“La escribí casi a partir de un chiste, porque siempre decía que quería escribir ficción y cuando me preguntaban si estaba escribiendo algo, decía: No tengo tiempo.” Claro que esa es sólo la anécdota que llevó a María Pía López a escribir en 2010 No tengo tiempo: cuando algo dentro late fuerte, la anécdota es como una esclusa que se abre para liberar el torrente. Más de una década más tarde, la novela se convirtió en pieza teatral. “Me gusta mucho este pasaje, porque de algún modo todo el tiempo traté de pensar cómo eran las palabras encarnadas por el cuerpo, y el teatro es eso.” Aquella protagonista solitaria de la novela se transformó en dos, pero atravesadas por los mismos pesares, obsesiones, espectros. “Cintia hizo una dramaturgia excepcional construyendo dos personajes: dos mujeres con marcas de clase media muy marcadas, que están amenazadas por este tipo de mandatos respecto a lo que significa ser una mujer feliz, exitosa y plena, pero al mismo tiempo con esos mandatos atravesados de un modo irónico, ácido; fundamentalmente es una obra muy ácida donde los problemas se resuelven de modo inmoral, cínico por momentos, de considerar cómo enfrentarse a los propios deseos atravesados por la lógica del consumo. Todo sobre la base de cómo aparecen esos cuerpos de 40 años.”

Esa era la edad que ya pisaba López en aquellas vacaciones en las que finalmente se decidió: “Es la experiencia de una mujer que va a cumplir 40 años, que tiene miedo de morirse, es decir tiene miedo a la amenaza de la vejez, y al mismo tiempo no tiene hijes. Es un cuerpo atravesado por el tiempo como limitación y también como condición de la finitud. Entre ese cuerpo que construyó esa voz narrativa y este en el que trabajamos la adaptación teatral cambiaron muchas cosas. Hoy mis preocupaciones quizás son muy distintas, el modo en el que estoy pensando la corporalidad es diferente y por lo tanto también se modifica la escritura. Mi último libro es Quipu. Nudos para una narración feminista (EME, 2021), porque en estos diez años a mí me atravesó el feminismo, entonces  el cuerpo y la vejez los pienso en otro modo. Y pienso en el desconocimiento respecto del propio cuerpo, también en relación a la práctica de yoga y a considerar otros modos sobre el modo de estar en el mundo”.

“Hay un libro más viejo mío, que es del ’97, que se llama Mutantes, y es un ensayo sobre el cuerpo: siempre preguntando lo mismo pero en distintos momentos de la vida y con distintos géneros de la escritura o de abordaje”, dice más contando que con intención de explicar lo que la ocupa desde hace tiempo. “Viel Temperley decía: voy hacia lo que más desconozco, mi cuerpo. Y eso que desconocemos siempre es nuestro modo de estar en el mundo. Siempre es poseído, siempre abierto, siempre vulnerable y al mismo tiempo con unas fuerzas que no sabemos lo que pueden. Habitamos una experiencia vital cuya experiencia fundamental es que es finita: somos seres destinados a la muerte y la vida que vivimos es más intensa a partir de saber ese fin sin ninguna presunción de permanencia.”

-¿Y qué diferencias encontrás entre el cuerpo que forma el neoliberalismo y el de los modos anteriores del capitalismo?

-Entendiendo el neoliberalismo como una organización de la sensibilidad, un estado de la tecnología y un modo de la economía, en el que la aparición, la centralidad de ciertas tecnologías de la información y la comunicación organizan gran parte de nuestras vidas. Con la pandemia además esas tecnologías se convirtieron en dispositivos fundamentales de vinculación, de trabajo y enseñanza. Pero de algún modo eso reflejó lo que ya estaba muy instalado y tiene que ver con la forma de organizar lo productivo y el ocio, que también tiene ese carácter absoluto productivo. Hoy cuando pensamos los cuerpos tenemos que pensarlos con una mano arriba de un dispositivo, un dedo que toca el touch, ojos y espaldas asociados con la computadora; es un cuerpo que tiene un dispositivo de comunicación asociado de manera permanente, como una continuidad. La otra dimensión es lo que algunos autores llaman necropolítica, es decir, un régimen de trato sobre las corporalidades que todo el tiempo divide entre vidas con mérito a ser vividas y vidas que pueden ser desechables. Es la lógica que está en los inmigrantes, sobre todo en el Mediterráneo, que son vidas no dignas de duelo; es también la que está detrás de los femicidios, los travesticidios o de la condena a ciertas poblaciones a la muerte por desnutrición, como pasa con algunos pueblos originarios. Esa división entre cuerpos que pueden ser desechados y cuerpos que no -que por lo tanto merecen políticas de seguridad para protegerlos- me parece que es una condición neoliberal, que al mismo tiempo es la lógica que habilita formas de la crueldad, que la registrás en todas las dimensiones sociales. Y la tercer dimensión es una fuerte presión normativa y coercitiva sobre los cuerpos, que además de ser un cuerpo útil y dócil para la producción como marcaba Foucault, tienen la exigencia de ser cuerpos exitosos: tiene que ser feliz, ser gozoso, ser joven, y si no lo es, tiene que parecerlo, tiene que cumplir todos los mandatos sociales de salud, de autocontrol para aparecer como un cuerpo satisfecho. Es un mandato muy poderoso que se convierte en una subjetividad, una sensibilidad y una subjetivación consumidora de todo aquello que te puede brindar un estado de salud y felicidad.

No tengo tiempo. De María Pia López. Dirección: Cintia Miraglia. Funciones: Domingos 18 hs. Teatro: El Extranjero (Valentín Gómez 3378).