El guionista, escritor y pensador lisérgico lanzó en las redes sociales una serie de flamantes piezas audiovisuales de liturgia peronista, ironía de alto calibre y mucho más. El impacto de la pandemia y sus inciertos resultados.
Sin embargo, Pedro Saborido construyó un estilo que lo hace inmediatamente reconocible. Ya sea en sus asociaciones con Diego Capusotto, sus libros, sus excursiones por teatros, sus textos en medios, sus experiencias en radio o desde su reciente presencia en Instagram, Saborido expresa una forma de humor distinta que despliega con una gramática propia y una galería de obsesiones difíciles de resistir. Y que se desentiende del formato chiste como mínimo común múltiplo del humor y hasta elude su presencia física. No es un dato menor que lo que no se dice o hace siempre es tan o más importante que lo que expresado o hecho. Saborido –entonces– opera como un guionista que también puede poner su voz y crear collages audiovisuales de diversa índole para responderle a la realidad. No se trata de «eso me hace acordar a mi suegra…», «en qué se parece…» o «¿Qué Marcelo?». La realidad, se sabe, suele ser caprichosa, imperturbable y casi siempre injusta. Saborido no da el primer paso. La mira, la espera, analiza sus movimientos y carga sobre ella. Sin pompas ni estridencias y comprendiendo que la lucha está perdida, pero se lanza casi como un Quijote amparado en sus observaciones y los ecos de las risas que generará.
Las medidas para dimensionar la llegada de su obra no son el rating en TV, las temporadas en Mar del Plata o la cantidad de visitas a la mesa de Mirtha Legrand. Particularmente desde «Peter Capusotto y sus videos», Saborido es uno de los responsables de modificar y ensanchar el humor y la mirada de millones de argentinos. Hoy la liturgia peronística, las asociaciones lisérgicas, los teoremas contrafácticos y los juegos de palabras forman parte de nuestra cotidianeidad. Aunque muchos no se den cuenta o ignoren su origen.
La singularidad de Pedro Saborido, sus nuevos proyectos y el estado de excepción que impone una pandemia configuran una oportunidad ideal para hablar del humor en tiempos de coronavirus, las angustias que presupone este momento y toda la incertidumbre que nos rodea.
–Recientemente te metiste a fondo en las redes sociales. ¿Qué encontraste en esos espacios?
–La verdad que soy un desastre para las redes y todas esas cosas. Me llevo muy mal con eso. Soy muy torpe y negado con ese asunto. Pero afortunadamente tengo unos amigos que me suben las cosas y administran la cuenta. Lo que yo encuentro ahí es un espacio para desarrollar mis ideas. Con otras herramientas, con muchas de mis obsesiones históricas y algunas nuevas, y sobre todo resolviendo con inmediatez. Me interesa que los contenidos que armo circulen y me dicen que lo están haciendo muy bien.
–Está el humor, el peronismo, pero también cierta cosa pedagógica para estos tiempos de cuarentena.
–Sí, dentro de las posibilidades y tratando de no ser pesado, intento sumar algún granito de arena en lo que tiene que ver con los cuidados que hay que tener en este momento. Pero claro, si me planto y lo hago yo no tendría la menor gracia. Entonces aparecen Perón, Evita, Alberto Fernández, Borges, E.T. y muchos otros viejos conocidos…
–Woody Allen popularizó una definición que dice que el humor es tragedia + tiempo. ¿Los memes con los africanos que bailan con el féretro son una expresión de que no tenemos mucho tiempo, pero el humor lo necesitamos igual?
–No sé si el humor es exactamente tragedia + tiempo. Tampoco soy muy fan de los memes de los africanos y el cajón. Igualmente, me parece que en la Argentina no llegamos a la parte más dramática de todo. Está el aislamiento, la incertidumbre y algunas muertes de compatriotas, sí. Pero la experiencia en otros países dice que esto se puede disparar mucho más. Si el que muere es uno mucho no se entera. Pero te quiero ver si llegamos a tener amigos y familiares muertos, me refiero en forma más generalizada. En ese momento no tengo muy claro qué va a pasar con el humor. Por ahora todos jodemos con los derivados de la cuarentena. Lo de lavarse las manos cada dos minutos, saludarse con los codos… Pero la verdadera tragedia todavía no explotó.
