Gabo Ferro editó El lapsus del jinete ciego, que fue grabado en una sala de teatro vacía. El compositor dice que es el resultado de una atenta mirada sobre la discografía de la década 1965-75. El disco será presentado el sábado en el ND Teatro y agregó otra fecha en noviembre.
Tenía ganas de escribir un disco, dice Ferro. Acaso esté en lo cierto, y la escritura sea el ámbito distintivo de lo humano: en forma de música, literatura, cine y demás expresiones artísticas, pero también en las maneras de relacionarse, moverse en público, qué decir y dónde, vestirse, peinarse, lavar los platos: escribirse uno para ser leído por los demás. Ferro escribe a diario como cualquiera, minuto a minuto, pero con un esmero particular: que el momento sobresalga de una multitud de momentos, que como regla no deben ser registrados. O serlos como él hizo con su último disco, El lapsus del jinete ciego, que define así: Está bastantes pasos más adelante en maduración de la escritura, cierta certeza en el lugar de la enunciación, sabiendo cómo quiero que suenen las canciones. El disco es resultado, entre otras cosas, de una mirada sobre una serie de discos salidos en la década de 1965-75, a groso modo, porque tenía ganas de trabajar con la música comercial de ese período. Tomé todo eso y lo arrastré con todo eso adentro, como si fuera una bolsa con un cuerpo adentro por el rock, folk, progresivo, punk, post punk, hardcore, pop, música contemporánea académica del siglo XX, Oriente; arrastrando el pasado para el presente pero con una carga histórica pretenciosa fuerte.
Hay discos que son músicas de antes pero con la historia puesta. Por ejemplo, Oasis hace música Beatle, o White Stripes, Zeppelin, pero sin negar toda la música que pasó entre esas bandas y ellos.
Es imposible no hacer un disco con tu propio tiempo y espacio histórico. La cuestión está en asumirlo y capitalizarlo; cuando intentás negarlo da los resultados más tristes. Frente al ’73, al salir de una dictadura, un músico como Spinetta podía decir mañana es mejor; hoy sentía que en 2016 había que decir desde acá ningún mañana es mejor: El Norte por Norte no vale nada si cuando nos falta es hoy, ningún mañana es mejor; mañana miente (cita su tema «Tan»). Me gustaba tensar esas cuerdas.
Es un disco más áspero. En los anteriores había un manejo de la ironía, tanto musical como líricamente, que acá está bastante relegada.
Tiene que ver con el lugar de lo poético, que pone a la literatura en primer plano, pero en música. Ahí me siento muy cómodo, sobre todo porque la poesía permite esa fantasía donde te tenés que hacer responsable de tu límite: ¿esto es lo mejor que tenés para darme? Por eso me siento retado, como en duelo, ubicado en ese lugar. Por lo tanto súper estimulado.
¿Parte de ese desafío fue grabarlo solo con un operador en un teatro vacío?
Sí. El estudio es un lugar en el que todo se ve y se escucha mucho. Buscaba un lugar en el que pudiera cantarle a alguien, y en el estudio no sólo te escuchás de manera rara, sino que el técnico o el ingeniero están haciendo su trabajo y por ahí están ausentes, entonces no cantás para nadie. Para mí eso no es menor. La calle metía ruido, en vivo ya había grabado en 2008, así que iba a grabar con la fuerte y poderosa presencia de la ausencia. De ahí un teatro vacío. Y hacer un dispositivo en grabación para que emulara ciertos sonidos de las grabaciones de ese 1965-75, para restar digitalia y agregar analogía.
En esa grabación descubriste alguna zona inédita tuya.
¿Qué es un intérprete? Bueno, un canal, un médium, alguien por el que atraviesa algo y trae a estas dimensiones una cosa que está en alguna. Siento que escribo y trabajo no para el mundo de lo real, donde no nos pasa lo bueno: nos pasan cosas cotidianas y bastante aburridas. Y creo que por eso en definitiva, a veces mi trabajo es eficaz con algunas personas y con otras no resulta. Hay algo que nos conforma y que tiene que ver con un salto al mundo de lo real, pero que nos conforma en otro lugar: nuestro mundo afectivo, sentimental, cultural, religioso, de edad, político, etc. Ahí es donde tenés esos elementos que hacen que la química se produzca y haya un «¡pin!», o que eso no suceda nunca o te suceda un «¡tong!» y te parezca horroroso todo. Ese pin y ese tong son parientes: hay algo que te golpeó la campana para hacer pin o tong.
