Protagoniza y es uno de los productores de La odisea de los giles, la película basada en la novela de Eduardo Sacheri ambientada en la crisis de 2001. Su mirada de la profesión y el complejo momento de la industria del cine.
La odisea de los giles no es una película más. No se trata de un gusto de Darín para actuar por primera vez en la pantalla grande junto al Chino, su hijo. Es el resultado de una alianza de grandes jugadores como K&S Films, Kenya (la joven, pero exitosa productora de los Darín), Warner, El Trece, Radio Televisión Española y más. Esta coalición logró que la película llegará a 400 salas en todo el país: un récord histórico para una producción argentina.
La responsabilidad mayor en el paso de la novela a la película corrió por cuenta de Sebastián Borensztein (dirección y guión, junto a Sacheri). Borensztein achicó el abanico de significantes y significados de La noche de la Usina y exaltó los colores caricaturescos del elenco que completan Luis Brandoni, Verónica Llinás, Daniel Aráoz, Carlos Belloso, Rita Cortese y Andrés Parra. Así las cosas, el film se desplaza hacia la comedia de aventuras, y coquetea con el grotesco o el sainete, como señala Darín. En ese sentido, La odisea de los giles se exhibe como una propuesta cuidada y medida al detalle, pensada para grandes públicos.
El líder de la cruzada de desangelados que alimentan esta historia es Fermín Perlassi (Ricardo Darín), un exjugador de fútbol que tuvo sus cinco minutos de módica fama y vive de sus ecos. Ofician de sus laderos Belaúnde (Daniel Aráoz, un peronista entusiasta) y Fontana (Luis Brandoni, que no tan curiosamente interpreta a un gorila fervoroso).
–En la mayoría de los casos los actores reciben guiones y eligen la propuesta que más los atrae. En esta oportunidad vos te enamoraste de la novela de Sacheri e hiciste todo para llevarla al cine.
–Así es. Fue algo casi instantáneo. Pero no sólo me pasó a mí. Lo mismo sintió el Chino, la gente que trabaja con nosotros en Kenya, Sebastián (Borensztein) y todos los que se involucraron en el proyecto. Con ese minigrupo de amigos nos miramos a los ojos y nos dimos cuenta de que había que hacer una película. Es una historia emocional y repleta de personajes jugosos. Comenzamos a charlar para comprar los derechos y acá estamos. Ahí comenzó una especie de viaje en el que no teníamos del todo claro dónde íbamos a llegar. Porque sabíamos que nos íbamos a encontrar con una serie de inconvenientes y obstáculos que deberíamos resolver.
–¿Las dificultades de transformar una novela en un guión de cine?
–Exactamente. A mí me gustó mucho la novela, pero siempre me peleé bastante con la idea de hacer una película en base a un libro. Básicamente porque es una competencia muy desleal. La literatura te dispara la cabeza para que la llenes de imágenes, sonidos, olores. Cuando filmás esa misma historia terminás tachando un montón de casilleros posibles. Pero nos atrapó tanto el libro de Sacheri que decidimos sobrellevar esas incertidumbres. Lo hicimos trabajando mucho, discutiendo mil y una ideas, avanzando, retrocediendo y volviendo a avanzar.
–La película se desarrolla en el marco de la historia reciente argentina. ¿Sentís que representa a los argentinos, la pensaron como una metáfora?
–Lanzar una película te obliga a hablar con mucha gente y repensar mucho de lo que habías pensado. Hacer notas es casi terapéutico. En ese proceso algunas cosas se aclaran y otras se confunden. En mi caso, alimentó un período de confusión momentánea. No sé si esta película representa a los argentinos. Por eso me remito a mis primeras impresiones, a lo más intuitivo. Más allá de la historia, a mí me conmovió la policromía de los personajes. Ese grupo que reúne desde la empresaria más adinerada del pueblo hasta el tipo más pobre, que vive en una casa que se le inunda cada dos semanas. Al peronista y al antiperonista, entre otros. Los personajes y su relación me recuerdan al sainete, esas piezas humorísticas tan emblemáticas del siglo pasado que duraron hasta los ’40 y ’50, más o menos. Me gustaba esa cosa de chicaneo entre italianos y españoles. Me parece que eso está trasladado muy hábilmente por Sacheri a las diferencias entre peronistas y antiperonistas. Ojalá la película hubiera podido explotar más eso. El humor es desacralizador y los argentinos necesitamos reírnos un poco más de nosotros mimos.
