El documental de Netflix devela la historia de Richard Ramírez, quien durante mediados de los 80 robó y asesinó a niños, mujeres y hombres. Cómo lo descubrieron, la historia familiar y el entramado social de la Los Ángeles del sueño americano roto.
La estética retro funciona como un componente determinante del relato. Desde el comienzo El acosador nocturno recrea a los años 80 para contar el raid delictivo de un psicópata aterrorizó a los residentes del área metropolitana de Los Ángeles y luego a los residentes del área de San Francisco. Richard Ramírez, quien fue bautizado en las páginas de Los Angeles Herald como The Night Stalker, ya que nadie sabía quién era, pero con sus sorpresivas irrupciones a las casas durante la noche, tenía la atención de toda la comunidad.
Eran tiempos en los que Los Ángeles vivía un particular esplendor: la ciudad había sido sede de los Juegos Olímpicos de 1984, lo que implicó visitas tan ilustres como la Reina de Inglaterra y el Papa Juan Pablo II, y las estadísticas de crimen bajaban. Pero las cosas cambiaron para mal rápidamente cuando la ciudad se vio acechada por un asesino en serie activo vinculado a docenas de muertes escalofriantes. El glamour no lo era todo, sino que bajo la superficie, había todo un caos reinante que mostraba carencias sociales dramáticas.
The Night Stalker era la expresión extrema de esa locura. Su ola de crímenes, desde junio de 1984 hasta agosto de 1985, obtuvo una gran cobertura mediática por lo inexplicable de su crueldad, sumado al gusto de la sociedad estadounidense por este tipo de casos, siendo un país prolífico para este tipo de personajes. El asesino era despiadado: usó una amplia variedad de armas, incluidas pistolas, cuchillos, un machete, un artefacto de hierro y un martillo para aterrorizar a sus víctimas y forzarlas a hacer todo lo que él quería con ellas. Sus ataques que incluían robos, violaciones, asesinatos y raptos de niños, demandaron 167 días de investigación tratar de atar cabos entre todos ellos.
Para llevar el ritmo de la trama sin poner al asesino en la primera línea desde el comienzo, los autores apostaron a un contrapeso dramático: los investigadores. En el relato son centrales dos miembros del Departamento de Homicidios, quienes siguieron el caso desde el principio: los detectives Gil Carrillo y Frank Salerno. Un novato y un experimentado, un par de detectives que aportan la tensión necesaria en la trama para atraer al espectador. Las idas y vueltas, las conclusiones apresuradas y la presión por encontrarlo al asesino múltiple son narradas por ellos mismos, lo que genera una gran identificación y funciona como un imán para los que buscan emociones fuertes.
Además se da una comparación que explica muy bien la complejidad social de una ciudad casi en ebullición como Los Ángeles: Gil Carrillo, hijo de inmigrantes mexicanos, tras una adolescencia algo desenfocada y su paso por el ejército, se incorporó a la policía de Los Ángeles para eventualmente dejar los patrullajes por las calles menos glamorosas de la ciudad para integrarse a Homicidios. Terminaría siendo el héroe, que atrapa al asesino que de alguna manera representa el otro aspecto de su comunidad: el atacante era un hispano, como él, joven y delgado, que no para de matar con la ferocidad inaudita de aquellos que nada le importa. Ese paralelismo sobre su dos historias, dejan marcada una inevitable reflexión sobre como las oportunidades y la contención social son tan importantes para evitar la criminalidad, más allá del uso de la posición reduccionista de la mano dura.
De manera inteligente se van presentando las evidencias que fueron apareciendo contra el sospechoso: el hombre usaba zapatillas y sus huellas se encontraron en varios lugares de los ataques. Una pista que luego se sumó al calibre de las armas que utilizó y la ayuda clave de Frank Falzon, inspector de la policía de San Francisco que logró obtener la identidad del asesino de manera casual.
El documental se adentra en los oscuros rincones de la personalidad de Richard Ramírez, el menor de cinco hermanos de un padre golpeador y cruel. Una mala influencia como también lo fue un primo de Richard, que cuando tenía 12 años le mostró fotos de mujeres vietnamitas a las que decía haber violado, torturado y matado durante la guerra. Cuando tenía 13 años, Ramírez presenció cómo este mismo primo disparaba a su esposa en la cara, matándola. Ya los 15 años aquel niño comenzó a robar en casas para poder pagarse su adicción a las drogas. Tenía 24 años en el momento de su primer asesinato conocido. Su carrera criminal incluyó trece asesinatos, cinco intentos de asesinato, once asaltos sexuales y catorce robos. Nunca expresó remordimiento por nada. Después de ser condenado a muerte, dijo a la prensa: «No pasa nada. La muerte siempre estaba presente. Nos vemos en Disneylandia».
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