Casi en un abrir y cerrar de ojos, cuando nadie lo esperaba y mientras disfrutaba de un nuevo gran momento en su vida. Pappo murió la madrugada del 25 de febrero de 2005 con apenas 54 años y en un instante se evaporaron montones de sueños. Eran tiempos marcados por Buscando un amor (2003), un disco que por peso específico y ambición se transformó en la cabeza de playa para relanzar su carrera. Pero no puedo ser. Aquella madrugada del febrero la Ruta 5, su moto, el pavimento y un auto le pusieron fin a sus aventuras. Ese mismo día se abrió un agujero enorme en los corazones de los fans y de una escena que nunca encontrará a nadie igual. Pero su legado sigue vivo, al alcance de cualquier púa, play, clic o el soporte musical que les siga.
La carrera de Pappo fue intensa, sinuosa e irregular. Con marchas y contramarchas, cambios de formaciones y proyectos. Declaraciones destempladas, algún destrato hacia su propia obra, y una relación con la industria que muchas veces le jugó en contra. Lo que el Carpo jamás cambió fue su idiosincrasia. Su pasión por el blues, el rock y el heavy metal –que en más de un sentido son parte de lo mismo– se mantuvo inalterable. Nunca apostó a las modas. Se actualizó dentro de la música que amaba, escuchó nuevas tendencias y en algunos casos se nutrió de ellas. Pero siempre a su manera. Así logró construir un sonido y una personalidad excluyentes a temprana edad que fue enriqueciendo a medida que sumaba rodaje.
Pappo era una persona simple. No tenía formación académica ni le gustaban las impostaciones. Pero tenía una gran curiosidad y compromiso para hacer realidad lo que estaba buscando. Abrazó el blues y el rock casi la primera vez que los escuchó. Cultivaba el arte de conseguir vinilos vía amigos y/o azafatas y así comenzó a seguir cada detalle de B.B. King, Muddy Waters, Albert Lee, Jimi Hendrix, Peter Green y Tony Iommi, entre otros. Los estudió y comprendió como pocos. Esa voracidad y capacidad de asimilación hizo que se ganara diversos lugares en la inquieta escena local de fines los años ’60.
En ese período participó de la primera formación de Los Abuelos de la Nada, la segunda de Los Gatos, Conexión Número 5, La Pesada del Rock del Rock and Roll, un efímero paso por Manal (como cuarteto), y hasta sumó dos composiciones en Spinettalandia y sus amigos (1971), entre otros proyectos. De casi todas esas experiencias se fue porque no encontraba suficiente rock y/o porque no podía asumir el control creativo.
Por eso su verdadera primera gran aventura –y para muchos la más determinante– fue Pappo’s Blues: un power trío construido a su imagen y semejanza. Los primeros cuatro discos del grupo –grabados entre 1971 y 1973– son piedras angulares de la historia del rock argentino. Y más allá de que no fueron grabados en las mejores condiciones técnicas, más de 40 años después siguen manteniendo su vitalidad y poder gracias al peso específico de las composiciones y el vuelo de los intérpretes. Clásicos fundacionales como «Sucio y desprolijo», «Sandwiches de miga», «Desconfío*», «Fiesta cervezal», «El hombre suburbano» y tantos otros nunca fueron un éxito de ventas, pero difundieron la palabra del rock como pocos.
Las alineaciones de Pappo’s Blues siempre fueron cambiantes, pero pasaron músicos del linaje de David Lebón, Black Amaya, Pomo, Machi y Alejandro Medina, entre otros. Pero todos ponían lo mejor. El Carpo lo explicaba así: «Yo no soy un guitarrista vedette. Lo que pasa es que hice mi propio grupo que se llama Pappo’s Blues porque yo me llamo Pappo y hago todo. Siempre hacía las cosas yo: cantaba, componía y tocaba la guitarra, y mis amigos me acompañaban. La gente que estuvo conmigo estuvo de verdad. Nunca toqué porque tenía que cumplir un horario.»
Luego sobrevendría el efímero proyecto Aeroblus (1977) y después de un viaje a Europa, el gran momento con gloria de la mano de Riff. Junto a la mítica formación que incluía a Michel Peyronel (batería), Boff (guitarra rítmica) y Vitico (bajo), Pappo le dio vida a la primera banda trascendente de hard-rock argentino. Su sonido era monolítico y aplastante. La estética, de cuero, tachas y miradas fieras. Miles de desangelados los seguían donde tocaran. Nada de canciones de protesta, jazz-rock, ni alegría pop. Riff pegaba donde tenía que pegar y sería fundamental en el nacimiento y desarrollo de la escena metálica local.
«Dos meses antes de armar Riff estuve en todos los conciertos y vi que no existía en la Argentina una banda atronadora, con mucho ritmo. La mayoría de los recitales eran aburridos y entonces no me sorprendió ni me sorprende la respuesta del público porque nosotros no somos una banda aburrida. Al contrario. A mí me gusta mucho tocar con Riff porque es un grupo divertido», sentenciaba.
Ruedas de metal (1981), Macadam 3…2…1…0 (1981) y Contenidos (1982) marcaron a fuego aquel momento y la idiosincrasia del grupo. Incluso Riff VII (1985) –ya con JAF y Moro– sumaba variantes interesantes a la propuesta, aunque para muchos ya no era el verdadero Riff. Poco después de un show en Paladium, que se retrató en el disco en vivo Riff ‘n Roll (1987), sobrevendría la ineludible separación, producto de diferencias internas. Aunque luego los reencuentro se multiplicarían y con Que sea rock (1997) llegarían a su mejor sonido. El efímero proyecto con Boff llamado Pappo y Hoy No Es Hoy (al igual que un recital solista en Obras del ’84) no pasaría de lo anecdótico y el Carpo decidiría otra autoexilio.