–Desde tu posición en la industria pudiste haber elegido una historia menos coral. ¿Te sedujo interpretar un protagónico no tan central como en otras oportunidades?
–En principio no lo pensé en esos términos. Pero a esta altura del campeonato, es para agradecer no cargar con el peso total de una película. Es algo que hago con mucha frecuencia y es muy desgastante. Cuanto más tiempo estás en pantalla, más posibilidades tenés de cagarla. No elegí esta película en términos de mi carrera. Nos pasó que convocamos a dos actores y nos dijeron que no porque sus roles no eran protagónicos. A lo mejor tuvieron razón, pero no es la forma en la que yo pienso.
Tragedia + tiempo
Alguna vez Woody Allen definió la comedia como tragedia + tiempo. Si tomamos esa premisa como cierta, no deja de ser curioso estrenar una comedia ambientada en la debacle de la convertibilidad y la instauración del corralito en plena Argentina macrista, agobiada por la recesión, la inflación, el endeudamiento y calificada hace días por la agencia internacional Bloomberg como la economía más vulnerable del mundo. La naturaleza y derivaciones de las crisis de entonces y ahora parecen distintas, pero el sentimiento de zozobra puede revivir angustias similares.
–La reorganización de la industria del entretenimiento vía la enorme oferta de streaming y la omnipresencia de los tanques…
–Tenés razón. Lanzar hoy una película es cosa de giles (risas).
–Apuntaba a si tanta competencia exige una ingeniería argumental, de casting y de producción pensada al detalle para que la película encuentre la cantidad de público que necesita.
–Exige trabajar muy, muy, muy al detalle. Y ni siquiera así sabés si vas a sobrevivir. Hoy lanzar una película es casi un atrevimiento. Esa es mi sensación. Por supuesto que es un atrevimiento que se nutre de unas cuantas prevenciones, pero un atrevimiento al fin. También está cierto grado de conocimiento del medio. Pero el conocimiento puede traicionar. Mirá lo que nos ha ocurrido a nosotros: trabajamos casi tres años para hacer una película en la que dejamos todo y finalmente vamos a estrenar a pocos días de las PASO, con todas las turbulencias, debates, discusiones y montones de ruidos que circulan y van a seguir circulando. Hay otra mirada, más optimista o auspiciosa, que dice que la gente va a estar tan aturdida con la política que también va a querer una película para despejarse. En este sentido, yo no suelo ser optimista, pero veremos.
–¿El cine, tal cual lo conocemos, se puede terminar?
–Se va a modificar. Estamos viviendo momentos muy difíciles. Resistiendo como gatos panza arriba. Pero en definitiva todo se trata del cine, de las historias. Hasta los grandes pulpos del streaming necesitan películas. Ahora también aparece el fenómeno de que compran contenidos de países más chicos. Pero muchas veces hacen cualquier cosa. Como con Nueve reinas: la versión estadounidense no entendió nada de nada. Tenían asado e intentaron hacerlo sushi. Hoy el cine está amenazado. Y en la Argentina hay que apostar a los chicos nuevos. Todo lo contrario de lo que está haciendo.
–¿Cómo te llevás a esta altura con la fama? ¿Es puro cuento?
–¡Que va a ser puro cuento! La fama es un quilombo. Nadie te cuenta el lado B de la fama. El lado A tiene cosas lindas, mayores oportunidades, pero el precio es elevado. En muchos sentidos. En algún punto la fama siempre te hace doler. Yo siempre quise ser actor, nunca me interesó la fama. Ya estoy grande, tengo experiencia y más o menos me las arreglo. Pero si a un chico le preguntás qué quiere ser y te dice «famoso», hay un problema. La información le está llegando mal.La vicepresidenta sigue con su armado territorial. En su entorno sostienen que puede representar a…
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