De haber sido unos meses atrás tal vez habría causado cierta sorpresa, pero luego de tanto Zoom en la vida cotidiana de, al menos, muchos de los habituales espectadores, la ceremonia de los Emmy en su versión virtual no resultó muy llamativa. Hubo, sí, bastante originalidad para hacer llegar los premios a los ganadores, las presentaciones de los nominados en varios rubros hecha por trabajadores de tareas esenciales durante la pandemia, una coordinación como si estuvieran todos presentes en el teatro y todas las virtudes de organización logística a la que acostumbró Hollywood. También hubo, como siempre, una declaración (porque es un premio que la industria le da a la industria) acerca de lo que ese conglomerado espera que sea el audiovisual tanto en su sentido estético/ político como temático, y quienes son los jugadores (industriales) que deben mantenerse y comandar en el negocio: cada nominación indica cuál es el camino a la consagración de los pares y de quienes crean los cánones, por más beneplácito popular que se tenga.
En ese sentido, la olvidada por un lustro Schitt ‘s Creek resultó la gran ganadora de la noche en lo que a comedia se refiere. Algunos dicen que la pandemia posibilitó que los votantes deglutieran enormes dosis de series y por eso descubrieron, luego de cinco temporadas (va por la sexta y última), esta historia canadiense que cuenta cómo una familia hiper adinerada, por una mala gestión de su agente financiero, de un día para otro se quedan sin nada y tienen que ir a vivir a la única propiedad en su posesión, que queda en el pueblo que le da nombre a la serie. Los no tan bien pensados sostienen que es demasiado casual que hayan elegido una historia cuya lectura inmediata deriva en una analogía con el mundo de hoy: mucha capitalismo financiero y poco productivo, ricos que les hace falta mezclarse con el vulgo, vulgo que en su afán de autopreservación se aísla más de lo conveniente. Y encima canadiense, sociedad a la que suelen mirar los sectores progresistas estadounidenses cuando se sienten muy disconformes con lo propio. En su camino, Schitt ‘s Creek aplastó a la impecable La maravillosa Sra. Maisel (tenía 20 nominaciones este año y ya ha ganado 54 Emmys en la historia), Insecure y la popular El método Kominsky.
La otra gran ganadora fue Succession. Y aquí la declaración de Hollywood fue más fuerte, y no sólo porque es en el rubro Drama donde la industria señala su sentido. Sino también -y tal vez un poco más- por otros dos relevantes motivos: se trata de una serie de su tan mimada HBO (algunos dicen que los Emmy le encontraron sucesor a Game of Thrones), y habla de cómo los medios de comunicación tradicionales dan batalla a la hegemonía cultural que consiguieron las empresas provenientes de Sillicon Valley como Facebook, Google, Twitter, Netflix. Es una serie ejemplar en ese y otros sentidos: más allá de lo que el espectador pueda llegar a entender sobre los meollos del negocio, puede sentir la tensión, el remordimiento, la venganza y todo lo que conforma el despiadado mundo que genera la pelea por el predominio en el mundo de la comunicación; la importancia de lo que se juega a futuro inmediato y cómo, por más que no lo sepa o no quiera saberlo, esa lucha afecta su vida cotidiana. La intención disciplinaria a Netflix se completó con los premios a Zendaya como mejor actriz protagonista por la muy buena Euphoria (HBO), -la ganadora más joven de la historia- y Watchmen (también HBO) como mejor miniserie. El gigante del streaming tuvo que consolarse con premios a roles secundarios de Ozark.
Por último, los merecidos premios a la gran Watchmen también hablan de un apoyo a la comunidad negra y su lucha Black Lives Matter, como una clara posición en favor de todo lo que le molesta a Trump. Se pudo ver mucha remera con esa consigna de la comunidad negra y con un simple Vote, una invitación a la ciudadanía a que vote masivamente, actitud que, se supone, impediría un segundo mandato de Trump.
Así, lo que la historia conocerá como la primera emisión virtual y es de esperar, la única en pandemia, no mostró cambios respecto a la lucha interna que experimenta la industria desde la aparición de Netflix: se agradece la irrupción del streaming y la aparición de las que la siguieron como Amazon, Hulu, Apple y otros, así como la conversión de Disney. Pero aún el establishment cultural de Hollywood no quiere cederle a los capos del streaming -aunque cueste creerlo, otro modo de producción redunda en otra visión del mundo- el poder de decidir cuáles son las cosas de calidad que merecen premio, y cuáles están sólo para hacer posible el número que permite la competencia. Es muy probable que la decisión que tome el pueblo estadounidense en las elecciones presidenciales de noviembre próximo, incline la balanza de manera decisiva.