En agosto de 1976 un Fito Páez todavía adolescente estaba en el Teatro Astengo de Rosario, a punto de tener su bautismo de fuego en el rocanrol. Esa noche tocaba Charly García con la Máquina de Hacer Pájaros. Todo lo que había escuchado hasta ese momento cobró sentido. Fue el punto cero de la historia. “Yo recuerdo esos cuatro acordes: re cuarta, re mayor, do cuarta, do mayor, repetido cuatro veces antes de empezar la batería. Para mí eso fue el motor, la vuelta a la llave en el tablero”, dijo Fito al periodista Humphrey Inzillo para la revista Rolling Stone, en 2008. Hoy, Rodolfo Páez, nacido el 13 de marzo de 1963 en la gran ciudad santafesina, festeja 60 años de vida y entrega total a la música.
En ese momento, Páez tuvo una epifanía. Quería tocar rocanrol como Charly García. Era lo que había venido a hacer a este mundo. Pasaron más de cuatro décadas de aquel chico que creció escuchando discos de Hendrix, Return to forever, Genesis, Yes, Caetano Veloso, y la Máquina de hacer pájaros, al compositor prodigio de 18 años que compuso “La vida es una moneda”, vivió el boom de la trova rosarina, fue convocado para tocar en la banda de Charly García en 1983, se enamoró de Fabi Cantilo, empezó su etapa solista y su ingreso a la puerta grande de la música popular con el tema “Yo vengo a ofrecer mi corazón”. Después la aceleración de una vida sin vuelta atrás.
En 1986, grabó el álbum doble La, la, la con Luis Alberto Spinetta. Se le abrían las puertas del paraíso hasta que en noviembre de ese mismo año llegó el horror: el asesinato de su abuela Pepa y su tía Belia. Entre 1987 y 1990, llegaron las nuevas canciones y los nuevos discos para drenar el dolor y el fin del sueño de la primavera democrática: Ciudad de pobres corazones, Ey y Tercer Mundo. Y, el encuentro solar con Cecilia Roth en Punta del Este, que inspiró el álbum El amor después del amor de 1992, el éxito más grande de la historia del rock argentino con un millón y medio de discos vendidos. Tenía 28 años y sus canciones pasaron a ser parte del aire.
“El amor de la Roth lo iluminó mucho y cuando un artista consigue un lugar, ya de ahí no baja, por más que haya pausas o detractores. Fito es amado. Hizo canciones que van a ser siempre legendarias. Eso es más importante que llenar un estadio para mí, porque es como llenar una época”, dice el poeta Fernando Noy, que vivió todo el período de los años ochenta junto al rosarino, cuando era recibido en el ambiente como la nueva sensación del rock nacional.
En 1994 cuando editó Circo Beat, confirmó su buena estrella con clásicos instantáneos como “Mariposa tecknicolor”. El álbum, grabado entre Londres, Buenos Aires y la Isla de Capri, lo alejó de sus acólitos de la etapa musical más dark de los ochenta. “El rock, por supuesto, vapuleó a Páez y a su Circo Beat. El rock, por supuesto, no había escuchado el disco”, dice el periodista Martín Graziano en su ensayo La voz cantante. Cerró los noventa con el disco Abre, que tenía la monumental “Casa desaparecida” de once minutos, y el himno “Al lado del camino”, que estampó aquella frase manifiesto: “yo puse las canciones en tu walkman, el tiempo me puso a mí en otro lado”.
Su discografía en la primera década del siglo XXI fue más irregular. Volvió a los teatros más chicos como el ND Ateneo, donde presentó Naturaleza sangre en 2003, y se arriesgó con trabajos como Moda y pueblo (2005), con arreglos del pianista contemporáneo Gerardo Gandini. “En mi vida fueron dos picos, El amor después del amor y Circo Beat. Después todo fue pelea. Hasta hoy”, le dijo a la periodista Leila Guerriero en 2018. Mientras la crítica musical parecía darle la espalda, Fito no paraba de sacar discos y producir otro tipo de obras: filmó dos películas de ficción, el drama “Vidas privadas” (2002), y la comedia “¿De quién es el portaligas?” (2007), escribió dos novelas “La puta diabla” (2013) y “Los días de Kirchner” (2018), y la autobiográfica Diario de viaje (2016). “Es una persona que tiene que estar permanentemente creando. Sino es un libro, es una película, un ensayo, una música, pero tiene que estar volcando su manera de trabajar y eso lo hace un artista único en su estilo. Te puede gustar o no, pero hay pocos así que se animen”, dice Coki Debernardi, amigo y músico de The Killer Burritos, con el que comparten todos los veranos de vacaciones desde hace veinte años.
