La travesía en un yate lujoso emprendida por Nacho y Lucía puede significar la última oportunidad de recuperar el amor y la pasión. O, literalmente, convertirse en las últimas imágenes del naufragio de la relación. El agua y la deriva en las que transcurre la mayor parte de la ficción argentina dirigida por Luciano Podcaminsky, en calidad de ópera prima, son metáforas de la situación en la que se encuentran los personajes: un matrimonio que disimula con mayor prestancia estando en tierra firme. Pero en la historia que este jueves 23 de marzo llega a los cines, la pareja que encarnan Leonardo Sbaraglia y Julieta Díaz no está sola en este viaje, que puede ser de placer o de odisea.
Los acompaña un amigo de ambos, Ramiro (Marco Antonio Caponi) y su juvenil novia Cleo (Zoe Hochbaum). Ellos parecen el espejo invertido de los protagonistas, o en todo caso, parece sobrarles el erotismo y la libertad que a ellos les falta.
–¿Cómo describirían cada uno de sus personajes?
Julieta Díaz: –Lucía está llegando a la mitad de su vida y está en una situación muy cómoda con su marido en términos económicos. Pero también está en crisis: buscando reconectar con su compañero, con ella misma y con el mundo. Es chef, dueña de un restaurante, pero está aburrida. Por primera vez se anima a la fotografía. En un momento ve que ya no hay manera de conectar con Nacho y toma decisiones que son una provocación, para poner en jaque a la pareja.
Leonardo Sbaraglia: –Nacho es un personajón, un energúmeno (risas). Es productor cinematográfico y un tipo muy avasallante, un poco irrespetuoso de los espacios de los demás, muy inteligente, muy rápido, con una gran cabeza, pero es un tipo que pertenece a una cultura que está en decadencia, como si fuera un estereotipo bien de los ’90, o alguien que supo estar en boga y ser exitoso en esos años. Yo conozco muchos productores así. Van a los festivales y se visten de manera ostentosa, se mueven como dueños del universo y están en Cannes y no te invitan ni un café. Se codean con ese mundo y necesitan seguir viviendo en esa burbuja de cierto lujo, como si eso fuera parte de un éxito en el cual erigen su subjetividad.
–¿Cómo fue el proceso de composición?
J.D.:–Nos dejaron crear e improvisar mucho, tomando como punto de partida el guión de Alex (Kahanoff). Por ejemplo, yo elegí el pelo corto para Lucía. Me parecía un estilo que llevaba el papel hacia otro lugar, medio ascética, despojada, pero al mismo tiempo y por eso, con cierta intención de empoderarse. Una cuestión que me gusta mucho explorar en ella es: ¿estás afuera o adentro de la relación con Nacho? Y, básicamente, ¿qué te pasa? (risas).
L.S.:–En efecto, tanto Luciano (Podcaminsky) como Alex nos dieron un gran espacio creativo. Lo que me gustó de la propuesta es interpretar a un personaje bestial, que no tiene pelos en la lengua, que dice cualquier cosa: puede ser hiriente, juez, dueño del tiempo de los demás. En medio de esto, el personaje de Julieta empieza a darse cuenta y comienza a necesitar irse, de cierta forma, de este mundo. Tener algo más elástico. Pero él es mucho más estructurado y atado a las apariencias. Yo lo laburé mucho a partir de los capricornianos (risas). Nacho es un tipo que quiere estar siempre elevándose por encima de los demás, creciendo, escalando alguna posición social, económica, y no le importa avasallar ni manipular. Igual, creo que los personajes son indisociables. Es decir, somos un cuarteto actoral con Marco (Antonio Caponi) y Zoe (Hochbaum) y terminamos de componer los personajes en relación con ellos, guiados por el director y los autores. Entre todos, logramos darle mucha carnadura a los caracteres.
–¿Cómo imaginaron el pasado de Nacho y Lucía para haber llegado a este punto de crisis?
J.D.:–Se nota que hubo un tiempo en que ellos estuvieron muy unidos, que estar juntos era lo que mejor sabían hacer… Pero, en el presente, me pareció importante mostrar que, más allá de los avasallamientos de Nacho, ella es parte de lo que reclama. El vínculo lo armaron entre los dos, incluso juntos terminaron en ese barco. Esa cosa tóxica que tienen es responsabilidad de los dos.
L.S.: –Sí, se transformó en un amor muy tóxico. Hay una escena deliciosa que resume todo lo que le pasó y les pasa como pareja. Cuando están en el barco los cuatro y cantan «Adoro», de Armando Manzanero. Canta Zoe, y Julieta y yo nos miramos, nos buscamos, nos desencontramos. A la vez, se mantiene algo de la joda. Yo toco con picardía y complicidad por debajo a Marco, como diciéndole: «mirá la minita que trajiste». Hay muchas cosas sucediendo al mismo tiempo en ese momento, muchos sentimientos en juego, y están sintetizadas un montón de cosas de la relación entre ambos. Es un momento absolutamente conmovedor, porque también da cuenta de que Lucía y Nacho se siguen queriendo y también se puede encender la chispa del deseo. Y a la vez es muy melancólica: refleja las cosas irremediablemente perdidas.
