Lennon y McCartney fueron amigos, socios, admiradores mutuos y competidores silenciosos. Juntos compusieron algunas de las mejores canciones de la historia, inspirados por la profundidad y la tensión de un vínculo sin precedentes.
Cuando el 6 de julio de 1957, a instancias de un amigo en común, ambos jóvenes tomaron contacto por primera vez en una suerte de kermesse familiar que se hacía en una Iglesia de Liverpool, se puso en marcha un intercambio creativo que duró varios años, dio vida a un sinfín de clásicos, convirtió a Los Beatles en la banda más revolucionaria de todos los tiempos y los enriqueció a nivel individual.
La influencia mutua también iba a acompañarlos por el resto de sus vidas, en muchos casos, incluso de manera espectral; pues la relación entre Paul y John supo de una gran camaradería, pero también de rivalidad, competencia y ansias de definirse por oposición. Acaso el concepto del ying y el yang aplique de manera cabal en este caso, pero lo que no se puede obviar es que la admiración mutua siempre estuvo presente -más allá de declaraciones públicas-, que nunca pudieron dejar de mirar cada uno lo que hacía el otro para luego intentar superarlo y que esa dinámica fue la que los convirtió en brillantes compositores.
Ocurre que, desde aquella tarde en el británico verano de 1957, John quedó fascinado de la facilidad musical de Paul, quien lo deslumbró con su capacidad para imitar a Gene Vincent y Little Richard, entre otros, para identificar acordes y sacar en la guitarra una canción, y sus conocimientos en la afinación del instrumento. A la vez que Paul admiró la libertad creativa de John y su osadía personal y artística.
Desde entonces, y durante los primeros años de Los Beatles, Lennon y McCartney compusieron cientos de canciones juntos en donde cada uno aportaba sus conocimientos y virtudes. Pero, además, incluso cuando la banda ya estaba en modo terminal y cada uno creaba por su parte, no dudaban en consultarse y pedirse consejos cuando no sabían cómo resolver alguna melodía.
Como ambos reconocieron en distintos momentos, había allí una competencia subliminal que impulsaba a cada uno a mejorar sus respectivos aportes. La rivalidad -obviamente sin el componente colaborativo- perduraría para siempre e, incluso, se trasladaría a gran parte del público, que muchas veces tomó partido por uno u otro. Por otra parte, las características artísticas y personales de Paul y John también se entremezclarían en la totalidad de la dinámica grupal para conformar tal vez la más perfecta alquimia entre cuatro personas en la historia de la música contemporánea.
La incorporación de otros estilos musicales y la inquietud de sumar instrumentos poco convencionales hasta entonces para la música pop fueron tal vez sus mayores contribuciones dentro de la mítica banda. Ello cristalizó en una apertura que arrojó páginas tan disímiles como el rock pesado de «Helter Skelter», el vodevil de «Honey Pie», la balada con toques latinos de «And I Love Her» o la canción romántica standard de «Yesterday». A nivel arreglos, se reflejó en la trompeta piccolo incluida en «Penny Lane», tras oír a una orquesta interpretar los Conciertos de Bradenburgo de Bach; las cuerdas en la mencionada «Yesterday» o los vientos tomados prestados del soul en «Got To Get You Into My Life», entre otros.
Como se marcó antes, el rol de Paul en la banda también se definió a nivel popular por oposición a John; pues si éste era el rebelde de humor cínico, con ideas geniales nacidas exclusivamente de su intuición y que apostaba fundamentalmente a la espontaneidad, Paul era el relaciones públicas aceptado por las madres y abuelas, dedicaba todo su esfuerzo al trabajo y al estudio musical sin perderse en las distracciones que ofrecía la vida de estrella y buscaba fuentes de inspiración en otras músicas. Por supuesto que su obsesión por el trabajo le generó no pocas discusiones internas, sobre todo con George Harrison, quien nunca toleró sus órdenes sobre la manera en que debía tocar su instrumento y veía en él a un «pequeño tirano».
El fin de los shows en vivo con Los Beatles en 1966, la intensificación del trabajo en los estudios de grabación, la muerte del mánager Brian Epstein y la unión de Lennon con Yoko Ono, sentenciaron la suerte de la dupla compositiva, intensificaron los roces y, en consecuencia, sellaron el final del grupo. Los intentos de Paul por tomar el mando ante el desinterés de John fueron interpretados como un recrudecimiento de su manejo tiránico, que terminó de enfrentarlo con el resto de sus compañeros. La historia oficial lo ubicó durante mucho tiempo como el agresor que desencadenó el final de la banda y esa imagen lo iba a torturar mentalmente durante muchos años.
Algunas chicanas públicas con John y la mordacidad de este lo condenaron durante varios años a ser mirado de reojo por las huestes rockeras, quienes veían en él a un «burgués» mientras que ponían toda la carga de rebeldía en John. Aunque siempre se percibió una tirantez entre ambos en los años subsiguientes, el emotivo discurso de Paul de 1994 para introducir a John en el Salón de la Fama del Rock and Roll puso las cosas en su lugar.
Pero el paso del tiempo, algunas biografías más benévolas publicadas en los últimos años, el estreno de Get Back y de la miniserie McCartney 3,2,1 y, sobre todo, el reconocimiento del propio Ringo Starr pusieron a Paul en su justo lugar. «Si Paul no hubiera estado en la banda probablemente habríamos hecho dos álbumes, porque éramos unos vagos. Pero Paul es un adicto al trabajo. John y yo estábamos sentados en el jardín viendo el color verde de un árbol, y el teléfono sonaba y él decía: ‘Muchachos, ¿quieren venir al estudio?’ Hicimos tres veces más música de la que hubiéramos hecho sin él, porque es un adicto al trabajo y le encanta ponerse en marcha», zanjó definitivamente el legendario baterista.
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