La baterista es tan contundente con los parches como con sus opiniones. Feliz con su música y sus perros, dice que a la gente le falta ritmo y se permite algunas discrepancias con sus amigos de Soda Stereo.
—¿En qué andas?
—Estoy disfrutando de mi casa nueva, porque me mudé. Y estoy preparando un show y algunas otras cosas que no puedo contar.
—¿Qué hace una baterista para no deshidratarse en esta época?
—Lo mismo que cuando hacés gimnasia: tomar mucha agua.
—¿Y en un show largo no te dan ganas de ir al baño?
—Cuando tocás, te olvidás de todo. En un momento no podía caminar por un problema en el nervio ciático, pero cuando me sentaba en la batería era como si no tuviera nada.
—Descubriste el poder de la mente antes de que existiera Facundo Manes.
—¡Sí! Es más, para mí no existe.
—En un video que posteaste, Cerati te presenta como la chica que fue “de Burzaco a Nueva York”. ¿Qué hubo en el medio de tantos kilómetros de distancia y de vida?
—Cuando volví de Nueva York vine con toda una información distinta acerca de cómo tocar percusión, y eso me marcó como personaje.
—¿De qué vivías en la Gran Manzana?
—Cuidaba a un bebé.
—¿Un gringuito?
—¡Sí! De casualidad conseguí el trabajo porque hablaba mal inglés, tenía la mitad del pelo violeta, pero era una familia especial que me dio esa oportunidad. ¡Y me salvó!
—¿Cómo sentiste esta especie de regreso de Soda? ¿Fuerte como un sifonazo o más bien como una alegría finamente gasificada?
—Al principio no me gustó, después vino la pandemia y me olvidé, y ahora no le di importancia. No me molesta que hagan homenajes a Soda Stereo, es justo y está bueno. Pero a mí el evento no me gustó como producto artístico. Eso no quita que yo los quiera, pero no tengo que estar de acuerdo con sus decisiones artísticas.
—¿Cómo se le ocurrió a la niñita Andrea de Burzaco empezar a tocar la bata?
—¿Sabés que no sé? Lo pienso mucho. Hoy no sería una pregunta, quiero decir, para una chica de esta época. Pero entonces, en los ’70, era algo raro. Creo que una empieza en la música para que la vean. A mí en general me gustaban las cosas que hacían los varones y me salió eso.
—¿Cuándo empieza a ser un plomo la frase “mujer del rock”?
—Esa no es tan ploma: lo más plomo es cuando empiezan a nombrar al rock.
—¿Cómo?
—Se habla del rock todo el tiempo y habla gente que no tiene nada que ver con el rock.
—¿Y qué es entonces el rock?
—Si lo definís, no es rock. El rock es Keith Richards caminando, es tan obvio como eso. Cuando lo tenés que definir o defender, es porque no es. No tiene nada de malo. El problema es que no se sienten cómodos gustando de cosas que no son rock.
—Me perdí…
—Por un lado, “el rock no existe, el rock murió”. Y por otro, si les gusta el trap, empiezan: “¡Cómo rockea fulanito!”. Como que tienen que poner el rock en algún lado…
—¿Como un complejo de culpa por perrear?
—¡Claro! Anderson Paak es tan bueno que no necesitan decir que es rockero, por ejemplo. Otra cosa que pasa es que muchos músicos que hacen prensa dicen que les gusta el trap para quedar bien, pero es mentira: en la casa no escuchan ni medio tema.
—¿Cómo te sentís con la marea feminista de las nuevas generaciones?
—Por un lado, contenta, porque siempre me sentí muy sola en ese aspecto, desde chica. El feminismo es un movimiento y está lleno de personas, y cada una de ellas vive su militancia de forma distinta, obviamente. Lo que me pasa es que algunas personas no me caen bien, pero no por feministas, sino por cómo son. Algunas que son muy mediáticas me parecen oportunistas. Parecería que hacen un acting para las redes sociales.
—Vos le das bastante al Twitter y al Instagram.
—Twitter es más inmediato, entonces es como que me saco algo y ya me olvidé, y hasta tengo la fantasía de que no lo lee nadie. Instagram es más hincha. Las redes son como las drogas, hay que saber cómo consumirlas.
—Cambiemos de tema: hablemos de tus rulos.
—Mis rulos no son reales.
—Es como si me dijeras que Papá Noel son los padres.
—Claro, yo tengo el pelo lacio…
—Siempre pensé que era al revés, que cuando estaba liso era porque te lo habías planchado.
—Es que hace muchos años me hago la permanente y aunque está más cascoteado, todavía no tengo canas. ¡Tengo una buena genética! Aunque con el calor no está en su mejor momento.
—¿La profe Álvarez es muy exigente?
—Mirá, muchos de mis alumnos dicen que sí, que los cago a pedos.
—Uy…
—Lo que pasa es que me gusta que sean comprometidos con la música. Hay algo que sí me saca y es la falta de comprensión del tempo. En realidad, me incomoda cualquier persona que no tenga un mínimo de ritmo.
—¿La gente aburrida tiene menos ritmo?
—Y… nuestra cultura está muy desconectada de lo rítmico.
—¿Cuánto más conocés a la gente más querés a tus perros?
—¡Sí! Son lo que más me gusta después de la música.
—¿Cuántos tenés?
—Tres.
—Un laburazo y un presupuesto.
—Es cierto, pero al menos el síndrome del nido vacío, acá en mi casa no existe.
—¡Lo tuyo es el síndrome de la cucha llena!
—Tal cual. «
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