Por estas fechas, los días en Cosquín son soleados y cálidos, pero a la noche refresca y aventurarse a las calles del centro sin un abrigo es solo para valientes. Sin embargo, frente a la pequeña Sala Federal de esta ciudad-pueblo, varios estudiantes de cine aguardaban para la función del viernes a las once de la noche sin chistar. Y lo más sorprendente no fue eso –a fin de cuentas, casi todo, incluso el frío, es más tolerable cuando se es joven-, sino que lo que los convocaba no era la nueva superproducción de Marvel Studios, sino un film soviético de 1983, Adiós a Matiora, que el historiador del cine Fernando Martín Peña presentó en el ciclo “Filmoteca en vivo” en el marco del Festival de Cine Independiente de Cosquín (FICIC).
La postal no es única, pero sí representativa del clima que se vivió a lo largo del FICIC, que concluye este domingo. Durante cuatro días, la apacible localidad del Valle de Punilla se convirtió en una inesperada meca del cine independiente. Una experiencia que demostró, una vez más, que eso de que el público actual es perezoso y poco exigente es un lugar común que debería ser revisado con algo más de frecuencia (y honestidad).
Premios, distinciones y defensa del cine nacional
La coproducción argentino-peruana No hay regreso a casa, de la joven realizadora Yaela Gottlieb, una valiente y amorosa aproximación al vínculo padre-hija, se quedó este sábado por la noche con el premio a la mejor película, mientras que la dominicana Una película sobre parejas, de Natalia Cabral y Oriol Estrada, recibió una mención especial. En tanto, el cortometraje Fuego en el mar, en el que el argentino Sebastián Zanzottera parte de la figura de su padre ausente para reflexionar acerca de la cultura del trabajo en la industria del combustible y los efectos de determinadas políticas sobre ella, ganó el premio principal de la competencia de cortometrajes. En tanto, Luto, de Pablo Martín Weber, recibió una mención especial (el año pasado ganó el premio principal del FICIC con su impactante cortometraje Homenaje a la obra de Philip Henry Gosse).
El premio principal de la Competencia Nacional Cortos de Escuela, una importante vidriera para los alumnos de las escuelas de cine de todo el país, fue para Puede una montaña recordar, de Delfina Carlota Vázquez, de la Universidad Nacional de las Artes (UNA). Por su parte, Fuera de campo, de Wanda Davenport, de la Universidad de Buenos Aires (UBA) recibió una mención especial. La elegida por el público fue Una escuela en Cerro Hueso, la conmovedora película de la santafesina Betania Cappato acerca de una niña con autismo a la que sus padres deciden escolarizar en una escuela rural tras la negativa de más de una decena de establecimientos educativos urbanos.
La ceremonia de cierre en el Teatro Alma Encantada de la ciudad también sirvió como plataforma para que realizadores y representantes de la industria alertaran acerca del peligro de que el próximo 31 de diciembre caduquen los fondos que se asignan a los organismos de cultura, entre ellos el INCAA, tras la aprobación de una ley en ese sentido el 6 de diciembre de 2017. “Organicémonos para evitar el apagón cultural”, lanzó desde el escenario la joven cineasta Tatiana Mazú, cuyo largometraje Río Turbio ganó el FICIC el año pasado, ante el riesgo que corre el fondo de fomento cinematográfico en el país.
“No hay festival en el mundo que no pase cine argentino desde hace 25 años. Eso solo hace que las cuentas cierren por todos lados, porque las películas que se pasan afuera se venden en la televisión, en algunos casos se estrenan también, y eso genera divisas. Por eso, a la desinformación y a la mentira hay que responderle con información y con datos”, advirtió Peña, quien fue distinguido por las autoridades de Cosquín por su labor en pos de la conservación del legado cinematográfico del país. “Esas son también cosas que podemos compartir en espacios como este, que están abiertos a un cine que no tiene la visibilidad que merece entre nosotros. Solo por hablar del cine del presente. Del cine del pasado hablo todo el tiempo y les recuerdo que no tenemos cinemateca nacional”, completó.
La estrella del festival: el público
Sin embargo, sin desmerecerlos, lo más importante de este festival, que festejó este año su decimoprimera edición –la de 2020 se suspendió y la de 2021 fue online por la pandemia- no son los premios. Incluso su director artístico, el crítico de cine y docente Roger Koza, afirma cada vez que puede que, si fuera por él, eliminaría las competencias, ya que considera que todas las películas que programa son valiosas y merecen el mismo grado de atención. Lo mismo rige para los cortometrajes, a los que el FICIC otorga la misma relevancia que a los largometrajes.
