El artista que se presenta en el Teatro Astros para despedirse de Buenos Aires es un cúmulo de honrosas excepciones. Es un actor nonagenario que hace medio siglo no reside en la Argentina lo cual, sin embargo, no le impidió participar de las películas más emblemáticas de la historia del cine nacional contemporáneo. En efecto, no se conoce intérprete que haya brillado en tantos films -más de 150-, en su gran mayoría prestigiosos, populares y ganador o nominados al Oscar. Pero lo más inédito de su carrera cinematográfica es el compromiso ético y político que lo hizo dar cuenta de cada época y estar siempre del lado correcto de la escena pública argentina. Por eso, cuando Héctor Alterio aparece en escena también vemos desfilar al artista que, en las ficciones de la pantalla grande, no ha cesado de denunciar las injusticias sociales desmedidas de la historia local o de proponer la utopía contraria.

En ese sentido, no parece casual que A Buenos Aires, el espectáculo de recuerdos, poesía y tango que marca el retorno del actor a los escenarios porteños, comience en 1974.  Ese año Alterio protagonizó dos películas paradigmáticas: La Patagonia rebelde (Olivera) y La tregua (Renán). La primera evocaba los fusilamientos de obreros en el sur argentino: una realidad de 1922 que se parecía demasiado al inminente rol terrorista de las Fuerzas Armadas en los ’70; en la segunda, basada en una novela de Mario Benedetti, daba cuenta de la imposibilidad del amor o de la felicidad en una Latinoamérica acuciada por las dictaduras. Fue demasiado para la intolerancia política del momento: una o ambas le valieron que, como él mismo señala, tras viajar a San Sebastián a presentar La tregua no haya un avión de vuelta para regresar a su ciudad natal. Es decir, que hasta allí llegaron las amenazas de muerte de la Triple A instándolo a abandonar el país.

Entonces, ese mismo 1974 comenzó la etapa del exilio. Para dar cuenta de la larga noche del destierro y de la conversión nostálgica del Buenos Aires querido de su infancia y juventud en el “paraíso perdido” de su madurez, Alterio recurre al recitado de “El último organito” con una gracia melancólica que le otorga nuevos fulgores a la poesía de Homero Manzi. Le sigue “Al mundo le falta un tornillo” de Enrique Cadícamo con reminiscencias a Carlos Gardel y “Siempre se vuelve a Buenos Aires” de Eladia Blázquez. Sus armoniosas declamaciones cuentan con un acompañamiento musical de excelencia: el del pianista Juan Esteban Cuacci con quien le une una graciosa complicidad escénica.

Tangos y poemas

Después de una serie de textos poéticos y tangueros que le cantan a la ciudad que le vio nacer -que cuentan con las antológicas firmas de Cátulo Castillo y Horacio Ferrer, entre otros-, la segunda etapa del espectáculo se centra en poemas de León Felipe. La vida y el exilio del poeta republicano le sirven como refugio en España y funcionan de manera especular al periplo existencial de Alterio. Aún, desde lejos, ambos persistieron en la tierna terquedad de revelar la conciencia enloquecida del mundo y en la necesidad imperiosa de emprender la ilusión redentora frente a cualquier desesperanza.

Así como el corpus poético de León Felipe siguió desde México narrando la desgracia franquista de España, cuando las circunstancias lo permitieron, desde 1984, Alterio fue actor principal de las películas paradigmáticas de la transición democrática argentina que criticaron al terrorismo de Estado: Camila de María Luisa Bemberg (nuevamente el horror del pasado remoto para dar cuenta del horror más reciente), Sofía (Alejandro Doria, 1987), Yo, la peor de todas (Bemberg, 1990) y la emblemática La historia oficial (Puenzo, 1985) donde se ponía en la piel de un empresario cómplice de la dictadura y de la apropiación de niñas/os. Durante los ’90 y principios del siglo XXI el popular actor eligió roles en películas del director Marcelo Piñeyro que se situaban en las antípodas del neoliberalismo: Tango feroz, Cenizas del paraíso (quizás la primera película argentina que denuncia la complicidad judicial con la política neoliberal), Plata quemada y Caballos salvajes, cuyas líneas cúlmines de su personaje, un viejo anarquista llamado José, quedaron grabadas en la memoria popular: “¡La puta que vale la pena estar vivo!”.

Un personaje y una frase que parece adecuarse de maravillas al actor que, en su monólogo con fuerte componente autobiográfico elige iniciar el repertorio de León Felipe con “Escuela”, encontrar el clímax en el conmovedor “¡Qué lástima!” y culminar con “Vencidos” (“Por la manchega llanura / se vuelve a ver la figura/ de Don Quijote pasar”) quizás porque la figura del loco que persigue un sueño es la que mejor cuadra a sendos creadores.

Así, a medida que se suceden las letras de tango y de poesías al ritmo musical de Cuacci y apoyado en la dramaturgia de su pareja, la psicoanalista Ángela Bacaicoa, Alterio desgrana durante más de una hora recuerdos con una emoción a flor de piel no exenta de humor y picardía. El final apoteósico con un público de pie viene con “Teoría de los buenos deseos” de Hamlet Lima Quintana, “Mi viejo Piazzolla” de Ferrer y la canzonetta napolitana “María Mari” entonada a capella. De esa manera vuelve a sus orígenes, allá desde donde nunca parece haberse ido.

En este paso por Buenos Aires, además, Alterio recibió una merecidísima placa del Ministerio de Cultura que lo reconoce como “Personalidad Emérita de la Cultura”. Allí se abrazó con su “víctima” de La Patagonia rebelde y entrañable amigo: Pepe Soriano y se reencontró con su hijo de El hijo de la novia, Ricardo Darín. Días antes paseó por la calle Corrientes con su amada perdida de La tregua, Ana María Picchio y tras la primera función recibió la ovación de su redimido amigo en Caballos salvajes Leonardo Sbaraglia. En contadas ocasiones, la ficción y la realidad dan lugar a estas amorosas coincidencias.

Foto: Ministerio de Cultura de la Nación

¿CUÁNDO?

A Buenos Aires. Con Héctor Alterio. Música: Juan Esteban Cuacci. Funciones viernes, sábados y domingos a las 20:30. Teatro Astros, Corrientes 746.