Un show de hits y compromiso para festejar el aniversario de la banda platense. Hubo invitados como Carmen Sánchez Viamonte y Nahuel Pennisi.
Más de tres décadas después, la universidad lucha hoy por sobrevivir frente a un gobierno que piensa en números, tablas y la economización de la vida; sin pasión, con crueldad. Justamente, todo lo contrario a la esencia de la música y el arte. Entonces Moretti decidió que había que hablar. Tras contar que «Rimbaud» surgió en su época de estudiante universitario, agregó: “Digo esto porque nos formó la educación pública, y la universidad pública y gratuita. Le debemos todo lo que somos. Y aprovechamos para decir que hemos sido curados, cuidados y tratados por la salud pública también gratuita».
El teatro se encendió enfervorizado, la canción sonó a himno de cancha, y el líder cerró con sorpresa: “es un placer verlos tan entusiastas”. Estos tiempos de crueldad necesitan de verdades dichas por gente sincera, emocional, por artistas. Moretti encaja a la perfección.
Pero más allá de la proclama a favor de la educación y la universidad pública, hubo un show, y hubo música. Justo después de «Rimbaud», cuando el teatro estaba en llamas, la banda siguió con «Encantan», un tema tranqui, soft, que hizo sentar al público. Pareció una constante en la intención del grupo: que el recital subiera y bajara, como un péndulo. Quizás queriendo demostrar que su discografía está llena de pliegues, hay rock, pop, aires tangueros, tonos bolerísticos.
La “excusa” de la cita en el apagado microcentro porteño fue la celebración de los 30 años de carrera, desde que se formaron en 1994, aunque la pegarían recién en 2003 con Ardimos, y pasarían a la masividad en 2006 con Sistema Nervioso Central. Aún así, la mayoría de las canciones fueron de los últimos álbumes (sorprendió que no hicieran «América», una fija en sus setlist, un himno para los seguidores).
Arrancaron con «Montañas de Amor», donde ya quedaba de manifiesto la eficiencia y cohesión del núcleo conformado por guitarrista Víctor Bertamoni y al bajista Pali Silvera. Es talento, sí, pero sin dudas demuestran el valor del trabajo y de los ensayos para que una banda “suene bien”. Se conocen de memoria, y conciben lo que hacen como arte, y también como oficio. Víctor piensa y ejecuta cada arreglo para cada canción, como un relojero. Siempre con ese estilo georgeharrisoniano en la viola, tan callado, donde lo que habla es su guitarra, meticulosa, melodiosa y precisa.
En la lista seguirá la pegadiza «Sólo por hoy (chica oriental)» y el siguiente tema es presentado por Manuel como su incursión por el 2×4 llevado al rock. Moretti (que antes de Estelares cantaba tangos en La Plata), más que un frontman, más que un cantante, es un músico-escritor. Le encanta describir ambientes, imágenes, a veces cotidianas, como en «Melancolía», la tercera canción. Uno de sus puntos altos de la carrera y del recital.
Es inevitable que vengan imágenes del Abasto (“un camión recolector es la estrella en esta función, calle Anchorena a eso de las diez”) y el aire tanguero (“Melancolía aquí otra vez, no has tenido bastante? Le di mi vida a las canciones y no me arrepiento. Los recuerdos que hacen mal quieren de mí lo que yo ya no puedo”).
Vinieron «Las trémulas canciones» y «Este despertar», con ese aire de cantantes melódicos populares como Nino Bravo o Roberto Carlos llevados al rock. Casi que podría definirse a la banda (que una hora y media después volvió a los bises para hacer el cover de «El gato que está triste y azul», de R. Carlos) como un estilo tango-rock melódico épico.
Esa épica un tanto oscura pero movida quedó de manifiesta en otro de los puntos altos del show: «Superacción». Único tema con Manuel en guitarra, compuesto “cuando me cagaba de hambre”. El teatro escucha esa letra que corta con el filo de la verdad: “Hemos malgastado el tiempo que quisimos derrochar, ya somos campeones, no hay lugar al que llegar”.
