En la segunda temporada que cierra la historia distópica de El Reino, Nancy Dupláa se pone nuevamente en la piel de la fiscal Roberta Candia y se apresta, no sin ciertas reticencias y temores, a emprender la batalla final contra el dúo maquiavélico encarnado por el pastor Emilio Vázquez Pena (Diego Peretti) y su siniestra esposa, Elena (Mercedes Morán), devenidos en presidente de la Nación y primera dama. En la lucha contra los representantes de la Iglesia de la Luz y su séquito se cifra el destino y viejas antinomias de la Argentina: democracia o dictadura, concentración de la riqueza o la ansiada redención de los desposeídos, corrupción e impunidad, o justicia. A su vez, en términos metafísicos, se juega la ancestral lucha del bien contra el mal.
Para esta pelea, Nancy/Roberta no se encuentra sola. Junto a ella se empoderan las víctimas de los peores delitos del ficticio culto y se convierten en un ejército pacífico liderado por Tadeo Vázquez (Peter Lanzani), así como aparece una joven militante interpretada por Maite Lanata. Del lado del bien, están también Julio Clamens (Chino Darín) y los espíritus de las generaciones muertas y atropelladas en el pasado, que aparecen para atormentar a los falsos profetas hoy a cargo del gobierno.
«La ficción me acostumbró a interpretar ciertas heroínas, en diferentes contextos. Hice de policía en 22, El loco; de abogada en Socias; de obrera sublevada contra las injusticias en La leona, es decir, la energía la tengo. Además, yo conozco el barro, vengo de un barrio de clase media baja y esa fuerza la llevo en mis células y no la olvido a la hora de interpretar», dice Dupláa en charla con Tiempo. «Desde ahí, fui con un traje conocido. A su vez, para la construcción de mis personajes intento dejar bastantes hilos sueltos, porque la atmósfera me da mucho para sacar material. Entonces, termino de armar el personaje en la interacción con mis compañeros, viendo cómo son las escenografías. Todo me inspira».
–¿Cómo fue la evolución de tu personaje entre la primera y segunda temporada?
–No sé si fue evolución o involución (risas). En la segunda temporada, Roberta viene con un plus, mucho más desde las sombras. Queda claro que la situación la pasó por encima. Ella era funcionaria judicial de una localidad y la corrupción y los abusos, en todo sentido, de esta iglesia, eran demasiado para ella, que estaba acostumbrada a los casos de su pequeña fiscalía. Su nombre toma notoriedad pública y con eso vienen también las amenazas de los sectores del poder que se ven afectados con sus denuncias. Entonces, el sentimiento de miedo, que, si bien la acompañaba siempre, en esta segunda temporada se profundiza y la inmoviliza. A la vez, ella continúa con esa necesidad de búsqueda de la verdad, con todo lo que eso implica en la Argentina. Con las banderas intactas, a pesar de los temores. En todo caso, en esta segunda etapa, Roberta muestra su costado más humano, con muchas vulnerabilidades, pero a la vez, en el plano personal, se atreve a la pasión y al amor. Y vuelca eso también en la causa. Se da cuenta de que hay batallas que hay que librarlas siempre, aunque se sepan perdidas. Porque lamentablemente, el desenlace más agrio que dulce da cuenta de que la justicia verdadera nunca gana.
–¿Qué te motivó a aceptar este rol?
–Me pareció una patriada importante poner sobre la mesa un tema poco tratado en la ficción argentina, como es el de los evangelistas y su incidencia sobre la política. Es una realidad que Bolsonaro puso muy de manifiesto, pero que avanza en toda Latinoamérica. Me interesa cuando el arte y la militancia se pueden conjugar. En tiempos de tanta cancelación, El Reino se atreve con dos temas siempre controversiales e incómodos, en los macro y los microescenarios de la sociedad y el Estado. Se suele decir que mejor no hablar de política y religión, y la serie trata de ambos, y entrelazados.
–¿Creés que hay un correlato entre la distopía política de la serie y cierta realidad de la región?
–Sí, en casi todos los aspectos. En Latinoamérica, la iglesia evangelista empezó a ocupar lugares inexplicables de mucho poder económico y visibilidad: están en programas de televisión, en novelas, en el caso de Brasil, en iglesias que se multiplican por todas partes. Desde allí van encontrando agujeros en sectores de la sociedad que necesitan de ese empuje y de esa palabra de amor, por decirlo de alguna manera. El éxito de los discursos cuasi mágicos que prometen bienestar con eslóganes o ritmos musicales efervescentes habla de cierto fracaso de la dirigencia. Cuando hay zonas grises o el Estado deja huecos en lugares a los que no llega, se comienza a pensar que la política no es la herramienta fundamental para cambiar la realidad de la gente. Si bien la historia es una ficción, encuentro algunos puntos que, al menos, hay que mirar con respeto.
