La aclamada directora deja de lado su cine sobre episodios traumáticos para enfocarse en una historia de narrativa clásica. Lo hace con la maestría de siempre, tanto desde lo visual como desde esa mirada que siempre permite descubrir un más allá.
En el tercer año de la Guerra Civil en Estados Unidos (duró más de cuatro), un soldado de la Unión (Farrell) es encontrado malherido por una niña. Ella está al cuidado de Martha (Kidman), una señora que está al frente de la casona en la que funciona un seminario (del que también está a cargo), donde se les enseña a las mujeres a ser mujeres (de la época): modales, coser, zurcir, poner la mesa, fórmulas varias de etiqueta, vocabulario. A la pequeña Amy y Martha la acompañan la maestra (Dunst) y un grupo de chicas de las que la mayor es Fanning. El grupo lo completan otras cinco niñas, importantes para la historia aunque no tanto en la trama.
Surgida de la novela de Thomas P. Cullinan (1966) ambientada en 1864 y ya filmada por Don Siegel en 1971 con el entonces Harry El Sucio Clint Eastwood, Sofia Coppola reinterpreta la historia para darle el punto de vista femenino (y feminista) que aquella, por impericia impuesta por los tiempos en los que se hizo o por decisión propia, había ocultado.
Aquí el soldado encontrado, una vez que recupera sus movimientos, comienza a ser el atractivo extranjero, figura ya varias veces tratada por la filosofía moderna, ya que es el lazo con el mundo exterior desconocido, a la vez que puerta de salida a la opresión del propio terruño que la modernidad empieza a hacer sentir y, como diría Simmel, aquel al que se le puede confesar lo más íntimo porque se supone que como forastero no se lo volverá a ver.
También Kidman en un momento explicita otro de los valores que difunde la incipiente modernidad burguesa: Con la presencia del Cabo, aprendimos que, como individuo, el enemigo no es malo. Y es ahí donde Coppola decide imprimirle a la trama una velocidad más propia del cine mainstream que el que ella suele realizar, para mostrar, en sólo unos minutos, que mientras exista el patriarcado el hombre, para una mujer, nunca se convierte en un individuo; es, ante todo, un hombre, en su sentido más universal del término: alguien que según la cultura occidental está hecho a imagen y semejanza de Dios, el más hombre de todos.
Entonces a la mujer sólo le queda otra mujer como salida de emergencia, aliada, refugio y todo lo que el mundo le niega. Que la idea de solución del conflicto surja de la más pequeña y que incluso sea a costa del disgusto de alguna de ellas, indica hasta qué punto la cultura del patriarcado -por omisión- enseña a las mujeres, en última instancia, a defenderse. En el enfoque de Coppola, además, la enseñanza de que incluso aunque preferiría no hacerlo, hoy la mujer está dispuesta a la insurrección si de defenderse se trata.
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