En el mes que va de la traumática separación de los Beatles al lanzamiento de Let It Be el 8 de mayo de 1970 se consuman las expectativas en torno a las respectivas carreras solitas de los fab four de Liverpool. El primero en salir a escena es Ringo, quien el 27 de marzo hace su debut con Sentimental Journey, una decente aunque poco memorable placa de covers. Un mes después, el 17 de abril, Paul presenta McCartney, disco de rápida gestación folk-pop en el cual se hace cargo de todos los instrumentos. El resultado, interesante dado su perfil casero e intimista, no es el esperado. La resaca del break-up estaba demasiado cerca.
No va a ser hasta el final de ese año cuando la magia beatle vuelva a hacerse presente, ahora transmutada y eyectada a una inédita concreción formal e ideológica. El 27 de noviembre de 1970 George Harrison publicaba un disco sublime, tan extenso (23 canciones, 106’) cuanto rico en composiciones, arreglos y ejecución: el triple All Things Must Pass. Solo dos semanas después, el 11 de diciembre, hace justo 50 años, aparece otro álbum enorme: John Lennon/Plastic Ono Band, primer disco de John en solitario.
Ambas obras volvían a poner a los músicos en el centro de la escena, demostrando que después de los Beatles había vida, y mucha. En el tono, la madurez, y las composiciones de los nuevos Lennon y Harrison se podían percibir las causas del agotamiento y las fricciones palpables en el documental Let It be, las cuales se habían extremado al punto de que John quiso dejar el grupo en septiembre de 1969, tras la grabación de Abbey Road. Ni las coincidencias estéticas, ni las aspiraciones vitales de cada uno eran lo habían sido años atrás. Y eso se percibe en el personalísimo y arrollador perfil que curten ambos en sus respectivos álbumes, sin duda lo mejor que produjeron los antiguos Beatles por separado.
En noviembre de 1968, Harrison había lanzado Wonderwall Music, banda sonora del largometraje Wonderwall, de Joe Masot, y en mayo del 69 Electronic Sound, álbum de corte netamente experimental. Pero es en All Things Must Pass donde condensa su visión espiritual de la música y el arte: como piedra de toque, “My Sweet Lord” apela al alleluya judeocristiano, glorias a Krishna y versos del himno devocional hindú Guru Stotram en un mantra ecuménico de ascendencia gospel que fijaba una religiosidad ya incipiente en temas clave de su época beatle como “Within You Without You”, “Love You To” o “The Inner Light”. En otras joyas del disco, “Beware of Darkness”, “Run of The Mill”, “Behind That Locked Door” o la homónima “All Things Must Pass” Harrison hace un llamado al cultivo de la meditación, la interioridad y el pacifismo. La producción de Phil Spector y la asistencia de más de 30 músicos (Ringo, Clapton, Mal Evans, Klaus Voorman, Billy Preston, Gary Wright, Ginger Baker y un joven Phil Collins, entre otros) se dejan oír en el barroquismo orquestal con que Harrison recubre una obra tan extraordinaria cuanto indisociable de su pulso espiritual. Junto a las influencias del soul y el gospel, aparece el sello folk de Dylan en dos temas, una compuesta por ambos en 1968, “I’d Have You Anytime”, y otra obra de Bob, “If Not For You”, de su álbum New Morning.
La conexión hindú de Harrison no era un aditamento hippie: en septiembre de 1966, antes de grabar Sgt. Pepper, había viajado a la India para estudiar con el maestro del sitar Ravi Shankar, con quien trabaría una gran amistad. En ese momento, la música hindú ya le resultaba familiar y estimulante, pero sus impresiones allí, adonde volvería en 1968 con el grupo, Donovan y Mike Love de los Beach Boys a ver al Maharishi, lo marcarían de por vida: “es maravilloso encontrarse de repente en un lugar donde uno se siente como si estuviera en el año 5000 a. C.”, afirmó tiempo después.
Lanzado el viernes 11 de diciembre de 1970, cuatro días después de la victoria de Cassius Clay sobre Ringo Bonavena en Nueva York, el primer disco solista de Lennon es una obra gloriosa, catártica y de autodefensa, en la que John se muestra desnudo, desgarrado por traumas familiares, el estrellato y la separación de los Beatles. Hay en John Lennon/Plastic Ono Band (que tuvo su versión Yoko Ono/Plastic Ono Band) momentos de irritación que, suponemos, habrán sido muy caros a los íconos del grunge; un nivel de insatisfacción existencial y político que se puede apreciar en cada sílaba cantada o en cada arreglo de guitarra. Pero también caben aquí una calidez y una ternura admirables: de “Hold On” a “Isolation” “Look At Me” o “God” no deja de sorprender el tono confesional con que Lennon muestra sus heridas, abjuración de los Beatles incluida. Entre los primal screams de “Mother” o Well, Well, Well” y el cierre de cuna de “My Mummy´s Dead” se enmarca la unidad de un álbum brillante, minimalista, escrito en primera persona y abocado a realizar una suerte de ecodoppler del dramático final (dream is over) de una etapa (The Walrus) y el comienzo de otra (John) en su vida. El trío que conforman con un magnánimo Ringo a la batería y su amigo alemán Klaus Voorman al bajo, más un soberbio piano de Billy Preston en “God”, es, en su sencillez, de una belleza deslumbrante.
Aunque con diferencias, en ambas producciones el amor juega un papel central: en el caso de Harrison, llevado a un extremo propio del Cantar de los Cantares, allí donde lo divino se entrelaza con lo humano. En Lennon, el amor es devoción por Yoko, refugio interpersonal ante un mundo hostil. En ese sentido, el gesto de liberación profesado en ambos discos es más que notable si comprendemos que la extensión de All Things Must Pass sugería una acumulación de material producto de los constantes vetos que le imponía el binomio beatle, mientras que la desnudez de Plastic Ono Band se antojaba una especie de purificación emocional con que afrontar el desgarro del futuro. Y aquí es donde la música se hace presente para afirmar la existencia en virtud de una sentimentalidad tan amplia cuan amplia, diversa y eminente es su materialización artística. Porque no habría mayor virtud musical que plegarla a la dimensión infinita de la experiencia. Es lo que comprendemos en la escucha de ambos discos, obras cumbres en la música anglosajona de todos los tiempos.