El ex Illya Kuryaki and the Valderramas lanzó Mesa dulce, un álbum en el que apuesta al equilibrio exacto entre el funk, el rap, el neosoul y más. El dolor por la muerte de su madre y el compromiso de crear más allá de las modas.
En este lugar se siente en casa. En la foto de la sala hay un retrato en blanco y negro de su padre, Luis Alberto Spinetta. Al lado, está la cocina donde el Flaco agasajaba a sus amigos preparando comida japonesa. Detrás de la puerta está la nave central con la mesa de mezcla y la sala donde Dante hizo la sesión en vivo junto a los músicos. Es como un guardián de ese portal sagrado: «Ojo con las migas», le dice a un asistente que se lleva unos sanguches triples. El disco se cocinó en condiciones ideales: «En dos días grabamos todas las músicas con la banda». En cambio, el proceso del álbum fue más largo. El disco nació en el 2020, en plena pandemia. Después, la enfermedad terminal de su madre Patricia Salazar lo obligó a una pausa. El álbum está dedicado a ella. «Cuando uno pierde a alguien te das cuenta. De golpe estás teniendo las últimas charlas con las personas que amás y no estás hablando de la plata en el banco, ni de las cosas materiales, hablás de las sonrisas, la magia y el amor. Eso es lo que te llevás. Hay que invertir en eso, en el amor, en la familia en el sentido más real. No lo digo por una cuestión moral. La familia pueden ser tus amigos. Hay que invertir en esos vínculos y hay que confiar, aunque nos rompan», reflexiona Dante.
Debajo de la gorra asoma una mirada melancólica y el tono de su voz se vuelve más profundo como en las nuevas canciones «El lado oscuro del corazón», «Primer amor», «Cruzaremos», «Lo aparente». El disco, también, tiene esa energía vital de su sonrisa franca, ese groove de sus héroes musicales como Prince y George Clinton. «La verdad que todos los eventos de la vida, todos los momentos, están unidos, por el cordón umbilical del ritmo», asegura y se ríe.
Dante quedó como una referencia de su familia. Tiene dos hijos, Brando y Vida. Es el mayor de cuatro hermanos, Catarina, Valentino y Vera. Forma parte de un linaje musical que lleva con responsabilidad. Sabe que la mejor manera de continuar la saga Spinetta es hacer su propia jugada artística, sin importar las miradas del afuera.
–Es para mí un punto bisagra. Estoy sonando como quiero. Es muy loca esa sensación a nivel compositivo y como productor. Tenerlo tan incorporado y que ya no tenga dudas. Es la búsqueda de un sonido, en un mundo que también está yendo para el otro lado, más al fast food musical.
-Además, en todos estos años cambió mucho la industria musical.
-Cambió muchísimo. Imaginate que cuando sacamos Fabrico cuero, recién aparecía el formato CD, que ahora es algo obsoleto, y volvió el vinilo, que en aquel momento era lo obsoleto. Me gusta medir el tiempo por discos. Son mi guía. Por eso, me gusta el concepto back to the future. De ir y volver sónicamente.
–¿Qué hay de eso en este disco?
–Como productor busqué paletas de sonidos muy específicas de una época, por ejemplo, del 86 al 88 en varios temas. Es una época que me gusta mucho, donde está todo el sonido Prince y otras cosas que estaban empezando. Pero hecho con la mirada de un productor de post hip hop, como post rapero. En el «Lado oscuro del corazón», por ejemplo, el beat es neosoul con el bajo todo tirado para atrás. No es un disco que me puse a acomodar con el Pro Tools. Todas las tomas son reales. Obviamente pasé meses haciendo los beats, armando los temas y después escribiendo. Pasaron muchas cosas en el medio. Cuando empecé a hacer el disco en pandemia era un momento muy feliz y de agradecimiento. Estaba con mis hijos y en la tele estaba el conteo de los muertos por día y yo decía: «Agradezcamos a Dios que estamos bien, en casa, que tenemos un plato de comida». Nos la pasábamos escuchando música: Sly Stone, James Brown. D’ Angelo, Ohio Players, Stevie Wonder, Spinetta, Charly, Fito, y empecé a hacer canciones todos los días. Estaba todo el tiempo con la guitarra encima, en mi casa. De golpe armé un montón de temas y automáticamente me apareció la idea de Mesa dulce, que es como el mejor momento de toda fiesta. Y este también es el mejor momento de mi vida musical. Es como decir, estoy donde quiero estar musicalmente. Después hay cosas que quisiera que fueran diferentes, pero a nivel artístico te digo, estoy muy contento con esto. Es la aceptación del camino recorrido. No soy un artista que reniega del pasado. Todas las cosas que hice me trajeron hasta acá.
–¿Qué cosas pasaron en el proceso de grabación de Mesa dulce?
