La trayectoria de una actriz reconocida como Ingrid Pelicori asombra cuando se observa su curriculum. Más allá de sus dotes actorales, es licenciada en Psicología e hija de los actores Ernesto Bianco e Iris Alonso. Comenzó su carrera profesional a poco más de cumplir 20 años y desde ahí no paró más, trabajando en teatro, cine y televisión. Compartió la pantalla grande con figuras como Alfredo Alcón, Osvaldo Miranda, Ulises Dumont y junto a directores como Adolfo Aristarain. El año pasado fue distinguida con el Premio Konex en la disciplina Actriz de Teatro. Actualmente se encuentra presentando La débil mental (una obra que trata sobre los deseos femeninos, los mandatos y la maternidad no deseada) e Instalaciones dramáticas para una poesía.
–¿Cómo son los días actuales de Ingrid Pelicori?
–Son jornadas con muchos ensayos, afortunadamente y con varias obras por materializarse. No puedo quejarme porque no quiero ni debo. Todo lo que viene son propuestas que te mantienen.
–¿Tener tanto por delante a los actores y actrices los mantiene vivos?
–Sí, totalmente. Es así, porque los estrenos, los repasos y los espectáculos son parte de ese hacer, porque cuando la agenda está ocupada todo es más llevadero y eso te mantiene vivo.
–Sos psicóloga. ¿Esa fue tu primera pasión?
–No. Comencé a estudiar teatro y luego comencé con la carrera de Psicología, aunque fue medio paralelo el asunto.
–¿Cuán pesado fue estudiar una carrera como psicología durante la dictadura?
–Bueno, tan heavy como vivir o ser joven en ese tiempo. Se andaba por la calle asustada porque secuestraban a alguien, no aparecía el otro o aquel se había ido de raje a otro país. Fue algo tremendo, y estudiar también porque a la facultad entrabas y había que mostrar tu bolso y mirabas todo el tiempo a quien podía tener cara de cana.
–¿Utilizaste tus estudios para componer personajes?
–No demasiado. Lo que quiero decir es que no fue algo concreto, pero todo lo que uno estudia y observa pasa a enriquecer lo que se hace en el escenario, algo que en definitiva es recrear una conducta humana. Me recibí en 1984, no ejercí y es francamente más lo que olvidé que lo que recuerdo.
–¿Hiciste terapia?
–Sí, muchísimos años. Fue antes, durante y después de recibirme, pero en la actualidad no hago.
–¿Se puede dejar de analizar las acciones de los demás o los hechos que te rodean por medio de una mirada psicoanalítica?
–Yo, al no tener práctica psicológica, es algo que no hice. Es muy de psicólogo interpretar a los amigos y parientes (risas). Fui formada en formación psicoanalítica lacaniana, donde en realidad el que sabe es el paciente, entonces uno no puede decir que tal o cual tiene tal cosa. Es algo que se tiene que desplegar con el tiempo y no es un diagnóstico al paso.
–Tus padres eran actores. ¿Cuánto pesó estudiar también teatro?
–Seguramente habrá pesado. Vengo de una familia de actores, tíos, toda gente casada con otros actores inclusive. Era un clan lo de ellos, pero yo no pintaba para nada teatral porque era muy estudiosa, y todos creían que rápidamente iba a realizar una carrera universitaria, cosa que hice. Un día me recibí luego de estudiar mucho, pero luego de recibirme recién me hizo el click de la actuación.
–Trabajaste en una película mítica como Tiempo de revancha (1981). ¿Cómo recordás esa instancia?
–Mirá, me encanta esa película y valoro mucho lo que hice. Sin embargo, lo que más recuerdo es que el guión, porque me pareció tan bueno que me impactó muchísimo.
–¿Es algo que te volvió a suceder?
-No. De esa forma, un guión que me deslumbrara, nunca más. Bueno, recibí otros guiones mejores o peores, con cosas muy buenas, pero el guión de Tiempo de revancha fue eso, un deslumbramiento.
–En esa película trabajaste con Adolfo Aristarain.
-Sí, totalmente. Si bien mi participación en la película fue breve, también fue intensa. También estaban Federico Luppi y Haydée Padilla. Es un hermoso recuerdo de una época en la que vivíamos el fin de la dictadura y pasaron cosas importantes por ese tiempo. Recuerdo que por ahí también fui parte de Teatro Abierto, un momento intenso, de cosas grosas.
–Otra de las grandes figuras con las que trabajaste fue Alfredo Alcón. ¿A la distancia que te dejó esa experiencia?
–Con él hicimos cine y teatro. También hice una traducción para él de Enrique IV, y todas sus partes las trabajamos juntos. Tuve un vínculo fuerte con él porque también era una persona cercana a mi familia y mi mamá fue compañera de él. Era un actor maravilloso, de riesgo, porque todo lo volvía bello. Era un compañero amoroso.
–Hiciste televisión en momentos donde se apostaba al teatro. ¿Hoy cómo ves a la TV?
–Cuando el elenco estable del San Martín dejó de existir, ese fue el momento donde fui a la tele para trabajar con María Herminia Avellaneda y Alejandro Doria. Ahora no hay programas de teatro, pero como muchos recordarán había muchos programas televisivos de teatro en el pasado. La ficción ahora es muy poca, aunque están las plataformas que abren puertas también.
–A los actores siempre les ofrecen trabajos. ¿Cuesta rechazar algo que no te gusta?
–Bueno (piensa)… Las veces que dije no fue porque la sensación era clara. Este es un trabajo que si no disfrutas, no se puede. Siento que es natural no participar en algo si no estás a gusto, sobre todo el teatro que es todo los días. Debe haber placer en lo hecho.
–¿Hay algo de todo lo que hiciste en tu carrera que no volverías a hacer?
–No. Todo fue el camino que se fue armando. Si veo mi historia pienso que me representa. Mi trabajo me expresa.
–¿Cómo te llevás con el paso del tiempo?
–Por ahora bien. Tengo 65, pero estoy entera y lúcida. Me gusta tener historia y haber sido testigo de otro tiempo para contarlo, compartirlo. Viví un mundo que ya no está en lo actoral pero también disfruto este momento.
–¿Todo tiempo pasado fue mejor?
–No, para nada. Fue distinto, no lo pienso en términos de mejor o peor. No tengo nostalgia del pasado, aunque me gusta haberlo tenido porque da volumen a la experiencia. El pasado me da riqueza al presente.
–¿Qué es el éxito para Ingrid Pelicori?
–El éxito es hacer lo que te gusta y que a los demás les quede algo. Por ejemplo, con mi hermana escribimos un libro que se llama Nuestro inolvidable Ernesto Bianco, felizmente publicado por el Instituto Nacional del Teatro. Es gratuito y está online en la página del instituto para bajarlo. Eso para mí es el éxito y con eso ya es bastante. «