«El éxito no es la finalidad del arte, pero es un buen síntoma»

Por: Sebastián Feijoo

Andrés Calamaro acaba de editar Romaphonic Sessions, un disco de versiones de canciones propias y ajenas interpretadas en piano y voz. Cuenta que disfruta del jazz, de las mañanas y habla de las adicciones modernas. "Siempre fui defensor de la libertad", admite.

Del otro lado del Atlántico, del otro lado de kilómetros y kilómetros de fibra óptica, y del otro lado de esa naturaleza sangre que lo transformó en un compositor desbordado, Andrés Calamaro (54 años) no alardea de ningún estado de gracia ni se ampara en el concepto circulante de madurez. Después de todo, la vida es una serie de momentos y las ansiedades son caballos que rara vez están completamente domados. Pero hoy por hoy, el Salmón confiesa disfrutar de pequeños grandes momentos como la mañana –»después de despertarse temprano, que no es la misma de cuando no se ha dormido»–, comprar el diario, ir al mercado, escuchar jazz de los 50 y leer.

Quizás estos nuevos ritmos hayan tenido bastante que ver con el lanzamiento de Romaphonic Sessions, un disco de versiones ajenas y propias, interpretadas a piano y voz. Junto a Germán Wiedemer, Calamaro ofrece una mirada sobria y personal de «Nueva zamba para mi tierra» (Litto Nebbia), «Garúa» (Troilo/Cadícamo), «Biromes y Servilletas» (Leo Masliah), «Los Aviones» (AC), «Milonga del Trovador» (Piazzolla/Ferrer), «Siete segundos/ El día que me quieras» (AC/Gardel/Le Pera), «Absurdo «(Virgilio y Homero Expósito), «Soledad» (Gardel/Le Pera) y «Paloma» (AC). Con los recursos de Wiedemer y la determinación de Calamaro –enfocado como nunca en su rol de cantante– el álbum llega a buen puerto y hasta deja con ganas de más. La consagración de la intimidad le sienta bien.

El Salmón se encuentra en Madrid ensayando para el inicio de la inminente gira de presentación de su disco. La bautizó Licencia para cantar. El tour se desarrollará en teatros y llegaría a la Argentina recién en primavera. Respetando el protocolo que inició hace casi una década, el músico respondió a Tiempo por e-mail. «Me salen mejor las entrevistas por escrito que las orales», explica.

–¿Cómo decidiste hacer un disco de versiones propias y ajenas, y de piano y voz?
–Un disco no siempre es una declaración de principios. Habíamos elegido temas para cantar en vivo en San Sebastián. Adaptaciones de nuestras canciones para tocarlas con un grupo más reducido y otros temas de mayor enjundia armónica. La perspectiva era preparar un concierto distinto para ofrecer en julio del año pasado. No pensamos entonces que aquellas grabaciones terminarían siendo un disco. Era un trabajo adecuado para el Record Store Day, pero en una comida de camaradería discográfica decidimos publicarlo como álbum ilimitado.

–Casi la mitad de Romaphonic Sessions está compuesta de tangos.
–Los tangos, cuando son buenos, son canciones extraordinarias. Grabamos tangos, Nebbia y Masliah porque ya las conocíamos. Armamos un recital de 45 minutos con canciones propias y algún tango pero fue algo eventual, no era un concepto. No estoy dedicado al tango ni conozco mucho repertorio. No lo escucho habitualmente. Tampoco soy un investigador; conozco algunos, la punta del iceberg del género.

–¿Qué capturó tu atención de «Nueva zamba para mi tierra» y «Biromes y servilletas»?
–Son dos canciones grandes, con profundo interés melódico y musical. No tengo dos sentimientos distintos: para la letra y para la música. Digamos que no siento la permanente nostalgia del desarraigo… Tampoco sé distinguir lo que se cuenta de lo que se canta: soy un intérprete tratando de encontrar sentido y sensibilidad a las canciones, de ofrecer buen color vocal y de llevarme buenas sensaciones del escenario.

–El rock tiene muy establecida la cultura del cantautor. Vos construiste una obra muy grande, pero como se suele hacer en el tango también te animaste a trabajar con un letrista. ¿Qué ventajas y desventajas tiene esa forma de laburo?

–El tango es un género de intérpretes, como el flamenco y otros estilazos. En el rock también es importante poder interpretar. Quizás en la Argentina haya densidad de compositores porque la mayor parte del rock universal está grabado en inglés. Supongo que los primeros artistas de rock nuestro quisieron cantar y necesitaron del idioma y sus límites. Yo no soy un compositor con diploma, ni un letrista doctorado en nada. Hice canciones porque… hacían falta canciones. Cuando escribimos con amigos fue una cuestión de amistad y de confianza, más que por necesidad de repertorio. Estoy envuelto en una profesión que no me pertenece. En la historia voy a quedar como alguien que escribió accidentalmente cientos de canciones. Por así decirlo.

