Aunque usted no lo crea, “cuello blanco” es una categoría de delito de tipo sociológico pero no jurídico. Entre otras tantas revelaciones y verdades olvidadas, Cuellos blancos: el caso Vicentin, gran documental de Andrés Cedrón, ofrece una explicación y un entendimiento novedoso de la crisis argentina aunque se ocupe solo de la cerealera.

Llega en un momento en el que a fuerza de pauperización, violencia simbólica y real y pérdida de derechos, el humor social empieza a corroborar que las viejas respuestas a los agresores de siempre no pueden ser las mismas porque las formas de agresión -no sus intenciones- son novedosas. En ese sentido, ir a ver al cine esta película es acaso una de las mejores maneras de luchar en este momento, en el que se busca limitar al INCAA y se ataca a la cultura argentina en general.

“La audiencia pública en la Legislatura de Santa Fe fue muy importante: porque ahí estuvieron presentes no sólo los acreedores granarios”, indica Cedrón a modo de hipótesis sobre el momento en el que vislumbró que en el entramado de delitos financieros que llevaron a la quiebra de la cerealera Vicentin había una historia a contar y que podía decir algo nuevo sobre la historia argentina. Y eso que no tuvo mucha suerte con los desfalcados: “En su mayoría no me quisieron dar entrevistas por miedo a que les provoque algún tipo de problema en la negociación sobre el concurso de acreedores”.

Sin embargo, la complejidad del caso que se quería narrar podía llevar a renunciar al intento. Pero logró salir adelante: “Fue la pasión”, sintetiza sin dudas, y lejos del lugar común: “Y la urgencia que uno entiende tienen estos temas. Sabíamos que era un tema muy complejo y por eso no solo salimos a buscar el testimonio de los protagonistas, que eran los trabajadores, algunos funcionarios y los acreedores, sino también a buscar testimonios y datos en las universidades. Y eso la gente lo agradece”.

Los académicos que dan testimonio ante la cámara de Cedrón llevan la explicación, y con ella el entendimiento, a otro nivel: no se trata de que en la Argentina seamos especialmente idiotas o que tengamos una clase dirigente particularmente ignorante. “Allí hay una producción de contenido y de análisis que muchas veces no están trasladados a la opinión pública ni a la clase dirigente. Fue esa fe y esa pasión las que nos llevaron a caminos alternativos de producción de análisis y conocimiento, que me parece que finalmente hacen que, durante 100 minutos, el espectador pueda hacer el camino de ir aprendiendo los distintos matices (económicos, sociológicos, históricos) para no quedar a mitad de camino y frustrado”.

El cineasta Andréas Cedrón.

Y ahí se encuentra otro de los grandes logros del documental: conseguir el entendimiento para evitar la frustración. “Como decía Jauretche: no somos zonzos, nos hacen zonzos. Al entender, es más posible interactuar con cierta parte de la población que, sin la información, adopta la posición política de los manifestantes del 20 de junio del 2020” (que salieron a apoyar a Vicentin en plena pandemia y cuarentena). Para combatir esas zonceras criollas, el documental hace un breve recorrido por la historia de Vicentin, en el que se descubre entre otras cosas la desaparición de 22 delegados.

“Personalmente traigo el bagaje de haber rodado con Coco Blaustein Se va a acabar, que la estrenamos en 2021. Ahí poníamos en relieve que más del 70 por ciento de los trabajadores desaparecidos eran delegados o activistas sindicales. Ahí está el por qué: tiene que ver con desarmar el sistema productivo industrial y la fuerte organización de las y los trabajadores. Y teníamos la hipótesis de que Vicentin se había transformado de una empresa más volcada al sector productivo a una más del sector financiero. Y nos encontramos con su relación con el estado nacional y provincial y su relación con las dictaduras”, señala.

Dos de esos detenidos desaparecidos de Vicentin -que recuperaron su libertad- son protagonistas de la película. “Hicimos una proyección especial en Reconquista y fue muy emocionante. A sala llena, con 350 espectadores, y al final ellos pasaron al frente y pudieron confrontar a parte de ese pueblo que los señaló como terroristas y no como trabajadores que fueron presos políticos por mejores salarios y condiciones laborales”.

Y como no hay pecador sin quien pague por pecar, el film lleva el entramado del desfalco y la enajenación de la riqueza nacional hacia sus vínculos internacionales encabezados por Glencore, pero vinculados también con otros monstruos, como el distrito sur de Nueva York, donde como si se tratara de Comodoro Py, caen todas las demandas contra Argentina. “La película es un poco antisistema: no nos quedarnos en las pequeñas internas o las políticas de Alberto Fernández, sino que preguntamos qué lugar ocupamos en el mundo, qué está pasando por el río Paraná, qué intereses hay a nivel mundial para pensar el pasado. Y así pensar qué tiene que ver con este presente y poder plantearnos un futuro distinto también”.

La película concreta así los deseos iniciales de trascender el testimonio y puede accionar sobre la realidad: es una brisa poderosa que despabila, refresca y anima. “Todo este tiempo que estuve haciendo proyecciones especiales en Reconquista, Rosario, Santa Fe me he encontrado con movimientos a favor de la soberanía, generación de pensamiento para plantear nuevas leyes, nuevas formas institucionales que permitan modificar cuestiones profundas y no cuestiones que se puedan desarmar cada cuatro años”. 

“Cuellos blancos: el caso Vicentin”

Documental de Andrés Cedrón. Miércoles 13, 20 y 27 de Noviembre a las 19, en el Centro Cultural de la Cooperación, Corrientes 1543, CABA