Si algo le faltaba a Mariana Enriquez para elevarse al rango de rockstar local de la literatura de horror, es un espectáculo propio en el Teatro Coliseo. Aunque el título No traigan flores tiene reminiscencias de alguna vieja película de Doris Day, nada más alejado de la blonda actriz de comedias blancas que la imagen gótica, oscura, anticonvencional y con cierto aire perverso que proyecta la escritora argentina, que se erigió en una de esas raras avis que combinan el prestigio de la crítica con la masividad del público. En efecto, la ganadora del Premio Herralde de Novela 2019 por Nuestra parte de noche es la misma que rápidamente agotó las 1700 butacas del teatro a partir de un evento literario.
«Básicamente voy a leer y comentar algunos textos propios: cuentos cortos, ensayos periodísticos, fragmentos de la novela, escritos de diferentes épocas, de todo un poco», cuenta Enriquez sobre la propuesta. «A la vez, les voy a hacer alguna intro, situando al público, contando la cocina de los relatos, para darle un backstage, un contexto. Van a estar las ilustraciones con arena de Alejandro Bustos, que son muy locas y que, para mí, evocan cuentos de hadas medio macabros. A su vez, va a participar Horacio Hurtado con el contrabajo para darle un ambiente medio gótico. A pesar de esta escenografía y este ambiente, quiero aclarar que no va a ser un espectáculo actuado. Después de leer, voy a hablar un rato largo con la gente, una media hora. Luego, vamos a regalar libros firmados en español y en otros idiomas. En definitiva, para mí, el espectáculo es una especie de encuentro con la gente para hacer una vez más lo que vengo haciendo desde hace tiempo, pero en un contexto más estilizado y más cuidado».
–¿Cuál fue el criterio de selección de los textos y cómo los ordenaste para la lectura?
–Hay de todo. Voy a leer un cuento inédito. Hay mucho de El otro lado (una selección de su obra periodística, N. de R.), por una razón sencilla: y es que son textos más breves. La onda es no dormir ni atosigar a la gente. Un cuento tardás media hora en leerlo, y tanto cuento corto no tengo. Quizás escriba algo especialmente en estos días. En cuanto al orden y a la estructura, hay una decisión de ir por distintos climas. Algunos textos son muy personales, de cosas que me gustan y que no, las obsesiones y fetichismos de siempre. Otros textos de amor y locura, un poco de ficción, política, hasta llegar a la novela, que me parece un compendio desmesurado de todo lo que escribí. Voy subiendo desde la pequeña anécdota hasta una cosa más intensa emocionalmente, y termina con ficción, in crescendo.
–¿Por qué el título No traigan flores?
–Se le ocurrió a Paula (Niccolini), la productora. A mí me divirtió porque tengo el fetiche de los cementerios. También se lo puede relacionar con los vampiros, esos seres encantadores que, por su condición de no estar ni vivos ni muertos, tampoco suelen recibir flores. A mí me encantan las flores, pero no doy el perfil de alguien a quien le traen un ramo y se sonroja. Paradojalmente, si ocurriera, me pasaría eso (risas). Pero tiene que ver con lo que proyectás, y mi imagen no está asociada a alguien convencional a quien se le regala flores. En todo caso, el título del espectáculo es un chiste que funciona.
–A la hora de seleccionar, ¿hay personajes, tópicos o textos que consideras imprescindibles?
–Sí, leer algo inédito y leer algo de la novela Nuestra parte de noche. Sin la novela no hubiera ocurrido este espectáculo, porque me creó una cantidad importante de lectores. Lo demás se trató de acomodar a esta estructura y para que no hiciera dormir a la gente.
–¿Por qué crees que Nuestra parte de noche generó ese público tan amplio de fans entre las y los jóvenes?
–Es petulante que yo misma intente descifrar eso. Supongo que ayuda el género al que me dedico. El terror suele ser un lenguaje que atrae a las juventudes. Máxime cuando el horror amenaza al erotismo, como sucede clásicamente (esa síntesis o metáfora perfecta de placer y muerte). Por otro lado, para mí el terror es un género privilegiado para hablar de temas políticos y sociales. La juventud está atravesada por la política, digan lo que digan. Basta ver las edades en las marchas por el aborto y las luchas de las mujeres, entre tantos ejemplos. Pero también tengo los lectores de mi edad que fueron jóvenes en los años noventa de la fiesta menemista, que vivimos la infancia en la dictadura, y la adolescencia en la efervescencia democrática y la hiperinflación de Alfonsín. Creo que sólo se sobrevive conscientemente a todo eso con una enorme capacidad de adaptación y de disfrute. Procesar esos contextos precisan de evasión y de cierta apelación al pop y a la literatura fantástica.
–Desde tu primera novela Bajar es lo peor hasta Nuestra parte de noche, ¿qué recurrencias y qué diferencias encontrás?
–Hay muchos recorridos similares. Nuestra parte de noche es la novela de una escritora más madura, que tiene más herramientas. Persisten las mismas obsesiones: la belleza, el sexo entre varones, la atracción, lo sexual, el mal, los vampiros, todo eso es bastante parecido. También la inmensidad de las relaciones: entre un padre y un hijo, Juan y Gaspar en Nuestra parte de noche, o entre el hermoso Facundo y el atormentado Narval, los amantes de Bajar es lo peor. Sin embargo, en la última novela, la escritura es más arquitectónica.