A su manera

Calamaro conquistó desde hace décadas el derecho de hacer lo que le venga en gana. Y lo ejerce con convicción. Su olfato y capacidad para manufacturar hits de amplísimo espectro le permitió –entre muchas otras cosas– que la industria aceptara decisiones inimaginables para otros músicos de su peso específico: lanzar El Salmón en versión quíntuple, dedicarle todo un disco al tango –Tinta roja– en plena era del rock de estadios y bastante más. Esa libertad también se juega cuando prácticamente se corre del mundo del rock con Romaphonic Sessions y también en su vocación de hablar sobre temas que muchos de sus colegas prefieren eludir.

–Manejás tu carrera con mucha libertad. ¿Por momentos te sentís por afuera del rock?
–No me siento fuera del rock. En el rock hay estereotipos, es como un circo con leones y con payasos. Tampoco puedo salir demasiado del rock porque no tengo sitio en otros géneros, sera un extranjero.

–¿El éxito da más libertad o más compromisos?
–Para mí el compromiso es hacer las cosas bien. Cantar inspirado y tener buenas sensaciones en el escenario. El éxito no es la finalidad del arte pero es un buen síntoma. Los compositores universales, los grandes maestros de la pintura, los importantes directores de cine… necesitaron del éxito, quizás también lo sufrieron… Se puede tener éxito y ser incomprendido, sufrir maltratos sutiles y no demasiado sutiles.

–¿Estás escuchando otras cosas además de jazz?
–Escucho jazz a la mañana. Todos los días. El público inquieto puede escuchar rock, jazz, canzonetas napolitanas y milongas. Son omnívoros culturales. Pero no estoy escuchando demasiada variedad de géneros en este momento. Prefiero comprarme discos de jazz e investigar ese ámbito genérico.

–¿Qué estás leyendo?
–Leo novelas y ensayos. No me interesan particularmente las biografías de músicos, aunque leí la de Miles Davis y otras cosas que no son estrictamente ficción ni ensayos. Ya publiqué lo más aproximado a una biografía personal que es Paracaídas y vueltas, editado hace un año. Presumo de olvidos importantes, más olvidos que memorias. Personalmente prefiero abrirme del catálogo de libros de rock para incursionar en una dinámica más literaria.

–¿Cuál es tu mayor miedo como artista?
–Tengo los mismos temores normales que tiene cualquiera. No soy rico: es probable que tenga menos agobios económicos que la mayoría de los habitantes del ancho mundo. Sé que tengo comida en la mesa.

–¿Te arrepentís de algo?
–Probablemente sí.

–Hace días murieron cinco chicos que consumieron drogas químicas en una fiesta electrónica y se escuchan opiniones muy banales. ¿Cómo se pueden avanzar en un debate serio?
–Siempre va a existir alguien que quiera consumir, es inevitable. La despenalización del consumo y tenencia de cannabis es posible, pero legalizar todas las sustancias prohibidas no va a ser sencillo. Últimamente, el mundo celebra las adicciones celulares telefónicas con una devoción bastante llamativa. Siempre fui defensor de la libertad, creo firmemente en el derecho a elegir.

La sentida despedida a Mariano Mores
La muerte de Mariano Mores sacudió al mundo de la música y a miles de argentinos que siguieron su obra. Calamaro no fue la excepción. Desde su cuenta de Facebook publicó una sentida carta en la que subrayó: «El cielo se estaba abriendo para dar paso con honor y gloria al maestro y amigo Mariano Mores. Fue una hermosa y muy importante oportunidad humana poder compartir días, canciones y grabaciones con el maestro Mariano».

–¿Qué momento que compartiste con Mores recordás más?
–Mariano fue un artista muy importante de nuestro país. La composición de «Jugar con Fuego» es una partitura sobresaliente, es un gran arreglo para piano y una canción de rigor histórico. Quizás haya sido la última gran partitura del tango argentino y me convidó con la oportunidad de escribir los versos.

Canciones para cine
El presente de Calamaro es Romaphonic Sessions, Grabaciones encontradas, Vol. 3 –tal el nombre completo del disco– y su correspondiente gira. Pero la naturaleza siempre se impone y el ex Los Rodríguez no deja de organizar nuevas aventuras.

–Ya estamos preparando grabaciones, aunque sin plazos de tiempo. Registramos un tema para «Canción de Amor de un Día», el proyecto de 24 horas de música que dirige Javier Corcobado. También grabé un dúo con una gran figura universal de la canción… algo que podría sorprender. Y registramos canciones para una película. Me estaba escribiendo informalmente con un importante director de cine español y me pidió una canción para su próximo estreno. Grabamos dos opciones, salieron cosas muy interesantes. Estoy agradecido por la confianza y la oportunidad de navegar en la ola del cine, el séptimo arte. Me gustaría tener opciones en la música de cine propiamente dicha, más allá de las canciones.

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