–¿Qué es el humor?
–El humor es un analgésico. Un leve amortiguador de lo que nos pasa. Pero no hay que atarlo a falsas ilusiones. Es importante que si alguien se lastima una rodilla consulte con un médico. ¡Un tipo que le cuente chistes no le va a servir para nada! (risas) Parece una broma, pero de verdad. Circula cierto pensamiento mágico relacionado al humor que es un poco ridículo. Yo trato de hacer reír, reírme lo más posible, pero apuesto a que el Gobierno siga trabajando para que cada vez tengamos más camas y respiradores disponibles para lo que pueda pasar. En este contexto, el humor también es pura impotencia. No tiene que ver con la alegría ni con tres carajos. No nos va a salvar el humor. También es un síntoma: no puedo hacer nada productivo, entonces me río. Está bien. Me parece piola si ayuda a pasar el momento. Pero estoy en contra de su romantización.
Situación de privilegio
Este verdadero hecho maldito llamado pandemia produce alteraciones profundas en la vida cotidiana que transcurren entre la incertidumbre ineludible del cómo seguirá. Saborido es una persona reflexiva y las reconoce. Las del presente y las del futuro. Pero no deja de subrayar que es un privilegiado. Porque está con su familia y porque cada día tiene para comer. Desgraciadamente, no todos nuestros compatriotas transitan la misma situación.
–Circula mucho el mandato de que durante la cuarentena hay que aprovechar para escribir una gran obra, adelgazar 20 kilos o aprender cinco idiomas. ¿Vos cómo la vivís?
–Claro, imposiciones y más imposiciones. No existen manuales para pandemias porque son circunstancias muy aisladas que pasan cada mucho tiempo, afortunadamente. La Constitución no dice «En caso de pandemia…». Creo que son tiempos para sobrevivir. Me conformo con eso y con que mi familia esté bien. Yo soy naturalmente desordenado. Así que imaginate cuando todos los días parecen el mismo. Me suelo acomodar en función al laburo. Pero no estoy escribiendo más que antes ni a palos. Y leo más o menso lo mismo. Tuve problemas para dormir los primeros días. Y batí mi record con seis siestas en un día: como no había dormido a la noche estaba despierto tres horas y dormía una, otras tres despierto y otra hora de siesta… O algo así. Fue tremendo (risas).
–Aparecen algunas voces muy optimistas augurando el fin del capitalismo y el inicio de nuevos tiempos donde primará una organización social más justa. ¿Cómo te imaginás el futuro después de la pandemia?
–No creo que pase nada tan auspicioso. Esto va a generar un trauma de alcances muy difíciles de augurar. Si tenemos suerte y salimos de esta puede pasar cualquier cosa. A lo mejor en la práctica se establece un darwinismo económico y social más agresivo e imposible de parar. Nadie sabe. Las grandes crisis, y esta lo es, golpean con mayor fuerza a los más débiles. Así que no veo grandes elementos como para ser optimista. Veo resistencias de multimillonarios hasta para pagar un impuesto extraordinario en medio de una pandemia. Así que lo veo complicado.
¿Dónde?
Podés seguir a Pedro Saborido en Instagram, Twitter, Facebook y Youtube bajo el nombre saboridopeter. Y sus publicaciones en la sección Pensamiento Ya de la web del CCK.
Reflexionar y aportar
A Saborido le preocupa la situación de los sectores más postergados. Desde siempre, pero más todavía en una situación tan crítica como la que impone una pandemia. En este contexto, la falta de recursos tiene un impacto todavía más decisivo. El guionista y humorista también destaca el compromiso de quienes le ponen el cuerpo en forma directa a esta situación: «Se habla mucho de que todos hacemos cuarentena y eso es una parte. Mucha gente sale a laburar todos los días porque sus trabajos fueron considerados esenciales. Eso hay que recordarlo, respetarlo y agradecerlo. Y después están también los que se ven obligados a soportar la cuarentena en situaciones de precariedad o gran hacinamiento. Ojalá la presencia del Estado llegue a ellos de la forma más rápida y precisa posible. Por eso nosotros, los que más o menos la podemos ir llevando, debemos reflexionar, dejar de mirarnos el ombligo y no caer en una autovictimización poco sensible. Es lo mínimo que tenemos que aportar.»
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