–Tenés la rara cualidad de navegar como pez en el agua entre la literatura y el periodismo. Y escribiste textos periodísticos –no puedo dejar de pensar en «El duelo creativo», dedicado a Nick Cave, las narraciones sobre Sylvia Plath y Ted Hughes, la escena de Mary Shelley con el corazón de su esposo muerto– con inefable belleza literaria. ¿Cuál es la diferencia entre ambos géneros?
–A esta altura, la diferencia entre la literatura y el periodismo ya no está tan relacionada con la estética, sino con la data. Por ejemplo, cuando yo escribí La hermana menor, no podía inventar nada sobre Silvina Ocampo. Sólo podía contar a partir de lo que tenía, de lo que había recopilado. Mi imaginación en el texto se reducía a ciertos juegos de lenguaje y a presentar situaciones bien narradas. El periodismo no es una narrativa que te ata totalmente a la realidad, pero sí a los datos, a la honestidad de los datos. La honestidad consiste en tratar de interpretar los datos sin malinterpretar. La otra diferencia es de tiempos: la inmediatez de un trabajo periodístico (que frecuentemente es urgente y se hace de un día para otro) le quita la posibilidad de darle una belleza e impacto más pulidos y complejos. Para mí, el ejemplo del escritor es (Truman) Capote: un tipo que te hace reportajes que son una maravilla. O un libro de non fiction como A sangre fría. Pero que también es extraordinario cuando escribe ficción. Yo empecé escribiendo literatura, por lo tanto, el camino para mí es al revés. Yo me siento primero una escritora de ficción y después alguien que tiene la habilidad de escribir y puede hacer periodismo. Pero antes, en otra época, eso era bastante común. La mayoría de los periodistas eran escritores: Roberto Arlt, o Borges y sus críticas de cine, por ejemplo.
–En El otro lado confesabas que no eras tímida, pero sí insegura. ¿Qué inseguridades superás o te genera el espectáculo?
–La mayor inseguridad que tengo es que yo creo que no leo muy bien. En cambio, charlar y conversar con la gente me da menos inseguridad, pero me parece más chanta (risas). Porque no se trata de «El show de Mariana». Yo escribo, no hago stand up. Entonces leo. Pero lo que más me entusiasma es encontrarme con los fans, hablar con la gente, Amo a los fanáticos, desconfío de quien no se obsesiona con algo o no es fanático de alguien o algo.
–¿Hay algún texto que te emociona leer particularmente?
–Si el escritor se emociona con sus propias cosas es un poco vergonzoso. Es como decir: «¡Qué maravilla lo que escribí!». ¿Qué le pasa a esta persona? No te podés amar tanto, sos ridícula. Con las cosas que pasan y vos emocionada con tu textito de morondanga. Además, el proceso de escritura es totalmente frío. Yo siento pavor de la gente que dice: «Me asusté de lo que escribí». Pero, ¿de qué te vas a asustar? En literatura, vos armás una escena con total frialdad. Nadie se asusta de su lado oscuro, a lo sumo te contiene, pero no te asusta. Salvo que en tu lado oscuro tengas ganas de matar criaturas. Pero si en tus fantasías buscás cosas fetichistas, medio rebuscadas en internet, eso no te asusta, te da placer.
–Pienso en Las cosas que perdimos en el fuego. ¿Qué sentís cuando volvés a leer en público un fragmento de ese relato?
–Yo trabajo con violencias y cosas por el estilo, pero yo no le prendo fuego a las mujeres. Los varones les prenden fuego a las mujeres. Yo lo narro en un cuento. A lo sumo, estoy explorando y exorcizando un miedo mío, un miedo social o un horror social. Termino de escribir y digo «¡Qué loca que estoy!», pero no digo «¿De dónde habrá salido esto?». Salió de la vida. Entonces, cuando un escritor se enamora de sí mismo, como cualquier persona que se enamora mucho de sí misma, es un poco vergonzoso. Incluso si sos narcisista, tenés que demostrar algo de pudor, ocultar que estás tan encantado con vos mismo. «
No traigan flores
Un espectáculo de Mariana Enriquez. Con Alejandro Bustos (ilustraciones con arena), Horacio “Mono” Hurtado (contrabajo) y Pablo Ledesma (saxo). Jueves 16 de marzo a las 20 en el Teatro Coliseo, Marcelo T. de Alvear 1125.
En la pantalla grande también
Aunque ella señala que desde hace rato no tiene novedades y que le perdió el rastro al asunto, dos textos en los cuales Mariana Enriquez deslumbra combinando horror y crítica social, «La virgen de la tosquera» y «Las cosas que perdimos en el fuego», ya se convirtieron en guión para el cine. En el primer caso, será una producción argentino-mexicana dirigida por Laura Casabé y guionada por Benjamín Naishtat. A su vez, la encargada de adaptar «Las cosas que perdimos en el fuego» es Prano Bailey-Bond, una conocida y prestigiosa directora británica de películas de terror –como Censor y los cortometrajes Nasty y The Trip, entre otros– quien ya habría finalizado la escritura junto a Anthony Fletcher. En este caso, la producción estará a cargo de Rodrigo Teixeira de RT Features, responsable del film Call Me By Your Name, basada en la novela de André Aciman.