La realidad es que si hay algo que distingue al FICIC es su público, un grupo heterogéneo de todas las edades conformado por amantes del cine curiosos, fieles y exigentes que colmaron casi todas las funciones programadas en los teatros y el microcine de la ciudad (según las primeras estimaciones, las funciones presenciales contaron con unos 3.000 espectadores, y aún quedan por contabilizar las visualizaciones online). Como Alicia Marchesi, que viajó a Cosquín desde Córdoba capital junto a otras 14 amigas y que habló con Tiempo Argentino tras la proyección matutina de la comedia Bloodsuckers – A Marxist Vampire Comedy, del alemán Julian Radlmeier. Una película de un humor austero, algo seco, que como muchas de las películas proyectadas en el FICIC demanda del espectador cierta predisposición a dejarse sorprender por formas novedosas de narrar. “Nos encanta la programación del festival”, aseguró Alicia, quien asiste desde hace nueve años del taller de cine del Programa Universitario de Adultos Mayores (PUAM) de la Universidad Nacional de Córdoba, dirigido por Martín Iparraguirre. Un día antes, una de sus amigas había exclamado a la salida de la película iraní District Terminal, de Bardia Yadegari y Ehsan Mirhosseini, acerca de un poeta iraní heroinómano acorralado por la censura de su país y su propia adicción: “¡Es la mejor película que vi en los últimos años!”.
Claudia Aguinaldo es docente y vive en Villa del Rosario, una ciudad de 20.000 habitantes a unos 75 kilómetros de Córdoba capital, donde entre otras cosas conduce el programa de cine El otro cine, que se transmite a través del canal 2 cooperativo de su ciudad. “Es muy interesante poder ver producciones de todos lados en tan corto tiempo. A mí particularmente me sirve para mi programa. Es mucho el insumo que uno se puede llevar de acá por todo lo que se puede ver y todo en lo que se puede participar”, comentó a Tiempo Argentino.
Un balance positivo
Este entusiasmo se repitió en cada una de las funciones, como el programa de cortos experimentales del cineasta, docente y montajista Pablo Mazzolo, quien el viernes a la noche proyectó algunos de sus trabajos en distintos formatos -Súper 8, 16 y 35 mm, como los cortos El Quilpo sueña cataratas y Oaxaca Tohocu. Mazzolo contó con la asistencia del proyectorista coscoíno Luis Nogués, personaje ilustre de la ciudad aplaudido después de cada función en fílmico como una celebridad.
“Hay que escuchar a las imágenes”, dijo Mazzolo ante una audiencia integrada entre otros por estudiantes de cine de la Universidad Nacional de Córdoba, muchos de los cuales probablemente no habían asistido antes a una proyección analógica. “Yo sé que cuando corre la película estoy gastando plata. Y hay cierta excitación en ese miedo que me gusta”, dijo sobre la experiencia de rodar en fílmico. La atención de los asistentes era plena. Ninguno abandonó la sala, ni siquiera cuando, como es habitual con los proyectores de Súper 8, se trabó la cinta y hubo que esperar unos minutos a que se reanudara la proyección. Una vez más, los espectadores del FICIC demostraron un compromiso y una fidelidad con el cine que sorprendió incluso a sus propios responsables.
“El balance de esta edición es súper positivo”, dijo a Tiempo Argentino Carla Briasco, codirectora y co-creadora del festival junto a Eduardo Leyrado. “Cuando iniciamos esta edición estábamos muy expectantes por ver cómo nos acompañaba el público, no sabíamos bien cómo iba a ser ese regreso a las salas. Y la verdad que es sorprendente cómo después de un año en que tuvimos que suspender la edición y otro en la que fue virtual, la gente nos acompañó desde el primer día del festival, con la capacidad de la sala llena en todas las proyecciones. Es una satisfacción muy grande y la verdad es que estamos muy contentos”, completó.
El cierre del festival será esta tarde con Camuflaje, de Jonathan Perel. Las previsiones del clima son favorables: se espera una tarde cálida y agradable. A juzgar por estos cuatros días de festival, el pronóstico para el cine independiente y argentino lo es también.