La película dirigida por María Alché y Benjamín Naishtat sigue acumulando elogios y encendiendo reflexiones. En este texto, la autora reivindica el “mundo puaner” como símbolo del derecho a la educación gratuita y de calidad.
Antes de ser una película, Puan fue una Facultad y, antes de eso, una calle del barrio porteño de Caballito. Recién mudada a ese barrio, la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA provenía del histórico edificio de Marcelo T de Alvear. Arrancaban los noventa y Filo estrenaba edificio (ex fábrica) en la calle Puán, entre Pedro Goyena y Bonifacio. Para quienes nos formamos allí, Puán fue un hogar, un lugar de formación para la vida más que una mera “alta casa de estudios”. Horas de cursada, de bar, de discusiones para arreglar los problemas de este mundo nos agruparon a alumnos, profesores, intelectuales, pensadores y futuros dirigentes. Ir por los pasillos, meterse en un aula o en un café significaba encontrarse con personajes como David Viñas, Ricardo Piglia, Josefina Ludmer, Noé Jitrik, Oscar Terán, Carlos Altamirano entre muchos otros docentes, pensadores y reconocidos intelectuales. El pensamiento sobre el mundo que se venía se forjaba en las charlas y discusiones repartidas entre las aulas, el patio y los bares.
En la película, aparece claramente reflejado ese mundo “puaner”, sus lógicas, sus intereses y sus miserias. Desde ahí se muestra cómo el universo queda circunscripto a las distintas problemáticas que acechan a una cátedra: los magros salarios, la lucha por la dedicación exclusiva o semi, la investigación, los concursos así como la puja por los espacios de poder que se reproduce de la misma manera en muchísimos otros ámbitos.
Uno de los momentos más logrados lo constituye la escena en la que Pena y Sujarchuk (brillante interpretación de Leonardo Sbaraglia haciendo de un ex puaner devenido en académico “snob” formado en Alemania) se unen en la lucha por sostener la educación pública. Los docentes llegan a la facultad con el fin de dar su clase, la facultad está cerrada, los sueldos no fueron depositados y los hechos anuncian un desastre total: la UBA y todas las universidades nacionales están cerradas. Y ese momento se vuelve algo así como un recuerdo del futuro, mezcla de algo que pasó y algo que está por venir.
Si algo tiene y tuvo siempre la universidad pública es la capacidad de lucha y la fuerza de la resistencia frente a los distintos intentos de arancelamiento a lo largo de los años. Luego de muchas batallas, durante 2015, y por iniciativa del bloque del Frente de Todos, mediante la modificación e incorporación de artículos bis a la Ley 24.521, se estableció la responsabilidad “indelegable y principal” del Estado respecto de la educación superior, considerándola un “bien público” y un “derecho humano”, términos que no aparecían en el texto anterior, en el que, según sostienen desde los 90 diversos sectores universitarios, subyacen lineamientos mercantilizadores dictados por los organismos financieros internacionales. La ley reformada explicita que ningún ciudadano puede ser privado del acceso a la universidad por razones personales o de origen social y hace cargo al Estado de garantizar ese derecho.
En su visita a Puán en agosto de 2016, Cristina Fernández de Kirchner nos recordó sabiamente el orden de prioridades por el cual “no podemos perder tiempo en discutir entre nosotros quién tiene la mejor iniciativa respecto del centro, la fotocopiadora, o de cómo hacemos… Entonces, muchachos, basta de discutir para ver quién tiene la llave de la fotocopiadora, hay que discutir quién le da la llave a la gente para que entienda el país y el mundo que tenemos. Los estudiantes, los claustros universitarios, los de posgrado, los graduados, tienen la obligación de darle la llave a la sociedad para el ingreso a la comprensión de un mundo muy complejo en el cual van a ser cada vez más bombardeados con mayor cantidad de información. Cada vez hay mayor cantidad de información, denle la llave a la gente para que entienda qué le quieren decir y qué le quieren meter en la cabeza, para que ella pueda elegir.”
La película llega en un momento en el que, por un lado, se están creando nuevas universidades públicas (sobre todo en la Provincia de Buenos Aires y gracias al Programa Puentes) frente a la posibilidad de la eliminación de su gratuidad y la privatización que hoy viene a proponer la derecha amenazante. Se sabe que “cuando el gobierno tiene ideas cortas, necesita bastones largos. Así que ojo, porque la mano viene para bastones muy largos.” En días donde parecería ser que decide la derecha cruel, el mercado y no nuestra historia de lucha, en días en que la universidad y la educación pública están en peligro, seamos como Marcelo Pena: no entreguemos nuestra bandera más valiosa.
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