Diego Peretti: «Un producto es bueno cuando combina lo artístico y lo popular»

Por: Eugenia Tavano

El reconocido actor protagoniza “Ecos de un crimen”, un thriller en el que se pone en la piel de un oscuro escritor. Con una continuidad laboral que no conoce baches, confía más en el rigor que en la suerte, descree de las propuestas elitistas y reivindica la experiencia inigualable de ir al cine.

Es parte de un grupo selecto de actores argentinos que se plantan en la arena del entretenimiento como portadores de una alquimia singular: la que combina el talento con la admiración y el cariño de la gente. Según las canas que se peinen, muchos podrán recordar el asombro de haber descubierto a Diego Peretti como “el Tarta” de Poliladron. Más de 25 años después, Peretti es uno de los actores más convocados y convocantes del cine, el teatro, la pantalla chica y el planeta streaming. Del drama a la comedia pasando por todos los estadíos intermedios, ningún género le es ajeno. “Supongo que me llaman porque hago bien las cosas, no tengo otra forma de pensar”, sintetiza con austeridad. Pero luego agrega: “Yo me siento cómodo cuando un guión es bueno, nada más. Después si es tragedia, parodia, o suspenso, mientras esté bien hecho y los que trabajan lo hagan con una concepción de equipo, yo ya estoy”.                 

Este jueves, el público podrá descubrir a Peretti en Ecos de un crimen, un thriller con dirección de Cristian Bernard que el actor protagoniza. Lo acompañan Julieta Cardinali, Carola Reyna, Carla Quevedo y Diego Cremonesi. Con la producción de Warner Bros y HBO Max, se trata de un film que al estilo del cine industrial estadounidense responde al género en todas sus aristas. El personaje central es un escritor de best sellers policiales llamado Julián Lemar (Peretti), quien creó una saga con un oscuro protagonista al que los lectores siguen con devoción. Urgido por producir una próxima entrega, Lemar se retira a una casa en el medio del campo en la que sucederán una serie de acontecimientos de diversa índole. “Julián es un personaje muy presionado por la necesidad de mantener un éxito literario, y tiene el antecedente de haber sufrido un colapso nervioso. Va a descansar a esa casa con su familia y creo que cuando llega, reiterando una situación que ya vivió, se da cuenta de que no puede salir de un círculo vicioso. Esa sería la esencia de la historia: el nacimiento de una mente dispuesta al mal”, adelanta el actor.

Ecos de un crimen tiene la particularidad de ceñirse con mucha fidelidad a los códigos del thriller. ¿Cómo te sentiste en ese marco?

–Se trata de un género que se hace poco en nuestro país, y que es difícil de escribir bien, más allá de que nunca es fácil escribir cine, teatro, etcétera. Pero en este caso, el guión estaba bien hecho. Cuando se logra eso también con el personaje y hay un director como Cristian Bernard, que sabe lo que quiere contar, y un buen elenco y una buena producción, sale una película como esta, de la que me siento orgulloso. Es un film que resultó tan entretenido como cuando lo leí. No sólo se pudo plasmar eso en la pantalla, sino incluso mejorarlo, así que estoy muy contento.

–El tema de cuáles son los límites entre la realidad y la alucinación es uno de los más recurrentes en la literatura y en el cine. ¿Cómo lo abordaste desde la actuación?

–En este caso puntual de la película, es como darse cuenta de la reiteración con la que uno machaca un pensamiento: darse cuenta de cuál es tu naturaleza psíquica y emocional, y de cómo eso te lleva por mal camino y sin embargo, no podés evitarlo. Eso debe ser muy angustiante: que tu naturaleza esté dada porque no podés evitar hacer algo. Y si además tenés cierta consciencia moral de ello, puede llegar a ser tremendo internamente.

–Uno de los recursos con los que juega la película es el de la confusión o la identificación entre el escritor y su personaje. ¿Alguna vez te pasó como actor?

–Cuando eso ocurre, se trata de estructuras psíquicas que no tienen que ver con la profesión artística. Puede ocurrir en medicina, en la docencia, es decir, que en tu profesión vuelques o se desarrolle el problema mental que tenés. En el caso de un escritor, que trabaja con la imaginación, seguramente se confunde ficción y realidad, pero puede ocurrir que un psiquiatra se confunda con un paciente dentro de su laberinto mental, o un docente con sus alumnos… Cuando tenés un problema psíquico la realidad interna y externa empiezan a confundirse y a no delimitarse bien los valores, la ética, la culpa. Tiene que ver con el escorpión, como el chiste ese de “qué querés que haga, si es mi naturaleza”. El darse cuenta de eso debe ser muy shockeante, llegar a captar las cosas que podés hacer cuando estás un poco demente.

Sin respiro

La pandemia golpeó fuertemente al mundo y rubros como el teatro, el cine, la televisión y el streaming se vieron particularmente castigados. Pero en 2021, a un año de la llegada del coronavirus, Diego Peretti logró desarrollar una agenda particularmente intensa. Estrenó producciones como El reino (Netflix) y La noche mágica, un film de Gastón portal junto a Natala Oreiro. Y también rodó Ecos de un crimen, La ira de Dios (de Sebastián Schindel) y Más respeto que soy tu madre (con dirección de Marcos Carnevale).