Y como médium, la grabación del disco, ¿qué te explicó de lo real de hoy acá?
Me sirvió poder hacer carne algo que para mí era difícil. Sobre todo poder ver esas cosas que se dan en lo efímero. Solemos tener ese embeleco por la eternidad y esa cosa freudiana anal de guardar todos los tickets de los Stones. Entiendo todo eso que le cargás pero prefiero guardar en la memoria el haber estado siendo testigo de eso. En tanta pretensión de eternidad hay una negación de la muerte. Y no nos hace bien. Por eso, de un tiempo a esta parte, celebro tanto lo efímero, lo que dura esto. Es increíble porque me da microgoces permanentes: sé que esto no va a volver a suceder. No lo digo desde esa cosa de la no repitencia, lo digo desde la no selfie: no me distraigas del presente, si me distraés del presente me lo pierdo. Por lo tanto, la muerte es una selfie eterna, un término presente para siempre; la muerte no es la ausencia de vida, es la ausencia del presente y la negación de lo presente. La vida es estar en este presente, en esta charla, en el disfrute. Después ya vamos por otro presente, por lo menos por otra vía. Probablemente la vida es eso que sucede entre selfie y selfie (ríe y aclara que lo de la selfie es un detalle de humor). Y al arte se lo cargó con eso: existen mis discos, mi libros, soy inmortal. No, pibe, qué lástima. No es que quiero aguarle la fiesta a nadie, quiero decir que en esta no existencia de lo eterno hay un llamado a la vida hoy.
El presente a veces duele de más.
Si decís dibujame un golpe, lo más probable es que te dibujen un puño, una cabeza, pero nunca el golpe. Y creo que se pudo grabar el golpe, no el puño ni la cara, ni la caída. Y ese golpe tiene un mensaje: ánimo, paciencia; de bienestar, de no desesperarse. Estábamos atrapando un afecto, como un golpe. Más porque es un disco después, justamente, del sartenazo que dio ir de patadas con todo lo que uno pensaba que iba a ser el resultado de las elecciones, y de lo que uno sentía del espíritu colectivo, de ciudadanía, de quedarse como aguantando la respiración, de decir: no, no puede ser. Fase uno, negación, dicen. Fue como grabar el pasaje de la fase uno, negación, a la fase dos, asumir que esto ha sucedido.
Y la fase tres es introspección.
Totalmente. Escuchar de nuevo. «
El regreso al margen
Gabo Ferro nació y se crió en Mataderos, barrio al que regresó hace seis años tras la muerte de su padre. Ahora con su nuevo disco vuelve a un margen, que de ninguna manera es un lugar marginal. «Mataderos tenía esa cosa como si se encontraran el río y el mar, esa intersección entre agua dulce y salada; a veces más dulce, otras más salada. Por eso siempre me gustó la hibridez, y la celebración de la subjetividad desde ese sentido: siento que ahí hay verdad, te presentás con lo que sos. ¿Cuántas veces nos dio vergüenza ser quien éramos? ¿Con el fin último de agradar, de pertenecer a cierta cosa? La escuela, la familia, las instituciones, todo un aparato de hacer sordos, ciegos, mudos, de gente que no se termina escuchando nunca. Y eso es tristísimo.»
Para dar más posibilidades a que esas voces sean escuchadas, Ferro prepara un sello editorial «para darles fuerza a todos los otros que creo que refuerzan esta teoría; que puedan hacerse fuertes desde el lugar de origen, que es lo que los hace realmente fuertes».
Y por eso de que la voz de uno lo es en el intercambio con el otro, también dice: «Es una manera de ayudarme, claro. Porque aparte, cuando lo contás en algunos lados, te dicen: ¿para qué? Ves que te lo dicen y les corre la gota: esa gota me dice qué debo seguir. Siento que también se puede tener un juego institucional desde acá. Y si mi equivoco, me iré. No pasa nada, al error no le temo.»
¿Cuándo?
Gabo Ferro se presenta el sábado 10 a las 20:30 hs y el viernes 11 de noviembre en el ND Teatro, Paraguay 918.
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