Es una figura ineludible del teatro argentino. Se define como un lector compulsivo, entiende la jardinería como un espacio de reflexión y es un convencido de que el arte cambia al mundo.
Su actividad formativa es intensa. Es el creador de la Carrera de Dramaturgia de la Escuela Metropolitana de Arte Dramático de la Ciudad de Buenos Aires (EMAD), donde es responsable de su cátedra de Taller y de la coordinación pedagógica. Por citar apenas un ejemplo de su gran trabajo e influencia en ese ámbito.
-¿Qué influyó de su infancia para que el teatro sea su camino?
-Alguna vez escuché que el mundo se ve con los ojos de la infancia. Todo lo demás es recuerdo. Es muy poderoso el concepto. Porque cuanto más pasa el tiempo, más descubre uno que buena parte de lo que hace lo descubrió en la infancia. En mi caso creo que fue la lectura compulsiva lo que me marcó.
-¿Fue un lector apasionado?
-Efectivamente. Pero me gusta la palabra compulsivo. Es más adecuada. No había televisión, entonces mi refugio eran las revistas y los libros. En casa me permitieron acceder a los libros que yo quería y entré a ese mundo para descubrir qué había del otro lado de cada página escrita.
-¿Se preguntaba cómo fue escrito eso que le gustaba?
-Exacto. Eso no les pasa a todos los lectores. Y bueno, ahí encontré el empuje que me permitió a los 20 años ya tener mis primeros cuentos. Gané un concurso y eso me dio la confianza para dedicarme a esta profesión.
-¿Nunca soñó con dedicarse a otra actividad?
-Sabés que no. Desde siempre me gustó esto. Y al ganar ese concurso, contra escritores ya publicados, se me abrieron puertas. Fue como un relámpago, tan fuerte, que me iluminó el campo: vi lo que podía hacer.
-¿Cuál es la diferencia entre el teatro y la narrativa?
-Escribir algo literario es más solitario, en realidad tanto para escribir como para leer. Vos y las hojas, y las letras. El teatro siempre es compartido. Siempre.
-¿Para leer hay momentos ideales?
-Cuando sos goloso, te clavás lo que venga y donde sea. Esto es igual. Leo todo lo que pasa por mis manos. Tengo poesía, novelas, ensayos, a medio leer por toda mi casa. Ayer compré una biografía de Miguel de Cervantes en una feria y al llegar a casa lo apoyé sobre un libro de Silvestre Byrón sobre cine experimental.
-¿Qué otro libro tiene a lado?
-Está Un ladrido de perros a la luna, del periodista y escritor Daniel Roncoli, que cuenta la historia del catch en la Argentina. Yo agarro lo que aparece y en el orden que se presente. Y puedo leer a la noche, a la mañana o media tarde, cuando tenga un minuto, me mando un par de páginas. Pueden ser autores que me marcaron como Quiroga, Arlt, pero quizás algo no tan conocido o de cualquier cosa.
-¿Hay maridajes ideales para estos menesteres?
-Es muy personal. Yo soy más del mate para acompañar un buen momento de lectura. Pero quizás en el formato audiovisual, mirando series o películas, nunca me falta la copa de vino. Las ficciones y el vino se llevan muy bien.
-¿Por qué será?
-Te afloja, deja fluir todo con otra cadencia, te permite una gran identificación porque te metes más en la historia. Pero bueno, en la lectura es otro esfuerzo intelectual, si leyera con un vinito me despistaría.
-Nombró las series ¿Hay algunas que prefiere?
-Me gustan muchas y me gusta ver variado, de diferentes géneros, estilos y orígenes. Tengo un par que nunca las termino de ver a propósito.
-¿Por? ¿Cuáles son?
-Son una especie de dosis curativa, para cualquier estado de ánimo bajonero. Cuando la realidad me amarga, llega un momento que digo chau y veo un par de capítulos de The Office, por ejemplo. Pero te repito: veo de todo y varias a la vez.
-¿Que tarea del ámbito casero es su preferida?
-Desde hace muchos años encontré la jardinería como lugar de escape y reflexión, con un efecto terapéutico extraordinario. Meter la mano en la tierra es hermoso. No hay un día en el que no esté trasplantando, o cosechando o pasando de una meseta a otra. O haciendo compost.
-¿Cómo describiría la sensación de encontrarse con el tiempo de las plantas?
-Me tranquiliza. Me saca de la vorágine. Me aleja de esa sensación de que el tiempo es tan volátil que resulta muy difícil medirlo. Le exigimos al tiempo una velocidad que resulta imposible. Queremos que lo que deseamos aparezca en el momento que lo deseamos. Y una planta tarda meses, a veces una flor tarda semanas para abrir. Es una manera de contactar con la naturaleza y con lo real. Me sirve que la naturaleza me muestre sus tiempos, me pone en caja.
-¿El arte cambia el mundo?
-Soy un fanático convencido de que sí. Efectivamente lo hace, no solamente puede, sino que lo hace de manera ininterrumpida, desde que existe el hecho artístico. El ser humano no tiene muchas veces manera de mirarse, uno está con su rulo en la cabeza, y sólo se puede desde el punto de vista de otro.
-¿No se puede lograr de otra forma?
-La filosofía es compleja, el psicoanálisis también y además caro. La religión podría, pero se necesita un acto previo que es el de la fe. Fuera de eso lo único que lo logra es el arte. La ficción te hace mirar a un personaje y eso transforma. Si no lo hace pierde el sentido. «
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