En 2017, Páez editó La ciudad liberada, un álbum que marcó cierto cambio de humor con respecto a su obra. “Estoy girando con Fito desde 2010 y nunca noté desconexión con el público, giramos por toda Latinoamérica, siempre con mucho público. Sí creo que de los discos que hicimos juntos, el primero que se destacó (y hablo de que le gustó a la prensa especializada) fue La ciudad liberada, dice el bajista y productor musical Diego Olivero.
Cuando Charly García cumplió 70 años, Fito tocó en un homenaje en el CCK. Luego salió rápidamente hasta el Teatro Colón para brindarle un tributo a sus canciones, acompañado de una orquesta sinfónica. El círculo de aquel adolescente que vio a Charly con La Máquina de Hacer Pájaros en el Astengo empezó a cerrarse. “Si bien Fito tiene una escuela clásica, las grandes canciones de Charly le sirvieron para desarrollar su propia forma de tocar el piano que es notable, distinta. Lo recuerdo a Fito sacando todos los yeites que Charly usaba en el piano. Esos discos de La Máquina nos habían volado la cabeza. Era 1976. La música nos salvó”, dice Ricardo Vilaseca, amigo de la adolescencia de Rosario, con el que se juntaban a escuchar música en el altillo de la casa de Páez.
El 2021 fue un año de reconocimiento para Páez como figura central del rock argentino. Le entregaron un Grammy Latino a la excelencia musical y ganó el Gardel de Oro por su disco La conquista del espacio. A fin de ese año lanzó “Los años salvajes”. Luego editó un muy buen álbum sinfónico llamado Futurología Arlt y cerró la trilogía con The Golden Ligth, un disco intimista de piano y voz. En el medio terminó su libro de memorias, Infancia y juventud, editado por Planeta.
En 2022 anunció el comienzo de una serie para Netflix sobre su vida. El hijo de un empleado público y una pianista clásica, nacido en un hogar clase media de Rosario, donde había un piano y una colección de trescientos discos, mucho amor y mucho dolor, cumple 60 años. Todo lo que hizo hasta acá tuvo su premio.
El 1 y 2 de abril, Fito Páez actuará en el estadio Vélez Sarfield para cerrar el ciclo de shows del treinta aniversario del disco El amor después del amor. Otra vez lo hará frente a una multitud como cuando tocó el disco en 1992. “Recuerdo charlas con Fito por aquella época y nadie podía entender lo que pasaba. Era la época de la cumbia y Fito apareció con este disco con letras complejas como “La Verónica” y llegó a todos lados. Ese disco está bendito. Si lo vuelve a presentar dentro de sesenta años llenaría de nuevo un estadio”, dice Fena que estuvo junto a Fabi Cantilo como telonero de aquellos tres conciertos en Vélez.
La celebración de El amor después del amor generó una fitomanía que comenzó el año pasado en el Movistar Arena, donde realizó ocho recitales con entradas agotadas. “Hay algo de los que vivimos en El amor después del amor, que nos trascendió a todos. Ser parte de una tribu”, dijo hace tres semanas en el programa de radio Todo Pasa. El alumno dilecto de Charly García cumplió con el designio. “Desde que lo conocí siempre supe que iba a llegar a esto y mucho más, porque Páez no se va a detener”, dice Fernando Noy.
Lo que sigue es otro capítulo de su vida, la nueva versión de El amor después del amor, que grabó en Estados Unidos. “Decidimos faltarle completamente el respeto al disco original y nos encontramos con un álbum genial, que nos gusta muchísimo.”, dice Diego Olivero, bajista de su banda. Quizás lo que hace que la trayectoria de Fito Páez sea tan notable es la forma en que su obra evolucionó, con picos, declives y nuevos ciclos de resurrección, encontrando su lugar al lado de los que fueron sus padres musicales: Litto Nebbia, Charly García y Spinetta. “Nadie puede discutir a Fito, como nadie puede discutir a Caetano Veloso, o Silvio Rodríguez. Está dentro de ese olimpo de creadores”, dice Fena. Fito Páez se puso al servicio de la música siendo su propio laboratorio y noble vocero. Canción sobre canción, talló una obra que forma parte del inconsciente colectivo. A prueba y error tocó lo fugaz y lo eterno, la luz y la oscuridad, el drama y la felicidad. Como una flecha, su melodía universal silba en el aire y atraviesa el tiempo hasta llegar al centro del corazón.