despojo. «
Dirección: Martin Scorsese. Guion: Eric Roth y Martin Scorsese. Elenco: Leonardo DiCaprio, Robert De Niro, Jesse Plemons, Tantoo Cardinal, John Lithgow, Brendan Fraser. En cines.
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