Es una de las máximas referentes de nuestra música popular. Ama la riqueza cultural de la Argentina y añora la felicidad del pueblo.
Los sábados de mayo presentará Mojones (signos y memorias de la patria), una obra musical y poética que realiza junto a Liliana Herrero y Juan Falú en el Torquato Tasso (Defensa 1575).
–¿Prefiere las salas pequeñas o los grandes escenarios?
–Prefiero la intimidad y la cercanía de los lugares pequeños. Se produce un diálogo con la gente que disfruto mucho. En mi carrera hice shows en ambos espacios, claro, pero si tengo que elegir prefiero la energía de un lugar no tan amplio. Es más emotivo y se genera algo maravilloso.
–¿Cómo definiría la música en pocas palabras?
–Un puente amoroso que me gusta compartir.
–¿Cómo es tocar con nietos músicos?
–Es un placer. Una alegría. Una suerte. Un sueño. Logramos una empatía entre nosotros que se transmite a la gente. Es un goce particular.
–Su camino influyó en ellos, evidentemente. ¿Quién la acercó a la música?
–Tuve bisabuelos músicos, aunque no los conocí. Pero mi casa me llevó a amar la música.
–¿Cómo fue eso?
–Mi padre era un melómano empedernido. Era muy culto. Sabía mucho de música clásica, de los grandes autores del mundo. Le gustaba mucho el jazz, el tango y cuando se dio cuenta que a mí me atrapaba el folklore, me apoyó.
–¿Le compraba discos?
–Sí, claro. Pero sobre todo ese gusto mío se sumó a la práctica que teníamos de escuchar música, todos los sábados.
–¿Era como un ritual?
–Exacto. Era sentarnos a escuchar. Todos juntos. Así establecí un vínculo muy hermoso con la música. Y creé un lenguaje propio de chiquita. Era una pasión que no podía dejar.
–¿Quién le compró su primera guitarra?
–Mi abuelo. La pedí, insistí y bueno, vieron que no me iba a dar por vencida, supongo.
–¿Qué otra actividad la atraía además de la música?
–Me gustaba mucho leer y jugar al ajedrez con mi hermana, pero siempre me ganaba. O simplemente estar con mis primos y dar vueltas. Pero la guitarra le quitó muchas horas al juego, era mucha la pasión.
–¿Cómo le iba en el colegio?
–Era buena alumna, mamá era muy exigente. Pero me gustaba estudiar.
–¿Era docente?
–Sí, mis hermanas y yo teníamos que hacer muy buena letra porque teníamos a la maestra en casa.
–¿Sus primeros shows fueron frente a sus compañeritos y maestros?
–Sí, durante toda la primaria y la secundaria participaba de cuanto acto escolar o festejo apareciera.
–¿Así decidió su camino?
–En realidad, siempre supe que la música sería mi camino. Pero también sabía que sería largo y difícil. Por eso me preparé, estudié todo lo que pude. Busqué conocimiento, porque quería hacer mi música. Siempre quise hacer canciones propias.
–Si hay que elegir, ¿es más determinante el esfuerzo o la inspiración?
–Ambas cosas son absolutamente necesarias. Hay que dedicarle muchas horas: a estudiar, a practicar hasta que duela. Pero también dejar que llegue esa inspiración durante la cual sentís la necesidad de contar.
–¿Qué es lo que más le gusta de la Argentina?
–Su riqueza cultural y diversidad. Yo por mi personalidad lo veo en las formas de arte: en la música, en el cine, en la literatura. Hay formas muy definidas y para todos los gustos. Me gusta la felicidad del pueblo, cómo disfrutó el Mundial. Aunque ya en el día a día esa alegría se extrañe porque la situación no está sencilla.
–Si le preguntan, ¿qué poetas recomienda para leer?
–Neruda, César Vallejo, Tejada Gómez, Miguel Hernández, Olga Orozco, Enrique Molina o lo que encuentren. Se puede aprender mucho de la musicalidad del uso del lenguaje de todos esos grandes autores. Y son palabras eternas que siempre que son leídas toman otra dimensión. Se merecen infinitas lecturas.
–¿Que tarea doméstica es su preferida?
–Tomar mate. Y después, si tengo que elegir, lavar los platos.
–¿Desarrolló alguna técnica particular?
–No, pero me relaja y me gusta porque me pongo detallista con que quede perfectamente lavado todo. Hay que concentrarse para no romper nada. Lo que menos me gusta es planchar, sin dudas.
–¿Le gusta cocinar?
–Muchos años cociné al mediodía y a la noche para siete personas. Tenía un menú propio para cada día. Hasta que un día me paré en el medio de la casa y dije: no cocino más.
–Antes del retiro, ¿qué era lo más pedido?
–Hacia pizza y me la festejaban mucho. También pan casero: había un día que lo horneaba, el aroma invadía la casa y era un festejo comer aquellos sánguches de pan caseros.
–¿Sobraba algo?
–Se los devoraban. Y recuerdo una carne al horno a la crema de leche, que servía con arroz blanco. Ya el olor era exquisito. El secreto era que lo hacía con mucho amor, no era ninguna ciencia. No soy una gran cocinera, pero me defendía. «
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