–En ese sentido: ¿cuáles considerás que son los principales riesgos que se presentan en la Argentina?
–Los partidos políticos que, como el que plantea la ficción, se erigen en defensores de la República y la moral y son todo lo contrario. Es el mismo peligro de tomar a Dios como el referente de las decisiones y con ello tapar las responsabilidades de esas personas que supuestamente siguen a un mandato divino, mientras se llenan los bolsillos. El evangelismo asociado a la política es un peligro creciente para Latinoamérica. Yo creo que hay gente de fe, muchos evangelistas con creencias y amor verdadero, y eso se ve en personajes como el de Peter (Lanzani) o el de Nicolás García Hume, pero también hay que preguntarse por qué la corrupción y el abuso sexual suele también ser recurrente y hasta estructural en algunas de estas organizaciones religiosas.
–Es interesante que la redención esté encabezada por mujeres. ¿Qué representa el personaje de Maite Lanata en relación con el tuyo?
–Como en la novela Germinal de Émile Zolá, que termina con el germen de la rebelión de los desposeídos, el personaje de Maite (Lanata) es una semilla que viene creciendo, con vocación por la verdad. Interpreta a una legisladora en el principio de la carrera y de la militancia. Literalmente, toca el timbre en la casa de Roberta para que se involucre y salga un poco de las sombras. Volver a actuar con Maite después de Cien días para enamorarse fue un placer. Hay cosas que no cambian, tenemos una relación muy linda, la sigo aconsejando y cagando a pedos (risas). Su papel representa la esperanza, junto al del Chino y al de Peter. Él va a demostrar ese lado de la balanza del bien, del amor verdadero en todo su esplendor. Los jóvenes de esta serie nos van a iluminar de verdad.
–Entonces, ¿no todo está perdido?
–No, la serie también da cuenta de esa efervescencia que hay en toda Latinoamérica por la lucha contra la desigualdad social, lucha que se acrecentó con el resurgimiento de la derecha luego de tener gobiernos progresistas, que estuvieron más cerca de la gente y que dieron derechos a sectores relegados. Es decir, creo que más allá de los problemas, se armó una atmósfera de unión en la región cuando el crecimiento económico comenzó a ser pisoteado por las derechas que emergieron.
–¿Qué sentís de esa parte agridulce, como la llamás, del cierre de la historia?
–Mucha bronca. Todos saben de qué lado estoy. Todos saben qué siento y pienso. La violencia, la impunidad y el cinismo generan violencia siempre. Por eso, hay que ser muy cautos, tener muy en claro cómo decir las cosas, sino nos vamos a matar entre todos. Cuando hay tanta injusticia tenés ganas de ir con un bate de béisbol a romper todo, pero no es la solución. Tenemos el deber, por nuestra ideología, de pensar con claridad y seguir actuando. «
El Reino, Temporada 2
Una creación de Marcelo Piñeyro y Claudia Piñeiro. Con Diego Peretti, Mercedes Morán, Nancy Dupláa, Chino Darín, Joaquín Furriel, Peter Lanzani, Maite Lanata, Sofía Gala y Santiago Korovsky. Dirección: Marcelo Piñeyro.
El arte como militancia
Se avecinan tiempos oscuros, parece decir el final de El Reino, pero también se aventura la necesaria resistencia. Una vez más, Nancy Dupláa parece poner el cuerpo a una de esas ficciones que bien pueden funcionar como espejo de su época, y que suelen advertir peligros latentes que acechan en la sociedad. Entre otras ocasiones, ya lo hizo en 2016 cuando interpretó en la tira de Telefe a María “la Leona” Leone, una joven trabajadora que defendía sus derechos y los de sus compañeros en un contexto histórico de despidos laborales y de intento de implementación del neoliberalismo. Y también vuelve a hacerlo ahora, cuando transcurridos cuarenta años de democracia, para ciertos sectores ésta no es entendida como un valor, y se cree que puede ser reemplazada por neologismos con estatus sagrado.
-¿Cuáles te parece que son los grandes tópicos de El Reino?
-Para mí, el tema central es el poder. El deseo de poder de las personas y, a partir de allí, qué herramientas usan para conseguirlo, con quiénes eligen jugar, y en qué lugar se posicionan: si del lado de los privilegiados o del lado de los relegados en el reparto de las riquezas económicas, culturales y simbólicas. Es una historia que trata sobre qué hacen ciertos individuos cuando adquieren poder: qué derechos deciden defender o no, cuáles eligen vulnerar. En el guión queda al descubierto una realidad que es la de la política en comunión con la religión, la concentración económica, el Poder Judicial y los medios masivos de comunicación, conformando un círculo virtuoso para ellos, y tremendamente perjudicial para la mayoría de los sectores de la población que busca justicia y repartición de derechos en forma igualitaria para todos.