Sin dobles discursos. Cualquiera de las afirmaciones de esta entrevista no solo resisten un archivo: tienen su correlato en una trayectoria que ha hecho de la actuación un juego –como le gusta decir–, pero también un ámbito de compromiso con sus ideas. Mercedes Morán supo construir una carrera exitosa, pero acaso su verdadero triunfo es ser respetada por su talento y coherencia.
En televisión debutó jugando a ser la aristocrática Paola Alvear en Rosa de lejos y se consagró a nivel masivo con la popular “Roxi” de Gasoleros. En estos casos como en muchos otros, interpretó a mujeres de armas tomar. Por eso tempranamente con su pionero rol de Irma Varela Peréz en La señora Ordoñez (1984) demostró que la amante del esposo de la protagonista podía ser una mujer sexualmente libre y no necesariamente tenía que ser mala. En esos años y los siguientes formó partes de ciclos unitarios icónicos que supieron resistir: Nosotros y los miedos (a la dictadura cívico-militar) y Atreverse (al naciente neoliberalismo).
La combinación de ética y política alcanzó su clímax en las elecciones de sus papeles para teatro y cine. “Cuando elijo un personaje yo quiero hablar de un tema en particular”, señala. Lo asombroso es que suele tener cierto don que podría asociarse con la clarividencia, porque frecuentemente lo que quiere poner en primer plano anticipa procesos o humores social. Como si con la actuación cumpliera su sueño de socióloga que se vio frustrado por la dictadura militar. Por citar solo algunos ejemplos, en 2001 interpretó Monólogos de la vagina adelantándose varios lustros a la embestida feminista. En pantalla grande fue la madre del Che Guevara en Diarios de motocicleta y la coprotagonista de la extraordinaria La ciénaga, película clave que presagia la decadencia de una clase media que se haría añicos en diciembre del 2001. En su papel de Cordero de Dios reavivaba el tema de los desaparecidos enlazándolos con el rebrote neoliberal. En Araña, daba cuenta de la persistencia de los fascismos en las sociedades actuales.
Quizás con su actual papel de la pastora Elena en esta especie de distopía realista que describe El reino, Mercedes Moran nuevamente nos alerte del rumbo de un mundo proclive a elegir a líderes mesiánicos con discursos evangelistas a lo Trump o lo Bolsonaro.
–A esta altura de tu carrera ¿qué factores evalúas para aceptar un personaje?
–En general, lo primero que me seduce es el guion. Cuando leo el guion y me encuentro con que el personaje que me ofrecen me depara algo nuevo, que me dispara la imaginación para otro lado… Eso es lo que más me gusta. Pero, por otro lado, no se limita solo al personaje sino también a la historia, la directora o el director. Es una conjunción y en El reino se daba todo. A veces me cuesta terminar leer un guion y eso también lo tomo como una señal. Es como cuando se lee un libro, una novela. Tengo claro que a veces, las cosas que te hacen detenerte no tienen que ver con la calidad de lo que está escrito. A veces sí y a veces con algunas resistencias personales, subjetivas, entonces no aflojo, vuelvo y lo leo más de una vez antes de tomar la decisión. Y termina decidiendo la agenda, claro. Puede que todo esté bien: la historia, el personaje, la directora o el director, pero puede resultar que justo es en una fecha en que estoy comprometida y no sé puede.
–¿Y cuáles factores en particular te hicieron aceptar caracterizar a la pastora Elena?
–Primó el hecho de que es un personaje que no se parece a ninguno que haya hecho yo antes. Para mí, implicaba un desafío enorme poder reflejar en la actuación la contradicción de hacer un personaje tan duro y adusto, y si era necesario ponerse muy expresiva a la hora de comunicarse con los fieles. Pero sobre todo fue un gran desafío interpretar a una mujer de una oscuridad tan grande. Ella se siente y se autopercibe iluminada por su fe. Pero es una persona casi siniestra, con una oscuridad y un misterio que lo oculta todo. Casi no importa lo que oculta de los negocios, sino lo que oculta de su propio ser interno. Esos personajes generan preguntas del tipo cómo es la sexualidad y cómo es la intimidad de esa mujer, cómo es como madre y eso me parecía que lo volvía un personaje. En cuanto lo leí, leí la serie, me encantó. No dudé.
–¿Cómo construiste un personaje de una maldad sin ambages? ¿Te basaste en personajes reales, en alguna circunstancia evangélica conocida o alguna pastora famosa?
–No, no me basé en personajes públicos ni en pastoras. Pero hay referentes reales. Sí, me baso en mujeres, pero nunca lo digo, ni siquiera a ellas porque a veces son muy cercanas a mí. Por suerte, nunca se dan cuenta (risas). Pero con respecto a la primera parte de la pregunta, a pesar de todo, la pastora me parece valiosa. Primero porque no juzgo a ninguno de los personajes que hago, sino que trato de entenderlos y comprender las razones para hacer lo que hacen. Y la pastora está llena de razones para hacer lo que hace. A pesar de su oscuridad, de su dureza y de esa cuestión fundamentalista tiene una fuerza que se sobrepone a todo. Hay algo de ese esfuerzo que hace por sobreadaptarse a cosas tremendas que me da pena y me provoca algo de empatía. Me da curiosidad saber que hay detrás de esa máscara, lo que oculta de manera personal. No la plata. Lo que oculta como persona y como mujer.
–¿Te parece que al estar empoderada en cierta forma es reflejo de las luchas actuales de las mujeres?
