La pandemia sumó encendido y repercusión. Pero Telefe acumula rating con latas y El Trece no logra recuperarse ni apostando al Cantando 2020. El futuro post Covid-19 exige inversión y nuevas ideas.
La señal de Constitución buscó torcer la pérdida de rating que parece profundizarse mes a mes apostando a un clásico de su programación aggiornado a la lógica de la pandemia: Cantando 2020. Una variante del formato que le dio importantes resultados con Marcelo Tinelli como conductor, centrado en un reality de performance entre dúos de un famoso o famosa y un parteneire no famoso y profesional del asunto. Primero fue bailando (el formato original, Bailando con las estrellas, comprado a la mexicana Televisa, aunque también se realizó en Europa), luego el mencionado Cantando por un sueño y también existió Patinando por un sueño. Incluso la competencia de baile tuvo su episodio Kids, sin demasiado éxito.
Cantando 2020 cuenta con la conducción de Ángel de Brito, quien atravesó todas las inferiores de la productora: fue notero, cronista, panelista, conductor de programa satélite, jurado y llegó a conductor; y Laurita Fernández, otra historia de esfuerzo y meritocracia: fue bailarina, “soñadora”, famosa y ahora conductora. En tanto que para el jurado se impusieron los nombres clásicos: Moria Casán, Nacha Guevara, Pepe Cibrián y la princesita Karina.
Para comenzar, es importante despejar la incógnita más obvia: Cantando 2020 (ni el bailando, ni ninguno de los ando) no es un concurso de canto, sino que es un programa de televisión. En ese marco, “ganarán” quienes mejor interpreten el rol que deben jugar en ese programa de televisión. Con esa premisa, se impone la lógica de la Cenicienta: no ganan los candidatos, los ya talentosos antes de empezar, sino quienes encuentren dicho talento o lo vayan develando a lo largo del programa. Fenómenos como el de Iliana Calabró (que pasó de peor cantante a grabar un disco) o la «Mole» Moli, campeón del no-baile, se reiteran en un programa donde se destacan los malos simpáticos y son tildados de soberbios o engreídos quienes tienen una habilidad pretrabajada o la han desarrollado con estudios.
En ese juego de roles, entonces, habrá un héroe, una víctima, un villano y un tonto. Dependiendo de la capacidad para capitalizar el lugar donde la lógica del programa lo ubique, cada participante podrá ganar, llegar a la final o perecer en la primera semana, según toque.
Acaso el personaje de Esmeralda Mitre sea lo único atractivo del envío: corroborar la parábola decadente de la clase dominante vernácula desde Don Bartolo I, padre de la amañada historia nacional y fundador de la autoproclamada “tribuna de doctrina” hasta esta versión enojosa, gritona y ciertamente desafinada y atonal, en varios niveles.
Este mecanismo de relojería que parece tan aceitado, sin embargo, a veces falla. Y el caso es que el mentado Cantando 2020 viene atravesando tres semanas con números menores de lo que se esperaba. Arrancó en 9 puntos de rating, bajó a 8 y volvió a subir a 9, esporádicamente arañó los 10, pero nunca pudo ganarle a la imbatible «Jesús» y hasta perdió en alguna emisión con la repetición de Educando a Nina, la rendidora repetición de Telefe. Si bien los números van levemente en alza, está claro que El Trece no puso en obra tanta cantidad de recursos para sacar medio punto más que el programa de Guido Kaczka, que tiene gastos de producción ínfimos.
El nuevo traspié de El Trece o las victorias casi pírricas de Telefe no deben tapar el bosque. La TV abierta viene atravesando años de caída de audiencia en todo el mundo. La multiplicación de las ofertas de entretenimiento hogareño y/o móvil, la diversificación de pautas de consumo, la transformación de las prácticas sociales en general mellaron su otrora centralidad indiscutible en los hogares y también influencia sobre la agenda pública. Tan es así, que su poder de influencia quedó relegado a grandes eventos donde su capacidad para transmitir imágenes en directo resulta definitoria: acontecimientos políticos, eventos deportivos, grandes tragedias naturales o provocadas, etcétera.
Pero en medio de este escenario hostil, la tele recibió maná del cielo: el aislamiento obligatorio encerraba a la gente en sus casas, sin más ofertas de entretenimiento que las plataformas de streaming (siempre que pudieran pagarlas) y una tendencia a buscar información confiable y/o compañía conocida. ¿Cuál fue la respuesta de la tele a esta oportunidad no buscada? Más de lo mismo: más programas de panel, más caras ya conocidas, más noticieros amañados, más operaciones visibles a cuatro cuadras. Telefe apostando y ganando con sus rendidoras latas que por su relación costo-beneficio embarran el terreno de la producción local. Paralelamente, los canales de noticias aumentaron sus audiencias y por momentos les ganan a varios canales de aire en base a la información sobre la pandemia, la desinformación sobre la pandemia y a la pelea entre ellos.
El crecimiento del encendido durante los tiempos del Covid-19 supone una oportunidad muy importante para las señales de aire. Permitió restablecer un vínculo con diversas generaciones que podrían ser fidelizadas –al menos en parte– para el día después de la pandemia. El panelismo del panelismo, la ficción enlatada, los juegos por dos pesos y las amenazas de brutales ajustes o cierre definitivo de Adrián Suar en Polka conspiran contra un futuro mínimamente alentador. Una televisión de aire que pretenda revertir las tendencias previas a la pandemia exige inversión y nuevas ideas. «
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