Antes de tocarlo contó que lo compuso la misma semana que «Aire». Cuando no era nadie, no tenía un peso, subsumido en la crisis de la Argentina de los ’90. Eso siempre destaca el líder de Estelares (que pocas veces habla de “música”, en general habla de “canciones”): que las canciones lo salvaron; de caer roto por las drogas. De la vida, lisa y llanamente. Las canciones le permitieron vivir.
Y las canciones siempre estuvieron allí. Antes de ser famoso ya había compuesto «América», «Ardimos», «El corazón sobre todo», «Aire», «Superacción», «Julia», «Cristal», «Compro flores»… Como un giro de la historia, en el hall del Gran Rex vendían dos vinilos: Lado B y La Mañana del Aviador. Se trata de demos que años atrás eran reliquias en internet, incunables. Hoy son parte del merchandising oficial. El mainstream.
Estelares (o su principal compositor, Moretti) tiene el don calamaresco de hacer que se vea fácil crear un hit. Tienen decenas de ellos desde que publicaron «Moneda Corriente» hace 21 años, con la participación de Andrés. La mitología de la banda cuenta que Juanchi Baleirón, cuando empezó a producirlos en el primer disco «comercial» (Ardimos) les dijo que tenían buenas canciones, pero que les faltaba estribillos. Entonces vino Sistema Nervioso Central, quizás el disco con más estribillos del rock nacional del siglo XXI (apenas empatado con Obsesionario de Tan Biónica).
El formato de los temas que tocan en la noche del sábado es clásico: todas las canciones en el Gran Rex esbozan un estribillo después de arrancar con estrofas. Pero eso que parece fácil es tan difícil de lograr que apenas un puñado de las bandas actuales argentinas puede ufanarse de ello. Eso sí, hay un tema que no lo tiene. La paradoja estelariana es que su primer gran hit («Aire») es el único sin estribillo. Y sin embargo, fluye con un ritmo único.
No faltaron clásicos como «Ella Dijo» (con arreglos de su versión original), la alegoría groupie de «Un show», «Un día Perfecto» (compuesta “mientras estaba cagando”), pero todos eran seguidos por temas que cambiaban el clima, como «Horneros cantantes», «No hay más» (hermoso tema de Pali, el bajista), «Río de lava«. Subir y bajar. Esencial en la música, la vida misma.
La épica volvería en el último tramo del recital, antes de los bises, con «Cristal» y la melodramática «Alas Rotas», de las mejores canciones de su carrera: “Estábamos los dos, atravesando el tiempo hacia ningún lugar, llevábamos la foto de la libertad. Niños blancos”.
Los bises arrancaron con “¿Quién no se ha besado en Mardel?”, y la participación de invitados: primero, Carmen Sánchez Viamonte, figura en ascenso en la escena platense, con quien hicieron «Doce Chicharras». Y tras presentar tema nuevo (“Ella”, Manuel reveló que en unos días empiezan a grabar un nuevo disco), fue el turno de Nahuel Pennisi, para «Es el amor». Como cierre, «El Corazón Sobre Todo», intercalado con «Under Pressure», como suelen hacer hace años. Demasiadas pocas cosas.
Moretti, autodefinido como “fóbico”, tímido, y quizás sobreanalizado como la mayoría de nosotros, podría pensar antes de cada nuevo álbum: “¿Cómo hacer buenas canciones después de todas las que ya hicimos?”. Pero entonces uno piensa. ¿es necesario? Tal vez es todo lo contrario: Estelares llegó a un punto al que arriban pocas bandas, que es el de tener tantos hits que pueden hacer un show solo con ellos. Salen solos. Fluidos, naturalizados. Y no son un grupo que reniegue de ellos. Disfrutan del placer de la convocatoria y la complicidad del público. Y en buenahora.
Porque Estelares, como tanta gente en nuestras vidas, se encargó de remarcarlo en «Cristal»: “Somos tan frágiles, tan memorables”. Otra verdad de Moretti en la noche porteña de un gélido país.
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