Este jueves se estrena “Viaje inesperado”, el film número quince en la carrera de Juan José Jusid, que esta vez se mete con un territorio poco transitado: los problemas del alcohol y el acoso en durante la adolescencia. “Yo sólo tenía la idea de una historia de un papá con su hijo en esa edad -cuenta Jusid cómo llegó a dar finalmente con la película-. Había leído un algunas novelas que me habían llamado la atención, en especial de historias entre padres e hijos que se reencuentran después de un tiempo: imaginate que a la edad que se cuenta en la película, uno deja de ver a su hijo a los 13 años y lo vuelve a ver a los 16 y se encuentra con otra persona. Es un volver a encontrarse, hay un redescubrimiento de ambos en situaciones así. Y me pareció que ese era el mundo al que apuntaba”.
Eso fue hace tres años, más o menos. Y entonces se puso a hablar con adolescentes para ir armando la historia, conocer anécdotas que se pudieran contar, darle el tono que se imaginaba. “Y ahí descubrí el caso de la escena final de la película”, cuenta el director de Papá es un ídolo y Asesinato en el Senado de la Nación, entre otras. “Y también fue que viré un poco a hablar con ellos de esa de acoso que parece haber en todas las situaciones que viven”, dice Jusid quien va más allá: cree que es un problema generalizado en la sociedad, nada más que entre los adolescentes parece revestir otro dramatismo. “Es un mundo cuasi salvaje el que viven los chicos de todos los niveles sociales”.
Desde ese punto se fue armando la historia que cuenta cómo Pablo (Pablo Rago), un ingeniero prestigioso radicado en Río de Janeiro, vuelve a encontrarse con su hijo Andrés (Tomás Wicz), luego de que su madre Ana (Cecilia Dopazo) lo llama de urgencia ante una situación de violencia que Andrés protagoniza en la escuela. Para tratar de hacer contacto nuevamente con su hijo, emprende un viaje con Andrés hacia Bolívar, su ciudad natal. Todo lo que sucederá en adelante será la típica aparición de una chica (Greta, Valen Etchegoyen), que mueva los cimientos de Andrés, los reproches y confesiones de padre e hijo, el desenlace que apelará al reconocimiento catártico de la responsabilidad y consecuente rearmado del vínculo. “En general he hecho un cine bastante emotivo -explica Jusid-. Salvo películas como Asesinato… o Bajo bandera, que al ser más políticas les quise dar un tono más distante, me gusta abordar la emoción”.
Y no le fue mal, dice, según lo que se vio en proyecciones con “públicos de distinto pelaje”, que incluyó una cantidad considerable de “espectadores jóvenes. La gente queda emocionada, se reconocen”. En parte también porque haciendo eje en la relación de Andrés y Pablo, se abren historias de personas cuyas adolescencias corresponden a otros tiempos. “La sociedad ha cambiado mucho. Yo tenía un montón de vínculos con gente más grande, aparentemente más pacífica, pero también existían casos de abusos. Pero creo que eran hechos artesanales contra los niveles industriales de hoy. Por eso para mí también la película fue un viaje exploratorio, que me acercaba más a mis nietos que a lo que fue mi juventud”.
Con una sonrisa Jusid dice que el acercamiento más dificultoso a los tiempos de hoy fue el lenguaje: “Insólita anécdota pero vale: cuando terminé de desgrabar estas cintas me costaba entender el lenguaje, casi un dialecto con zonas casi intraducibles. Esto trae aparejado un tema de comunicación, que es un tema actual y el más presente entre padres e hijos. Eso genera muchas dificultades de conexión.”
Jusid no se reconoce en las circunstancias que describe en la película. De hecho desde hace 20 años trabaja con su hijo Federico, quien compuso la música de sus películas (y de muchas otras, como El secreto de sus ojos): “Debutó conmigo con la música de Bajo bandera, pobre -dice Jusid padre sin sobreprotección-: yo quería hacer unos coros en latín, él tenía 24 años y nada de experiencia, fue un gran esfuerzo, muy exigente de mi parte. Ahora es más fácil pero no por la forma de trabajar, ya que no trabajamos sobre la película hecha sino a partir del guión, entonces es un ida y vuelta entre los climas musicales que él sugiere y lo que le pido”.
El realizador que durante cinco años consecutivos filmó una película por año para después pasar con Historias de diván en exitosos 26 capítulos de más de 8 puntos de rating promedio, cree que seguirá filmando hasta sus últimos días. “No tengo la ansiedad particular de otros tiempos, pero conservo todas las ganas y lo volveré a hacer con todas las cosas que sienta imprescindibles.”
Viaje inesperado. Estreno: 20 de septiembre.Dirección: Juan José Jusid. Con Pablo Rago, Cecilia Dopazo, Tomás Wicz, Oliver Kolker, Valen Etchegoyen y Marío Alarcón.
La obra de Jusid
La carrera de Juan José Jusid fluctuó entre esos dos extremos vulgarmente conocidos, en los tiempos que él surgió a la actividad, como “cine serio y comercial”. Del primero, la crítica rescató mucho después de su estreno La fidelidad (1970), con el segundo empezó a codearse con su tercer film Los gauchos judíos (1975). La historia de la migración judía en Entre Ríos entre fines del siglo XIX y principios resultó un gran éxito de taquilla y le valió reconocimiento internacional. Un elenco de gran nivel que incluyó a Pepe Soriano, Luisina Brando, Víctor Laplace, María Rosa Gallo y China Zorrilla, con guión basado en el libro de Alberto Gerchunoff, le valió un prestigio que lo acompañaría durante todo el período de la dictadura, en el que su producción se vio afectada fuertemente, luego del estreno de otro éxito en 1976: No toquen a la nena.
Made in Argentina (1987), basada en la exitosa obra de teatro Made in Lanús. La historia cuenta el regreso a la Argentina del matrimonio de Osvaldo y Mabel, exiliados en Nueva York durante la dictadura militar, y su encuentro con el hermano de Mabel, y su esposa, El Negro y la Yoli. Acaso el film más logrado de Jusid, en el que consigue el punto máximo en ese cruce entre lo popular y la conmoción profunda a la que intenta llegar el cine en su voluntad más artística. Recomendable para volver a ver en estos días, y descubrir que eso de la grieta no es un invento de este siglo, y responde a dos visiones diferentes de la existencia.
Un argentino en Nueva York (1998). Su film más taquillero y en un momento en el que el cine argentino estaba más cerca de la defunción que de la resurrección que en breve se confirmaría. Con Guillermo Francella como padre y Natalia Oreiro como hija, nada podía fallar. Y no falló, aunque resulte una comedia como para hacer zapping y con todos los clichés del cine argentino más convencional. Sin embargo, la idea de la emigración de los jóvenes de parte de la clase media -un fenémeno que comenzaba a manifestarse en la sociedad argentina-, resultó de un gran impacto emotivo.