Personajes delirantes, historias increíbles, efectos especiales y mucho color para ver la complejidad de la vida desde ángulos impensados.
El caballo más querido de los ‘90 vuelve veinte años después. Pero ya no es tan famoso, vive en Los Ángeles -con humanos y otros animales antropomórficos- y mientras los cogeneracionales ya no se acuerdan tan bien de él, los más jóvenes se ríen un poco (o bastante). Para quienes no lo conocen, BoJack Horseman es un caballo-hombre que llegó muy rápido a la cima y ahora no sabe muy bien qué hacer con su vida (casi la historia de muchos rockeros de antaño, y de algunos cineastas, por cierto). Además de toda la gracia del personaje y de sus amigos de siempre, lo bueno es que BoJack sigue los tópicos de la década según pasan los años. Así aparece como un loser total en su primera temporada (2014), refractario a cualquier propuesta femenina de tener hijos, luego muestra un cambio de actitud -más bien recurre a la autoayuda-, y dice que puede cambiar, y eleva su cuota de cinismo, y sigue en la temporada siguiente con problemas por la falta de afecto y las dificultades para conectar con los demás. Así hasta que llega a 2019, el año previo a la pandemia, su última temporada.
Disponible por suscripción en Netflix.
Rick y Morty
Tan alocada como la anterior pero más freak, podría decirse. Un intercambio intergeneracional que también es crítico a ambos lados de ese puente. Rick Sánchez es un hombre mayor, de la generación boomer, y científico (además del rock, los boomers amaban la ciencia y la psicodelia). Y decide, después de 20 años, volver a vivir con su hija, su marido y sus hijos Morty y Summer (o sea, sus nietos). El tema es que Rick inventa una pistola que le permite abrir un agujero en el espacio dimensional que se encuentra para trasladarse a otras dimensiones, cada una más alocada que la otra. Y toma la mano de Morty para que la acompañe: el chico es un centennial bien subestimado por aquellos viejos que reinaron en el siglo XX. Además de las aventuras propiamente dichas, todos los personajes son réplicas del mismo grupo familiar, en un ensimismamiento de fisonomías y personajes que refieren a la autorreferencialidad tan inagotable como cansadora de la década. Desopilante por donde se la mire, carece de tiempos reflexivos a lo BoJack, y esa es una manera de producir reflexión.
Disponible por suscripción en HBO Max.
Primal
Tan loca como las demás pero totalmente existencialista (y sin diálogos). El creador de dos joyas como Samurai Jack y El laboratorio de Dexter se pone filosófico (que ya lo era, pero aquí sin el humor como una de sus herramientas principales) y produce, en un momento histórico imaginado, el encuentro de un Homo Sapiens nómade que habita en cavernas y un dinosaurio. La desconfianza es mutua y grande, pero el mundo está más hostil que de costumbre, el salvajismo crece, casi como si se avecinara una apocalipsis ecológico/ climático. Entonces lo mejor es ver qué pasa si colaboran el uno con el otro para sobrevivir.
Disponible por suscripción en HBO Max.
Undone
Alma, tras sufrir un accidente casi fatal, descubre que ha adquirido el poder de transitar libremente a través del espacio y el tiempo. Alma, también después de ese accidente y a partir de la experimentación, descubre de a poco que su padre también poseía el don. Y en ese descubrimiento que la maravilla, también se entera que por experimentar con él tuvo rencillas primero, y peleas después con su madre. Peleas que llevaron al borde de la separación y que, en la formación de Alma, resultaron de una gravedad que no repercutió en su hermana, otra protagonista fundamental de toda esta historia, que funciona como la otra cara de la moneda. Con Rosa Salazar como Alma y Bob Odenkirk como su papá (Jacob Winograd), con la peculiaridad de que ambos personajes animados se parecen a los Salazar y Odenkirk reales.
Disponible por suscripción en Amazon Prime Video.
Love, Death & Robots
Presentada por Tim Miller y David Fincher, forma parte de esas historias que de tan locas por su fantasía o su despropósito, los autores sólo pueden contar por medio de la animación (que por otra parte les permite licencias visuales que de otro modo serían mucho más difíciles de lograr, sea por imposibilidad fáctica o económica). Aquí se trata de entregas en episodios, la mayoría no relacionados entre sí, y animados y guionados por autores diferentes. El mínimo común denominador parece ser que los protagonistas sean seres terroríficos, deformes, freaks increíbles o haya sorpresas retorcidas y humor negro, de ese que en la memoria colectiva de los criados en el siglo XX siempre remite a Stephen King (que, por cierto, nada tiene que ver con esta producción). Funcionan a la manera de los episodios de Black Mirror: si ahí la convergencia es el mundo formado a partir de Internet y sus sucursales, aquí se trata de la imposibilidad de racionalizar los actos de las personas y los acontecimientos, aunque eso no los haga menos queribles a unas, ni creíbles a los otros.
Disponible por suscripción en Netflix.
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