En aquellos tiempos no existían YouTube, Spotify, ni nada parecido. Tampoco las oleadas de estudiantes argentinos en el Berklee College of Music, de Boston. La información no abundaba y Pappo la iba a buscar de primera mano. Hacía de tripas corazón y se mandaba con su escaso inglés, su escaso castellano, algún contacto y mucha voluntad. Zapaba, curtía y así conoció a Lema Kilmister y Peter Green, entre otros notables y no tanto.
Sus estadías en Europa y Estados Unidos, posteriores a la separación de Pappo’s Blues y Riff, eran una forma de incorporar información y también de apostar a un sueño que nunca se concretó: hacer una carrera sólida en el exterior. En Los Angeles llegó a formar la banda The Widowmaker, la que vino a presentar en nuestro país. Eran tiempos donde abundaba el thrash y Pappo intentó dar su versión del subgénero. Los resultados no fueron muy edificantes. La gira por Argentina no resultó demasiado bien, pero le confirmó al Carpo que era el momento de volver. Así las cosas, sus colegas estadounidenses debieron regresar solos a su país.
«Un día pasé por el estudio del Abasto, de Álvaro Villagra, y le pregunté cuánto salía alquilarlo 15 días. Llamé a Vitico, a Black, a Robinson, a Medina, a Javier, a Yulie Ruth y así grabamos Blues local. Lo grabamos para nosotros. Eso sí: vendió no sé cuántos miles de discos. ¿Cómo se puede explicar?», confesaba el guitarrista, cantante y compositor.
Blues local (1992) le dio a Pappo una repercusión inédita. El álbum bajaba los decibeles, retomaba las raíces eminentemente bluseras y entraba por primera vez a la mayoría de los hogares argentinos de la mano del hit radial «Mi vieja» –escrito por Sebastián Borensztein para el programa de Tato Bores–.
Los ’90 fueron épocas de explosión del blues en la Argentina, tanto por las propuestas locales como por las visitas internacionales. En ese contexto, fue telonero y generó una mítica amistad con su adorado B.B. King. La postal más nítida de esa relación fue cuando el rey del blues invitó a Pappo para que tocaran juntos en el Madison Square Garden. Fue el 10 de agosto de 1993 y el Carpo por fin recibía un reconocimiento que más de una vez le había sido esquivo.
En ese contexto vendría mucho más trabajo y discos. Pappo & Deacon Jones: July 93 Los Angeles (1993, junto al mítico ex tecladista de John Lee Hooker); Pappo sigue vivo (1994); Que sea rock (1997, Riff) y con la nueva formación de Pappo’s Blues, Pappo’s Blues Volumen 8, Caso cerrado (1995) y El auto rojo (1999).
Lo que llegaría después sería un monumental autohomenaje: el doble Pappo y amigos permitiría que repasara buena parte de su trayectoria junto a Divididos, Almafuerte, Juanse, La Renga, Alejandro Medina, Los Piojos, Botafogo, Andrés Calamaro y Vicentico, entre otros. Era una puesta en blanco de la admiración de sus colegas y una actualización en el sonido de decenas de canciones exactas.
Su vida estuvo llena de pasiones, desbordes y anécdotas. La eterna casa de La Paternal que compartía con su madre, el taller mecánico de su padre al que le dedicaba horas, la pasión por las Harley Davidson y los Chevrolet, una apuesta por cuestiones de tamaño con la Mona Jiménez, el reclamo para que DJ Deró se busque «un trabajo honesto», las rondas interminables de noche y alcohol, y mucho más. También tuvo aristas menos felices: la golpiza a Lucas Martí, su participación en la novela Carola Casini (1997), algunos coqueteos con cierta farándula escabrosa y varias expresiones poco felices sobre colegas y la música argentina en general. Todo eso también era Pappo.
Ya en el nuevo milenio, el Carpo sentía que necesitaba un cambio y Buscando un amor (2003) fue su expresión musical. «Es el comienzo de una nueva etapa: porque estoy distinto, mi situación es distinta a nivel personal, y en lo musical estoy más tranquilo, tengo más aire, una compañía que me respalda, y rindo el doble. Estoy seguro de lo que quiero hacer y es justamente lo que estoy haciendo. Pienso que con Pappo y Amigos cerré una etapa, la primera de mi carrera. Entonces Buscando un amor sería como empezar de nuevo. Digo esto porque en este país la situación siempre es incierta y uno tiene que reinventarse continuamente», detallaba.
Buscando un amor resultó uno de los trabajos con más variantes de su carrera. Del rock al blues, encontró espacio para todo. Las composiciones estaban más cuidadas que nunca. La inclusión de cinco clásicos de blues cantados por el propio Pappo en inglés confirmaba que la idea original era cruzar fronteras. Ciertas promesas incumplidas lo hicieron sentir defraudado. Pero nunca se detuvo.
Hasta aquel brumoso 25 de febrero de 2005. Fue entonces cuando la vida de Pappo se le escapó de las manos y la escena argentina perdía a su guitarrista más emblemático, un pionero y un faro para futuras generaciones. Pero ya es tarde para lamentos. Que Pappo siga sonando y será rock.