Sus primeros pasos en el oficio de histrión los dio en el Teatro Callejero de la Ribera, leyendo unos sainetes. Osqui Guzmán vivía en un conventillo de La Boca y lo de actuar se le dio de casualidad. Hijo de inmigrantes bolivianos, madre costurera y padre gasista y plomero, su niñez transcurrió con dificultades económicas que lo marcaron, pero le dieron esa pasión por hacer las cosas lo mejor que se puede para salir adelante: una fortaleza que los privilegiados no tienen.
Fue duro, pero de a poco consiguió papeles en tiras televisivas como Campeones (1999) y Buenos vecinos y es particularmente recordado por su gran participación en Hermanos y detectives, el ciclo de Damián Szifrón, con Rodrigo de la Serna y Rodrigo Noya. También dejó su impronta en el cine, pero es en el teatro, ya sea como actor, dramaturgo, docente o director, donde se desarrolló y se desarrolla con mayor comodidad y pasión.
-¿Siempre tuviste una pulsión por interpretar o contar historias?
-Según me cuentan, desde chico era expresivo, siempre quise hacer reír, estaba atento, atendía a la gente que venía a mi casa y me cuentan también que era tan desenvuelto que a los 5 años ya iba comprar el pan o me ponía a cantar en la calle. Hacía imitaciones: a lo Mario Sapag o recitaba algún poema. Pero no recuerdo bien, es más lo que me han contado.
-¿Hubo algún momento en el que te dijiste «me quiero dedicar a esto»?
-A los 14 años había problemas económicos en casa y yo no sabía cómo ayudar. Entonces, me fui a una tanguería para que me prueben cantando. Pensando que tal vez podría sacar algún dinero. Fue una noche, canté un tango y listo. Fue el primer momento que dije tengo que laburar. Luego todo se fue dando de a poco, muy de a poco, de manera natural.
-¿Pensaste dedicarte a otra cosa alguna vez?
-Yo quería ser médico, darle el título a mi padre y a mi madre y ayudarlos a estar mejor. Pero por una casualidad, un compañero me comentó que la novia se anotó para estudiar teatro y había una escena que se llamaba Acrobacia, violencia en escena y esgrima. Me llamó la atención y fui.
-¿Por qué te llamó la atención?
-Yo hacía Kung fu. De hecho era otro de mis proyectos, ser profesor de Kung fu. Pero me anoté en el conservatorio para ver si me servía y ahí descubrí la actuación. No paré, primero en la calle, teatro y luego empecé a buscar mi lugar.
-¿Descubriste un mundo?
-Sin dudas, era algo que yo no pensaba que podía hacer, no sabía que tenía esa capacidad. Era de clase media baja, muchas veces discriminados por ser hijo de bolivianos. En esa época, cuando era chico, nos decían bolitas como insulto, o te hacían creer que por ser de la Boca no podías hacer nada, y menos algo artístico. Pero donde supuestamente no hay nada, se puede generar algo, y el teatro fue mi herramienta para demostrar que las historias están, aunque no las quieran ver.
-¿El humor tiene la misma potencia que el drama?
-Ambas conviven, en todo. Las dos máscaras del teatro de los griegos no significan, una o la otra, sino que son dos, en todo. Como el yin y el yang. La comedia es un drama en el fondo y viceversa. Algo llevado al extremo te puede hacer reír o llorar.
-¿El teatro tiene una potencia intrínseca?
-Todo material tiene una idea. El teatro es un gesto político y una terapia, una creación que conforma la cultura de una sociedad. Nos integra a todos, nos llega de una u otra manera, nos guste o no lo que vemos y eso es arrollador. Hay una comunicación recíproca con el espectador, y eso es energía.
-Por fuera del teatro, ¿tenés alguna otra pasión?
-El Kung fu, las artes marciales. Es un vicio mirar videos de Kung fu, de Wushu, o pelis de uno de mis ídolos: Jackie Chan.
-¿Cómo te metiste en ese arte?
-Como muchos en mi generación, viendo películas de Bruce Lee. Yo iba al Cine Teatro Dante de la Boca, en la Avenida Almirante Brown al fondo. Fue tal el magnetismo que me provocó, que algo sucedió en mí. No era fanatismo, pero aparecieron ganas de hacer algo como ese tipo. Arranque con Taekwondo en Boca Juniors y luego con amigos llegamos al Kung fu y me metí mucho en esa tradición hasta llegar al Club Argentino de Wushu.
-¿Viajaste a China?
-Sí. Hace algunos años, paseamos por todos lados. Como un mes y medio, pude tomar una clase de Kung fu Shaolin estilo del Mono en Dengfeng, en los alrededores del Templo Shaolin. Lo había visto en películas, pero no me podía quedar con la intriga. Imaginate mi alegría. No cumplí un sueño, fue un sueño hermoso.
-¿Qué más te llamó la atención?
-Descubrí la verdadera comida china. Sabores y alimentos tan distintos, la manera en que se come, las formas sociales en que se come… A veces no sabíamos que comíamos, señalábamos otras mesas para explicar qué queríamos, por cómo se veían los platos: al no hablar chino y poca gente sabe inglés, solo la gente joven, nos hacíamos entender como sea. Pero eran todos muy amables, fue una experiencia increíble. «