Los 71 del Indio

Por: Nicolás Peralta

Hace más de siete décadas, en Paraná, Entre Ríos nacía Carlos Alberto Solari. Desde los sótanos culturales con Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota en los años 70, hacia las convocatorias masivas de fines de los 90. Una etapa solista signada por la masividad y la popularidad, junto a Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado.

No lo soñó, porque nadie lo imagina con siete décadas encima. Pero tampoco es asequible pensar que alguien imaginase lo que “El Indio” representa en nuestro país: su imagen ya es un icono de la escena rock local. Cuero cabelludo al aire, anteojitos oscuros y redondos en el tabique, camisa manga corta y jean algo gastado, con micrófono en mano y el cuerpo en pose característica distinguen a ese cantante con sello propio para frasear, sin movimientos estrambóticos y en actitud de extraño narrador, de rebuscadas historias cantadas a pájaros de la noche, que como más de una vez dijo, «oímos cantar y nunca vemos». 

Metáfora, tal vez, del público que brama sus letras en sus recitales y que las luces no lo dejan ver. Y como ésa podemos encontrar incontables, porque las  búsquedas en su lírica para interpretarlo en sus alegorías y parábolas lo volvieron un mito viviente, y creó fanáticos fervorosos, prosélitos a la primera estrofa, religiosos en sus hábitos y claro, fieles seguidores.

Los primeros tiempos de la banda acaecieron durante la última dictadura. Por aquellos días, las presentaciones se difundían de boca en boca y se concretaban en pequeños locales.  El personaje imaginario de Patricio Rey  y su show  incluía música, bailarinas, performances, recitados, y unos buñuelitos de ricota que se repartían entre el escaso público que los acompañaba. El encargado de cocinarlos era Edgardo Gaudini, un personaje conocido por sus apodos El Doce o El Sultán, y que –según el mito– había sacado la receta de una revista, firmada por una cocinera llamada Patricia Rey. Por su lado el entrerriano que ya tenía pocos pelos se hacía nombrar entonces “astronauta italiano”, porque subía a cantar al escenario con un mameluco blanco. Su particular y áspera voz, junto a su incipiente calva como la metafórica y críptica poesía de sus letras, contribuyeron a la estética original que le fue dando fama al grupo. Siempre se mantuvieron en las orillas del circuito de cultura oficial, independientes de la industria musical, y alejados de los medios masivos para la difusión de sus trabajos. Pero crecieron, y cómo.

Llegó  Gulp! el primer disco, grabado en 1984, con Lito Vitale como operador y músico invitado. A partir de entonces irían ganando popularidad y consolidando la llamada “identidad ricotera”, Con la Mosca en la sopa y lso que vinieron hasta alcanzar la masividad en los años 90. El Indio Solari hizo un largo recorrido junto a Patricio Rey, que incluyó diez discos de estudio (con el doble Lobo Suelto – Cordero Atado de 1993)  y acompañado por presentaciones cada vez más multitudinarias que en los duros años 90 llegaban de todos los rincones del país para asistir a los rituales del rey pagano. Los que saben recuerdan Racing del 98 y los River del año 2000

Dos hechos marcaron esa década para la banda. El primero ocurrió en abril de 1991, cuando durante una presentación del grupo en Obras Sanitarias, la policía detiene a varias personas y los apremios ilegales de la Federal matan a golpes a Walter Bulacio, de 18 años, después de una agonía de cinco días en un hospital. Desde entonces, el público incorporó el cantito “yo sabía, yo sabía, que a Bulacio, lo mató la policía”. Otro mojón en el camino del Rey Patricio fue la prohibición por parte del intendente de Olavarría –provincia de Buenos Aires–, José Eseverri, del recital programado para agosto de 1997. Este hecho motivó la única aparición televisiva de Los Redondos, que realizaron una conferencia de prensa explicando lo sucedido.

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