Protagoniza “Romina Smile”, el film de Pablo Stigliani, uno de los primeros que retrata el derrumbe social y económico impulsado por el presidente Milei. Interpreta a una madre que ya no recibe propuestas de trabajo e intenta reinsertarse laboralmente.
A la vez que brinda un relato intimista y sutil, el director da cuenta del contexto de creciente desocupación de la realidad argentina actual. Como Puan (Alché-Naishtat, 2023) en relación con la crisis de las universidades, seguramente Romina Smile pasará a la historia como la primera película hija de la era Milei que se centra en la gravosa crisis de los sectores sociales desfavorecidos. Como en los ’90, como en el 2001, el nuevo cine argentino vuelve a posicionarse en su tradición de denuncia social. Para ello, Stigliani cuenta con el protagónico descollante de Gusmán, una actriz de excepción, que desde Leonera (Trapero, 2008) ha encarnado personajes inmersos en contextos y problemáticas de desigualdad social.
–¿En qué te parecés y en qué te diferenciás de Romina?
–Romina es un personaje con una fortaleza inmensa, con mucha dignidad, resiliente y a la vez vulnerable. Me identifico con ella, en que, como yo en algún momento, se encuentra en una crisis de mediana edad, en un momento muy fuerte del ciclo vital donde tiene que reinventarse, tiene que entender cómo seguir. El filósofo Confucio decía que tenemos dos vidas, la segunda comienza cuando nos damos cuenta de que la vida es una sola. Frecuentemente, las mujeres a los 40, los varones más a los 50, comienzan a pensar qué quieren hacer en la mitad de la vida que les resta. Es la conciencia de la finitud, de que la vida no es eterna. Nos diferenciamos mayormente con Romina en que yo nací y crecí en una situación social privilegiada, con más oportunidades. Pero Romina Smile también es una película que habla de las segundas oportunidades.
–¿Cómo resolviste esa crisis existencial a nivel personal?
–Llegué a un punto de mi vida en el que elegí ser la mitad del tiempo psicóloga y la mitad, actriz social, es decir una actriz que aborda papeles con temáticas sociales. De esa manera, pienso desde diferentes culturas cómo sanar traumas y heridas individuales, pero también sociales.
–¿Qué representa Romina Smile para las luchas de las mujeres y en términos de una lectura feminista?
–Hay una temática central en la película que tiene que ver con la cosificación del cuerpo de la mujer. La mujer-objeto en cuanto a su cuerpo: un cuerpo que ingresa al sistema en una determinada edad y que luego es expulsado del sistema a otra determinada edad. También de los roles que la sociedad y el inconsciente colectivo asignan a una mujer: madre, pareja, hija, trabajadora. Hay una desigualdad de género estructural que parece persistir a pesar de las luchas de las mujeres de las últimas décadas.
–La película la empezaron a grabar en el 2022, pero tiene una impactante actualidad en relación con la realidad socioeconómica y política. ¿Qué sentís cuando ves esa capacidad de presagio del cine?
–No deja de sorprenderme. Pero evidentemente, el cine absorbe sensibilidades, dolores que flotan en el aire y luego se materializan. Efectivamente, la empezamos a grabar en el 2022 y no pensamos que iba a ser tan actual como está siendo ahora. La película transmite un ambiente de mucha desolación que parece captar los aires de estos tiempos. También está la idea de que hay que seguir, aunque con bastante menos motivación en un contexto de aumento del desempleo y de cambios vertiginosos que se dan en pocos años. Si uno no entiende, por ejemplo, que el currículum ya no es un papel, puede quedarse por fuera del sistema. El sistema cambia velozmente a nivel global y tiende a excluirte sino te adecuás a los cambios. Ni hablar de la Argentina, con la crisis que estamos pasando.
-¿Cómo definirías la película en términos de género?
-La película es un drama social. A nivel social, habla de las desigualdades de oportunidades en función del estrato social. Pero también de las desigualdades de oportunidades en términos etarios: no sólo la de Romina, también la de su jefa, la de la señora ya mayor, la del hijo que está viendo cómo se inserta en un mundo laboral y social muy cruel. Hay una parte que interpela a Romina a nivel individual, pero hay una parte que trasciende y que es macro-social.
–¿Cómo logra la película narrar una historia intimista y a la vez social?