–Vos sos un actor muy prolífico. ¿Cómo te resultó trabajar en los tiempos del coronavirus?

–Todavía es prematuro hablar de algún cambio que se pueda distinguir o sobresalga de la normalidad. Sí es muy incómodo trabajar con protocolo, pero en los proyectos en los que estuve en pandemia, en lo que más focalicé es que esas incomodidades y desconcentraciones que impone el protocolo no deriven en un producto menor al que se hubiera logrado sin ellas. Y la verdad es que en todos los casos se hizo el producto que queríamos, y no el que podíamos. Es decir que no sufrí nada con respecto a la pandemia en sí, ni en el trabajo ni en la vida cotidiana. Pero creo que cuando se vaya el virus, tampoco habrá de cambiar nada en mi trabajo específicamente, salvo el hecho de que los cines tienen que volver a tener la convocatoria habitual, porque creo que en la pandemia se multiplicaron, por necesidad de la gente, las plataformas, y eso sustituyó un poco al cine. Y el cine es muy diferente al televisor.

–Pero desde el público se está tendiendo a homologar los dos espacios…

–Películas como esta o La noche mágica son para ver en cine. En el televisor captás un 60% de lo que es una película, de acuerdo al aparato y el sonido que tengas y la concentración que puedas lograr. No es igual a ver una película en una sala, donde estás focalizado nada más que en la pantalla, habiendo pagado una plata porque exigiste que la película sea buena. Lo mismo pasa en el teatro. Todo eso es inigualable. Yo también tengo un televisor grande, veo películas todas las noches, pero cuando voy al cine es otra cosa. La experiencia de un film en la televisión es menor a la que te ofrece en una sala. Hay que vencer el confort de no moverse. El teatro lo está logrando de a poco, pero el teatro es como un insecto: resistió todas las pestes. Existe una gran diferencia entre lo audiovisual hogareño y el cine. Hay que poner una línea divisoria entre esas dos formas. Quien lo distinga seguirá yendo a las salas. Yo, como espectador, si reestrenaran ahora Taxi Driver, Apocalipsis Now, Tiempo de revancha, La tregua o una cantidad de películas que tengo en mi memoria como referencia, las iría a ver.

–Fuiste parte de muchos éxitos comerciales, entre los más recientes, la película El robo del siglo. Pero uno de los más significativos fue Los simuladores. ¿Qué marca la diferencia en esos casos?

–Lo muy bueno en cine o en series es aquello que es popular e inteligente a la vez. Un producto es bueno cuando combina lo artístico y lo popular. ¡Los simuladores tiene éxito porque es muy bueno! Ahora, cómo se logra eso, no tengo la más mínima idea. A veces se consigue, a veces no. Pero Ecos de un crimen, El robo del siglo, El reino tienen ese espíritu, van por ahí. «

Ecos de un crimen

Dirección. Cristian Bernard. Guión: Gabriel Korenfeld. Con Diego Peretti, Julieta Cardinali, Carla Quevedo, Diego Cremonesi y Carola Reyna. Estreno: 27 de enero. En cines.


Entusiasmo y localidades agotadas

El 13 de enero Diego Peretti volvió al teatro con Inmaduros, la obra que protagoniza en El Nacional junto a Adrián Suar, compañero en innumerables proyectos de televisión y cine, muchos de ellos cruciales para su carrera. Con dirección de Mauricio Dayub, la comedia cuenta el encuentro de Fideo (Peretti), un cincuentón recién separado, con su amigo Alfi (Suar), quien tratará de sacarlo del pesar y el ensimismamiento presentándole mujeres. Después de ensayos virtuales y las idas y venidas propias de este tiempo, el debut fue todo un éxito. “El teatro, para mí, es espectacular”, cuenta el actor que también supo de éxitos en escena como Los vecinos de arriba, El placard o Un tranvía llamado deseo. “Hicimos una primera semana de localidades agotadas, algo genial. Estoy muy contento y además con Adrián me llevo bárbaro”. El miércoles pasado, a partir de un primer resultado positivo de Covid-19 del actor de El reino, se confirmó que Adrián Suar también se había contagiado, por lo cual Inmaduros suspendió las funciones y las retomará el martes 25.


Costumbres argentinas y disciplina ibérica

Peretti cree menos en la magia de las musas que en el trabajo a conciencia. Así, el actor comparte algunas impresiones sobre su experiencia trabajando en España.

“La última película que hice allá fue en 2016, La noche que mi madre mató a mi padre. La verdad es que no hay ninguna diferencia en cuanto a trabajar acá. Lo que sí ocurre allá es que hay mucha más disciplina con respecto a los textos. Acá se puede improvisar más, algo que a mí no me gusta, no me parece que esté bien. Una cosa es improvisar cuando conocés bien los textos, el guión o la obra, y advertís un punto donde te podés permitir sumar algo. Pero al set de filmación hay que ir con las cosas muy sabidas, muy discutidas y claras, porque hay mucha gente trabajando, hay inversión, y porque además el cine y el teatro son trabajos grupales en los que no da que vos llegues y no sepas el texto. Ojo, acá se trabaja bien, digo solamente que con el texto hay una escuela más de ‘me lo sé, pero veo qué me sale en el momento’. En España son más estrictos, ‘eh, ahí va una coma’, ‘eh, ahí va un punto’ (risas). No desarticulan tanto la letra”.    

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