–La pastora está en contra de todo lo que tiene que ver con los derechos de las mujeres. Es muy conservadora. Pero es muy fuerte y poderosa. Es muy atractivo esto de ver, representar y analizar mujeres de otra época, de un universo tan lejano a mi realidad, pero que son muy fuertes y a la vez muy de derechas. La pastora pone toda su fortaleza y su lucha al servicio de la causa en la que cree. Sus causas son completamente opuestas a la que yo pueda tener en mi vida. Pero son mujeres destacables. Es curioso que mujeres tan fuertes hayan hecho de las causas de sus existencias no para conquistar derechos sino para conservar el statu quo como está, que en cierta forma las rebaja. Esa es la gran diferencia.
–¿Creés que la realidad político-religiosa que se describe en El reino refleja un peligro para la Argentina o una realidad latinoamericana a lo Bolsonaro, por ejemplo?
–No. Lo que más me atrajo fue que está escrito en términos de ficción cien por ciento. No es una serie costumbrista sino una gran producción donde se abordan dos universos como son las iglesias y el de la política. Le encuentro un paralelismo a este brote de fundamentalismos en el mundo más allá de Latinoamérica y que nos trasciende como continente. Es como Years and Years, que aborda también el tema de la política o El cuento de la criada, estas series que son pura ficción, pero se da esa cosa loca de correlato o de espejo con la realidad.
–¿Qué lugar ocupa para vos la política en tus elecciones artísticas?
–Generalmente en mis elecciones hay algo muy personal. El personaje o la historia expresan ese tema en particular del que yo quiero hablar y me afecta personalmente. Sobre todo, eso lo hago en teatro porque es un compromiso que se sostiene en el tiempo. Y entonces por un tiempo hablás de un tema que te interese y eso sostiene el deseo de seguir haciendo funciones una temporada larga. Lo que me interesa como persona en este momento y que veo en esta serie es abordar este tema de las ideas extremas, de los fundamentalismos en el mundo, de cualquier origen y de cual signo. Todos son peligrosos.
–¿A qué personajes les dirías siempre que no?
–No, no le diría siempre que no a nada. Cualquier cosa que me resulte atractiva, que me despierte la imaginación y me active el deseo me hace decir sí. Me acuerdo de que una vez me preguntaron si yo esperaba, si yo no había hecho personajes clásicos como Lady Macbeth. A mí me interesa tanto hacer Lady Macbeth como Lady Di. Para mí es igual. Si tengo que interpretar a Lady Macbeth, voy a un seminario con un maestro e investigo y veo los instrumentos con los que cuento. Nunca manejé mi carrera con una estrategia. No creo en mi trabajo en términos de carrera. El punto es que lo próximo me entusiasme, que lo próximo me reavive el deseo, que yo vaya contenta y con ganas y con miedo a trabajar en una serie de televisión, en una telenovela, en un unitario. Y sobre todo que pueda jugar. Ese es mi motor.
–Y así pasaste de Tota Maradona a las pastora Elena, por ejemplo.
–Es lo más parecido a jugar. Yo quiero conservar ese espíritu que teníamos cuando éramos chicos. Para mí la actuación es juego, un juego comprometido, pero un juego al fin. «
El Reino
Dirección: Marcelo Piñeyro. Guión: Marcelo Piñeyro y Claudia Piñeiro. Elenco: Diego Peretti, Mercedes Morán, Chino Darín, Nancy Dupláa, Peter Lanzani y Joaquín Furriel. Estreno: 13 de agosto, por Netflix.
Un ajedrez entre religión, política y negocios
El punto de partida de El Reino pareciera remitir a una obra de realismo mágico latinoamericano: para ganar las elecciones, un político debe sumar a su fórmula presidencial la candidatura de un líder religioso evangelista. Pero lamentablemente tiene peligrosos puntos en común con la realidad global. En 1989, en la Argentina, el slogan con reminiscencias cristianas “Síganme” de Menem resulto clave en el triunfo electoral que daría lugar a la consolidación económica, política y cultural del neoliberalismo que no había conseguido la dictadura. En el 2018 Jair Bolsonaro acumuló electores con un discurso centrado contra la ideología de género y fuertemente apoyado por un canal liderado por un pastor evangelista que previamente conquistó al público con telenovelas de temática bíblica. El mismo año, la conservadora y ultracatólica Jeanine Añez tomaba por la fuerza el poder en Bolivia entre bendiciones divinas y loas y glorias a Dios que había permitido que la Biblia vuelva a entrar al Palacio presidencial.
Creada por el cineasta Marcelo Piñeyro y escrita por él en dupla con la escritora Claudia Piñeiro, la ficción caracterizada bajo el género de thriller político se complica cuando el pastor interpretado por Diego Peretti es víctima de un atentado que termina asesinando accidentalmente al candidato principal a presidente. Pero el crimen posibilita la siniestra oportunidad de que el líder mesiánico acceda a la primera magistratura de la Nación. La tensión está centrada en descifrar las motivaciones y los culpables del asesinato mientras ve la luz una compleja red de corrupción económica que involucra a la iglesia evangelista y el poder político y judicial y las miserias personales de los personajes involucrados. La serie está compuesta por ocho episodios de aproximadamente una hora y cuenta con un elenco estelar encabezado por una descollante Mercedes Morán, Chino Darín, Nancy Dupláa, Peter Lanzani y Joaquín Furriel y secundado por Daniel Fanego, Alejandro Awada, Vera Spinetta y Sofía Gala, entre otras y otros.