–Va de la representatividad de lo micro a la expansión de lo macro. Ahí podemos ver diferentes estratos o capas en función de esa estructura. Hay una película más explícita que tiene que ver con la denuncia del desempleo, de las pocas oportunidades que tiene una mujer de 40 años de sectores populares que se queda sin empleo. Y sobre todo, una mujer que tenía un empleo basado en su juventud y en cierto canon de belleza física. Luego, hay un aspecto más sutil que tiene que ver con cómo construir ese tempo dramático. Con silencios, con lo lúdico, con la libertad sexual. Hay una decisión artística de situarse en el punto de vista del personaje principal que no es solamente estética, sino también narrativa. Desde el shock inicial hasta la deconstrucción final se va creando una atmósfera cada vez más áspera. Sin embargo, hay un final abierto. No digo esperanzador, pero sí de cierto asentimiento. No es resignación ni aceptación, es asentimiento. Asentir esa realidad del ahora.
–Resulta particularmente emotiva la manera en que se presenta el vínculo entre Romina y su hijo. ¿Cómo lo construyeron?
–Fue ensayar mucho las escenas y compartir también mucho tiempo con Miranda (Castiglione). Porque lo vincular se cuenta a partir de cuestiones sutiles, por ejemplo, a través de mostrar cómo están durmiendo en la cama. O, a partir de simples miradas que dan cuenta de la conexión. Por más que está fuera de campo y no se cuenta, el espectador imagina que madre e hijo crecieron juntos. Hay entre ellos una complicidad que muchas veces se da entre una joven madre soltera que hace lo mejor que puede con un hijo al que no le lleva tantos años.
–Si tuvieras que elegir dos escenas de la película que te interpelan de manera personal, ¿cuáles serían?
–Una escena que a mí me conmueve mucho y que tiene un nivel de simpleza muy grande es el primer momento en que ella se baña con agua caliente después de todo lo que está transitando. Me parece muy bien representada la dignidad, la fortaleza y la resiliencia en una escena muy cortita, muy sencilla. Es tan sólo la ducha cayendo sobre mi cuerpo, sin gran despliegue. También me gusta algo del final que no voy a espoilear y que tiene que ver con cómo seguir adelante cuando la motivación es tu hijo. En ese seguir hay algo de esperanza que tiene que ver con lo más profundo de lo humano.
–¿Qué importancia tiene seguir visibilizando diversidades sexuales alternativas a la heteronormatividad?
–Me parece vital. Como humanidad somos muy ignorantes respecto de las complejidades del deseo, de las diversidades y de las identidades de género más allá de la propia e incluso de las posibilidades de expandir las propias. Cuanta más información y más naturalización hagamos de identidades diversas empezamos a construir una cultura que amplía registros. La película lo aborda con naturalidad, sin poner el foco exacerbado. Por ejemplo, cuando Romina maquilla a su hijo.
–¿Qué importancia le asignás a estrenar una película de denuncia social en este momento?
–Estamos atravesando una etapa de mucha incertidumbre: a nivel del mundo, a nivel país y a nivel industria. Pero en ese desconcierto puede haber una ebullición de la cultura como hubo en los años ’90, donde nació el nuevo cine argentino, verdadera vanguardia hija de la crisis. Es una de las maneras que encuentra la sociedad para salir adelante. Lo que cura a las personas individual y colectivamente es la posibilidad de poder expresarse, de hacer catarsis y eso se hace a través de la cultura, del cine, de las artes. Por eso, estrenar hoy una película es una forma de resistencia e ir al cine, apoyar al cine argentino también es resistir. «
De Pablo Stigliani. Con Martina Gusmán, Vladimir Durán, Miranda Castiglione y Catalina Motto. En cines.
Hace pocos días Martina Gusmán estuvo en el Festival de San Sebastián, donde el cine argentino recibió un efusivo apoyo internacional como respuesta a los constantes ataque del presidente Milei al sector y el desfinanciamiento del Incaa.
-¿Qué sentiste frente a todo ese apoyo?
-Lo que ocurrió en San Sebastián fue muy conmovedor. Yo no pude estar en el evento completamente porque estaba haciendo prensa de la película. Pero desde hace 20 años, estamos con Pablo (Trapero) yendo a los diferentes festivales internacionales, siendo parte de esa ola del nuevo cine argentino y viendo la construcción que se fue haciendo y viendo como esa comunidad, ese ATP tour del cine como le llamamos con Pablo. Se ha conformado una familia del mundo del cine a nivel internacional. Es emocionante ver la preocupación genuina de toda esa gente de todas partes del mundo, de venir, de preguntar, de brindar su apoyo incluso en charlas individuales. Es lo que algunos psicólogos llamamos expresión sana, la capacidad que tiene toda cultura de expresarse. Es necesario debatir, hacer catarsis, debatir lo que está pasando a nivel individual, colectivo y social. Para eso soy psicóloga y actriz. Poder decir y contar es vital. Es lo que hizo el cine argentino en los últimos veinticinco años y logró un crecimiento y un reconocimiento a nivel internacional. La acción política concreta en San Sebastián es parte de ese reconocimiento.
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