Eran tiempos de introspección y le abrieron paso a un nuevo sonido. La pandemia puso en pausa las giras, pero también el trabajo cotidiano de las bandas y los grupos que acompañan a los solistas. Encerrado y sin saber hasta cuándo, el cantautor nacido en Viedma optó por entrar a jugar a su casa de Parque Chas, esta vez, totalmente solo. Guitarras eléctricas, acústicas, pedales, bases pregrabadas, programaciones electrónicas y más fueron las herramientas para crear o recrear una nueva forma expresiva. Y eso que para Lisandro Aristimuño empezó como un juego, pasó a ser un repertorio de canciones propias reinterpretadas, se transformó en algunos shows para pocos, un disco en vivo llamado SET1 y su inminente presentación en el teatro Gran Rex, este jueves.
«Encontrarme conmigo, solo, contra mí, me hizo preguntarme qué hacer –revela Aristimuño–. Sentí la desolación de estar fuera del camino que me fui armando con años de trabajo. La vorágine de los viajes, de tener una banda grande y demás situaciones de mi vida cotidiana, se había ido con la pandemia. De golpe estaba en otra vida, solo en la cocina de casa. Al principio lo tomé con calma, pero me empecé a preocupar cuando me di cuenta que estaba achanchándome, que estaba fuera de estado y el entrenamiento de tocar todo el tiempo lo iba perdiendo. Ahí me di cuenta que necesitaba buscar otras formas de crear.»
–¿Que el disco suene diferente a todos tus trabajos anteriores fue una búsqueda consciente?
–Fue un hallazgo. Algo inesperado. Mi intención fue mantenerme activo armándome un espacio donde poder ponerme a jugar con juguetes nuevos. Para investigar mientras entrenaba mi cuerpo para estar afilado, como si estuviese de gira. Comencé a investigar sobre pedales, sintetizadores y otras herramientas tecnológicas. Tenía tiempo y decidí sacarle provecho. Como no podía tener músicos que me acompañen, de alguna forma debía intentar suplantar esos sonidos. Primero en casa, después en mi estudio. Todas las mañanas iba y buscaba algún tema para hacer.
–¿Fue difícil la selección de las canciones?
–El método fue como sacar cosas de los baúles del pasado, probar cómo las sentía y ver qué podría hacer para que suenen como nuevas. ¿Se podrá hacer esto o mejor lo otro? Fue medio un laburo de laboratorio, de prueba y error. De golpe le ponía una octavadora a la guitarra para que pareciera un bajo, por ejemplo. O cambiaba toda la métrica de tal o cual canción. Si me gustaba cómo sonaba seguía por ahí. Pero era un caos creativo y mi manager me ayudó a ordenarlo. Entre cables y cosas tiradas me convenció que había que mostrarlo: que tenía algo bueno entre manos. Entonces hicimos las primeras fechas, para amigos, en lugares como el Cultural Morán y otros lugares chicos. Fue diferente, pero nos gustó, decidimos hacer el patio del Konex y se agotó rapidísimo. Era inevitable tomar registro de que algo estaba pasando.
–¿En ese momento ya estabas decidido a que esas nuevas versiones se transformarían en un disco?
–No, lo grabamos como algo para mí, para escucharlo con otra distancia y ver si me gustaba. Cuando tuvimos los audios me decidí. Elegimos siete canciones de todo un show entero. Las que quedaron mejor, en las que menos desafinaba (risas).
–Este compilado de autoversiones fue una manera de sobrellevar la situación pandémica. Cumplió el mismo rol que tus canciones para tus seguidores.
–Sí, son temas que me acompañaron y me volví a encontrar. Fue como hablar frente al espejo o a mi sombra. De alguna manera, como cualquiera puede meterse en una historia o en las imágenes que yo describo, en este caso me hablé a mí mismo también. Creo que todos vivimos lo mismo, sobrevivimos ese tiempo con preocupación, con los que teníamos cerca y, a medida que pasaron los meses, buscábamos la manera de no volvernos más locos. Esta fue mi manera.
–¿Los sonidos elegidos para cada tema tienen que ver con lo que te pasaba?
–Sin dudas. Es un repertorio, un show y un disco que se armó en una pausa que tuvo el planeta. De otra manera creo que no hubiera existido. A veces, como artista, uno necesita un cachetazo para parar un poco la moto y ver para qué lado ir. Las melodías siempre cuentan un poco dónde uno está parado, pero esto era otra cosa. Te aparecen preguntas que sólo surgen si podés parar la pelota: «¿Qué cosas tengo? ¿Qué soy? ¿Que hice? ¿Para dónde voy? ¿Qué tengo ganas de decir?» En ese contexto materialicé SET1.
–Las máquinas tienen mucho protagonismo en el disco. ¿Querías correrte del camino más tradicional de las versiones acústicas?
–Quería replicar lo íntimo del encierro, y no sólo lo acústico lo puede lograr. La cercanía se puede sentir de diferentes maneras. En este caso lo electrónico le pone una energía tremenda y aporta matices diferentes a lo que había hecho antes. Eso me encantó y por eso me enganché tanto.
–¿Hay influencias de grupos como New Order o Depeche Mode?