–¿Cuáles creen ustedes que son los temas principales de la película?
J.D.:–La comunicación. En muchas escenas los personajes hablan al mismo tiempo y no se escuchan, o el celular suena para romper climas, ya sean eróticos, tensos o con posibilidades de disfrute. No es casual. La película trata sobre la conexión con el otro y con uno mismo. Ya sea en un lugar súper humilde o un yate, las discusiones son las mismas, lo que cambia es la escenografía. Pero hay un momento en que te preguntás: ¿qué carajo estoy haciendo acá? ¿Qué carajo hago con vos? ¿Qué carajo estoy haciendo con mi vida? ¿Qué carajo pasa? Tengo 45, 55 años, y esto no es lo que soñé.
L.S.:–La película trata de eso y también de lo que se mira a través del ojo de la cerradura, un mundo de una cierta burguesía, una parte de la sociedad que el cine argentino no suele abordar con frecuencia. Muchas veces porque requiere un alto presupuesto: entonces te quedás en un departamento y se elige radiografiar a las clases medias. Afortunadamente, el cine le dio mucha visibilidad a los invisibles de la sociedad: a los sectores populares, marginados o siempre olvidados por Dios y por el Estado. En este caso, es interesante que se le da voz y visibilidad a un productor, un personaje que creo que nunca ha sido tratado y que es un estereotipo cultural que también habla de la Argentina, de cierto sector prepotente de clase media alta del país.
–Finalmente, ¿qué los llevó a esta altura de sus carreras a aceptar estos roles?
J.D.:–Una de las cosas que más me apasionó fue el universo del barco, de la aventura, y esa cosa de diálogo, del vínculo que se empieza a caldear y no se sabe adónde va a terminar, y finalmente culmina en una tormenta que puede que los lleve a la muerte. Que fuera tan teatral y tan cinematográfica al mismo tiempo.
L.S.:–No suelo tener la oportunidad de hacer humor en el cine. El personaje de Nacho es como un capo cómico de la vieja escuela, con sus pro, sus contra, y su gran cuota de machirulaje. Al mismo tiempo, es una película que habla de nosotros: yo estuve 20 años en una relación de pareja. Julieta, 10. Es terrible esa escena en que intentan hacer el amor. No saben cómo tocarse, por dónde comenzar a amarse, cómo conectar…
J.D.:–Ella quería hacer el amor tántrico y él descargarse para sacarse el quilombo que tenía en la cabeza.
–La película transita diferentes climas y géneros. ¿Cuáles les parece que son los que más sobresalen?
J.D.:–Siento que es una comedia dramática con su propia identidad, con su identidad. También es de aventuras, con la odisea en el barco. Y repito, es muy teatral, con mucho diálogo.
L.S.:–Es una comedia ácida, con tintes algo oscuros. Es todo un desafío filmar en un barco, no se lo recomiendo a nadie (risas). Es decir, uno tiene que actuar, mover el cuerpo mientras pasan cosas y vaivenes relacionados con la marea. A su vez, la película podría haber sido más lineal y comercial. Un matrimonio en crisis: aparece una persona joven que erotiza la relación. El maduro se calienta con ella. Podrían haber pasado muchas lecturas, pero la que se fue dando fue muy buena. «
Asfxiados
Una película de Luciano Podcaminsky. Con Leonardo Sbaraglia, Julieta Díaz, Marco Antonio Caponi, Zoe Hochbaum, Sofía Zaga Masri y la participación especial de Natalia Oreiro. Guión: Alex Kahanoff, Andrea Marra, Sebastián Rotstein y Silvina Ganger.
Hombre (y mujer) al agua
Asfixiados se suma a una serie de películas que utilizan el agua como metáfora de situaciones de inestabilidad personal, económica y/o social, y que tiene una larga tradición en la cinematografía argentina. Se pueden mencionar Últimas imágenes del naufragio (Eliseo Subiela, 1989); El viaje (Pino Solanas, 1992); ¿Sabes nadar? (Diego Kaplan, 2002); Nadar solo (Ezequiel Acuña, 2003) y Agua (Verón ica C hen, 2006), entre otras. Pero la ópera primera de Luciano Podcaminsky tiene la excepcionalidad de transcurrir mayormente en el mar.
Filmados prodigiosamente entre las costas de Montevideo y Punta del Este, los complejos diálogos de Alex Kahanoff –que por momentos recuerdan al Bergman de Escenas de la vida conyugal, aunque salpicado con una cuota del más puro humor local– forman un todo coherente con el clima, sus consecuencias en los vaivenes de la embarcación y en los avatares de la relación entre Nacho y Lucía. Todo el cóctel logra una película que despliega
un género difícil de definir, un paisaje que –como suele suceder con las vacaciones soñadas– oscila entre el paraíso y el infierno. Un relato con tintes clásicos de una gran historia de amor.