Es guionista, productor, y un gourmet del humor. Conduce "Comedia", el podcast de charlas con creadores del género, y "Casi 40", por El Destape Radio.
–¿Barrio y colegio?
-Soy de Boedo, e hice el secundario en el Instituto El Taller. Tengo amigos de esa época hasta hoy, además de que fue clave la apertura de la escuela con el arte y la comunicación. Algo medio hippie, progre, y espectacular.
-¿Ahí descubriste a qué te querías dedicar?
-Eso se dio medio por azar. Pero Flora, la profesora de Literatura, nos hacía contarle en su clase de los lunes qué habíamos visto en el cine el fin de semana. Eso hacía que viéramos películas y esperáramos entusiasmados su hora.
-Y dentro de lo azaroso: ¿qué fue lo más afortunado para que llegues hasta acá?
-Flora, seguro. Y también mi amistad con Juan Arana, el hijo de Hugo Arana, compañero de colegio y amigo hasta ahora. Con él compartíamos los estrenos a los que iba Hugo, y hasta vacaciones. Hugo fue también una especie de docente.
-¡Un maestro de lujo! ¿Qué obra de esas que viste con él recordás?
-Había una de Tito Cossa que se llamaba El saludador, extrañísima, en la que Hugo hacía de un personaje que se dedicaba a saludar figuras de la política mundial, como Yasser Arafat. Y mientras la obra sucedía, se le iban cortando extremidades del cuerpo.
-¿Cómo describirías a un millennial tu infancia progre en los ’90?
-Caminar por Corrientes desde Callao hasta el Obelisco, entrar al San Martín a ver la fotogalería y la cartelera…
-Me juego a que estuviste en un montón de espectáculos del elenco de títeres …
-¡Totalmente! (risas). Además de las obras de Hugo Midón, obvio. Y el videoclub era una parte vital, también.
-¿Devolvías las películas a tiempo o pagabas recargo por quedártelas?
-Una tía mía me regaló para mi Bar Mitzvah, a los 13 años, una segunda videocasetera (es decir, ya había una en casa). Yo alquilaba dos películas, una la veía y la otra la grababa en un VHS. Entonces me fui armando una colección.
-Digámoslo: ya eras un nerd total.
-Era una época cinéfila, que después aflojó. Empecé a estudiar cine y me di cuenta de que acumular datos, o ver muchas películas, no tenía tanto que ver con filmar.
-¿Y entonces por qué elegiste estudiar eso?
-Me di cuenta de que quería hacer cosas vinculadas con el humor o que hicieran reír a las personas. De hecho, en esa época empecé a escribir sitcoms o comedias.
-Hablando de usos y costumbres noventeras: ¿no se suponía que un niño tan estimulado culturalmente no debía estar tan apegado a la caja boba?
-Mis viejos laburaban un montón y no podían estar encima de eso. Yo miraba mucha tele, tenía grillas mentales y registraba meticulosamente qué venía después de cada cosa, programas, series, de todo.
-¡Eras el pibe TV Guía! ¿Y ahora que el consumo es On demand, cómo lo manejás con tus hijas?
-Es complejo, porque lo ideal sería que yo pudiera estar acompañando más, pero no se puede. Me doy cuenta también que cambió mucho la tolerancia; yo veía las publicidades, pero ahora, cuando miro tele con ellas, no entienden cómo no existe la opción de “omitir anuncio”.
-Es casi un universo desconocido.
-Sí, trato de compartir con mis hijas cosas que puedan gustarles, hago una especie de trabajo. Estas vacaciones vimos, por ejemplo, Babe, el chanchito valiente.
-¡Qué nostalgia total esa película!
-Sí, para mí era espectacular, pero a ellas, medio que no les importó nada (risas).
-Hacés de todo: ¿te considerás un workaholic?
-No, pero siento que si no trabajo mucho me angustio y sufro, pero también me gustaría vivir sin trabajar.
–¿Entonces?
-Digamos que tengo muchos frentes abiertos; estoy tratando de escribir un libro sobre el humor, mientras preparo entrevistas para el programa de radio, produzco el podcast, y recopilo info para las columnas que hago para Gelatina (NdR: plataforma digital)
-¿Cómo lográs atender tantos mostradores?
-Creo que es un problema de la época esto de que no alcance con un trabajo solo y que en cada trabajo, a su vez, haya que hacer más de una cosa. Me acuerdo que cuando empecé a producir artistas importantes, como no iban a venir a mi estudio online, yo iba a sus casas. Y cuando grabé a Daddy Brieva, fui yo solo con un micrófono y se terminó escuchando pésimo. Ahora tengo un sonidista, pero igual, hay cosas que me cuestan, como a llamar a los famosos.
-¿Tenés miedo de rebotar, te da vergüenza molestarlos?
-Un poco de todo, y a la vez entiendo que no tienen ninguna obligación de hacerlo, y eso para un productor es malísimo, porque un productor debería insistir.
-¿Y cuando te dicen que no?
-Les digo: “Ah, bueno, gracias, hasta luego” (risas).
-¿Seguís vos a cargo de las llamadas?
-¡Sí!
-Bueno, debe ser porque alguna te sale entonces más o menos bien…
-Sí, de hecho, me pasó con (Alejandro) Dolina, que tiene algo de mala fama con las entrevistas, y al final me recibió, fue súper amoroso y salió espectacular el podcast. Creo que lo entrevisté para ir a su casa y charlar una hora con él (risas).
-¿Hay un humor argentino?
-Es difícil pensarlo en esos términos, pero aparece una característica y es que en general funciona mejor acá lo improvisado, lo repentista. Pienso en Olmedo o en Tinelli, que decidía parar un colectivo en la puerta del canal y dejar colgados sketches que tenía preparados, porque lo otro era más popular. Ahora es al revés, lo más interesante está hecho por gente de mi generación y súper trabajado. Por ejemplo, Martín Piroyansky con Porno y helado; o Finde, de Malena Pichot
-Laburás con las palabras: ¿el mejor chamuyo que te salvó de alguna?
-Más que hablar, me esfuerzo en poner cara de bueno y sonreír.
-Además de guiones: ¿qué otras cosas hacés? ¿Cocinás, corrés, jugas al fútbol, quizás aeromodelismo?
-Soy muy bueno durmiendo (risas).
-¿Dormís mucho?
-No, pero puedo dormirme en cualquier lado (risas).
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