–Seguro. En mi inconsciente están, siempre. Son parte de lo que escucho diariamente. Siempre escuché ese tipo de sonidos, son parte de mi vida. Te agregaría cosas de Massive Attack, Tricky, Thom Yorke, Radiohead o incluso Bocanada, mi disco favorito de Cerati. Todo lo que uno escucha sale de alguna manera y este espectáculo tiene un poco de eso, sobre todo de Gustavo. Yo agradezco al gran maestro, ese disco me marcó y sin dudas dejó una huella en mí. Tenía en algún lado ese aporte sonoro y lo dejé salir ahora. En mis discos se nota más la influencia de Fito o de otro tipo de instrumentación, pero en este show ganó la impronta de Cerati. Salvando las distancias, creo que le hace honor.
–¿Cómo te llevas con las etiquetas para definir tu música?
–Para mí la madre de todo, desde siempre, es la canción. La melodía y la armonía, los acordes y la letra, son el epicentro de todo el acto creativo al hacer música. Las vestimentas de cada canción son circunstanciales, cada tema te pide algo. Nunca fui cerrado. Busco dentro de mí y algo siempre sale. Eso es lo que más me importa. Escucho mucha música y de diferentes estilos, soy un melómano empedernido. Soy fan de la música. Si no hubiese sido músico hubiera tenido una disquería o algo relacionado. Creo que todo lo que hago entra en la categoría: música. Eso ya me conforma.
–Hay una sensibilidad poética en tus letras.
–Sí, puede ser. Yo de cada situación me centro más en las sensaciones que en la narración estricta de los hechos. Mi influencia es musical, no tan literaria, pero me gusta la poesía. Me sale así. Ponele que alguien dice «cantemos sobre un viaje en moto». Bueno, yo me centraría en el viento en la cara o en el frío en la manos, más que en el ruido del motor o como es la ruta. Pero, obviamente, respeto como le nace a cada uno.
–¿Cómo ves tu camino profesional y el crecimiento que tuviste en los últimos años?
–Siempre miro al pasado, porque es parte de mí. Venir del sur, de Viedma, siempre me marcó a la hora de hacer balances. Hace un montón que vivo en Buenos Aires, pero la Patagonia está en mí. Mi vieja vive allá, voy a verla, a ver amigos, y siento que es mi materia prima. Creo que pude transmitir esa formación que tuve a lo que hago. Mostrar lo que pienso desde esa mirada que formé de chico: una sensibilidad si se quiere. Siento que la autenticidad me trajo hasta acá y no pienso cambiar. Nunca hago algo que no me nace. No me esfuerzo por ser algo que no soy. Soy simple, soy esto. «
¿Cuándo?
Lisandro Aristimuño presenta el disco SET1 en un concierto unipersonal. 13 de octubre a las 20:30 en el Teatro Gran Rex, Av. Corrientes 857.
Canciones de ayer y de siempre
Los temas parecen nuevos, pero son viejos conocidos para los seguidores de Lisandro Aristimuño. En SET1 conviven versiones renovadas de canciones como «Loop» (Criptograma), «Hojas de camino» (Ese asunto de la ventana), «Algún lado» y «El beso» (ambas de 39 grados) y «Green lover» y «Cuentan» (Las crónicas del viento). Pero el primer corte difusión y una de las interpretaciones más destacadas corresponde a «How Long?» (Mundo anfibio). «Todos mis discos son importantes, pero mucha gente considera Mundo anfibio como un punto de inflexión. Muchos se acercaron a mi música por esas canciones. Yo lo recuerdo más como el disco que hice cuando mi hija estaba en la panza de su madre. Fue dedicarme a la música para hacer la espera más llevadera. Es un disco con un criterio bien marcado para hablar de la ecología, de lo terrenal y lo etéreo de la vida. Las canciones tienen mucha instrumentación: tambores, cuerdas, vientos, sobregrabaciones, efectos… Pero más allá de eso, creo que lo que más se recuerda de él es el mensaje y cómo te deja pensado», reflexiona Aristimuño sobre el álbum que tuvo colaboraciones de Hilda Lizarazu, Boom Boom Kid y Ricardo Mollo.
Diferentes formas de escuchar
Siendo un confeso melómano, las nuevas formas de consumo musical son todo un tema para Aristimuño. Amante de los vinilos, a veces siente que la modernidad empobrece la experiencia de escuchar canciones: «Entiendo la facilidad que implica apretar un botón y tener disponible la discografía entera de un artista. Pero no es lo mismo. No se escucha más con el detenimiento de antes y la calidad de sonido del streaming es pobre. Pero bueno, hay que adaptarse. Mientras llegue el mensaje… En definitiva es lo más importante», comenta el músico.
«La verdad es que internet me ayudó mucho –reflexiona–. Siendo independiente y cultor de la autogestión, no sé si hubiese podido llevar adelante una carrera sin las herramientas que te da la web. Mis discos salen sólo en la Argentina, pero cuando fui a tocar a Colombia o España ya conocían mis canciones. Algún argentino quizás llevó un disco, pero la llegada que te dan las plataformas es imposible de igualar. Creo que luego de la pandemia se está consumiendo más arte. Nuestra lucha como creadores es darle importancia a esa valoración que hoy se le tiene a lo que hacemos. Hay que tratar de alentar la autogestión para que la creatividad pueda lograr una libertad que no se consigue cuando estás presionado por las ventas».