–Mi vieja se enferma terminalmente, salta que tenía un cáncer, y todo cambia. Ahí deje de componer, escribir, me enfoqué en acompañarla a ella hasta sus últimos días, fue un proceso largo y muy doloroso. Cuando falleció mi vieja recupere el mood de a poco y pude terminar el disco como quería, pero porque ya venía con una energía muy particular. Era como una fuerza vital. Miraba para el costado y veía al disco brillando, cuando lo retomé me volví a conectar con esa energía positiva. Lo hice en señal de agradecimiento por la mamá que tuve, el papá que tuve, por mis ángeles guardianes. Tenía que dar todo. Así que dije, voy a hacer mi mejor versión en esta era. Tengo cuarenta y pico, voy a jugar en mi mejor posición y siento que este disco tiene eso. Tiene lo que necesito del ritmo, tiene funk, puedo rapear, puedo cantar baladas, y eso me lo permite este sonido. Musicalmente es muy abierto y siento con humildad que nadie lo hace mejor que yo en Latinoamérica.
–Vos estuviste haciendo cosas con el rap, cuando no sonaba en las calles de la Argentina. Después de mucho tiempo, en el disco parece que se acomodaron todas las piezas.
–Totalmente, bro. Siento que es así. Con IKV estábamos adelantados en el tiempo, con mi disco Pyramide también me decían que me adelanté al cantar con el autotune cuando nadie lo hacía. Pero siento que en este momento estoy un poco más alineado y me pone feliz, porque a veces eso de estar adelantado es una especie de maldición. En el momento no te entiende nadie. ¿De qué me sirve 20 años después que entiendan lo que hacíamos en IKV si ya estoy en otra? El último show que hicimos en la primera etapa de Kuryaki fue en La Trastienda, en el 2000, y nos costó llenar una función. Veníamos de ser una banda que habíamos vendido medio millón de discos. Cuando volvimos nos vieron unas 20 mil personas sin haber hecho nada en el camino, más que nuestras carreras solistas. Kuryaki creció bien porque fue hecho con amor, alma y una apuesta de ideas. A veces hay gente a la que le cuesta cuando aparece un animal nuevo en la selva y, por las dudas, le dispara. Me acuerdo cuando el rap era mala palabra. Si decías que hacías rap te insultaban en la calle, tuve que correr un par de veces, cuando me pegaron por ser rapero. Hoy en día la calle es rap. Yo sabía que iba a pasar, era obvio. En el 96, estábamos en Nueva York, no sé en qué calle ni barrio, y pasa un auto con dos portorriqueños o dominicanos en un auto y estaba sonando «Abarajame». En ese momento pensamos: «estamos sonando en la cuna del rap». Me pone orgulloso ser parte de esa genética en la música de Latinoamérica. Eso me lo constató después Bootsy Collins (Parliament), cuando escuchó el material y grabó en nuestro disco, o haber tocado con Stevie Wonder, o Earth, Wind & Fire. Ser el ala latina del funk junto con otra gente y ser parte del rap es re groso. Fue una apuesta grande. Nos costó piedras arriba del escenario. No ser entendido fue doloroso, pero también sabíamos cómo era la historia. Teníamos confianza en el camino. «
Mesa dulce
Los que ponen corazón y los que ponen billetera
En Mesa dulce, el ritmo bombea el motor del disco. El funk es la lengua madre de canciones mestizadas con otros condimentos. Los arreglos de vientos estuvieron a cargo de Michael B. Nelson, el mismo que trabajó muchos años con Prince. La vieja escuela se encuentra con la nueva escuela de Trueno en el tema «Sudaka». En «Gambito», con Ca7riel, experimenta otras alucinaciones musicales, un sendero en la evolución del post hip hop. «Esto aquí es lo que va a pasar/ cae el viejo mundo tiempo de activar/porque todo suena tan igual/ llegué para funkear tu live», dice Dante, sobre la línea melódica de un bajo devastador.
Sin duda, es un disco que ofrece un camino de evolución dentro de su discografía. Las diez canciones del álbum se grabaron bajo la tutela de Oscar «Saga» Herrera y Mariano López, ingeniero de mezcla y legendario técnico de discos históricos de Luis Alberto Spinetta. Mesa dulce es una ofrenda artística que, también, funciona como respuesta a los tiempos de consumo rápido en la música. «Algunos pibes que están arrancando me preguntan, ‘¿qué tengo que hacer para estar pegado?’ Y yo les digo: ‘vos tenés que ser vos, ¿o querés fama nada más?’ Ahí no te puedo ayudar. No es mi motivo para hacer música. Hoy en día podría sacar el disco ‘Dante, el padrino del rap de Argentina con todos’, o hacer un disco de reggaetón, que me va a traer mucho laburo, pero ¿es lo que quiero hacer?. Artísticamente no. Grabo con quien quiero. Hago lo que quiero y tengo esa libertad de la industria. Todas las colaboraciones que hago con Trueno y Ca7triel, o las que hice antes con Duko, Neo, Malafama, Damas Gratis, Residente, Dárgelos, Julieta Venegas, son colaboraciones que amo hacer y son artistas que admiro por cosas diferentes. Son artistas que ponen corazón en lo que hacen. Con esos artistas puedo colaborar, con los que ponen la billetera no. Ese no es mi tesoro. El arte es otra cosa. Yo sigo ese fuego, sigo el amor. Por eso hice un disco como el que hice que está libre de tendencias. Hay cosas nuevas que me encantan y pibes nuevos que la rompen, pero yo sigo lo que a mí me gusta hacer, ese es mi aporte».
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