La flamante película de Demián Rugna, Cuando acecha la maldad, renueva su fervor por el terror. Esta vez dos hermanos deberán enfrentar una presencia maligna en un pueblo perdido.
La película nació de una escena que el creador imaginó hace muchos años (una de las más fuertes de la película) y a partir de ahí creó un recorrido que la potencia. Es la historia de dos hermanos que intentan salvar a un pueblo que está condenado: «Me interesaba mostrar la ruralidad de un pueblo perdido y las leyendas que pueden surgir en ese ambiente, toda una construcción de formas, de creencias, que en este caso se hacen realidad. La potencia de esa inmensidad natural, con lo terrible de lo humano y lo que va más allá de la comprensión. También un poco como metáfora de la contaminación que existe con los agrotóxicos y pesticidas que inundan esa naturaleza, y con el horror que eso trae a mucha gente pobre que vive lejos de las grandes ciudades y en esas condiciones desamparadas. De eso muchas cosas no nos enteramos, entonces fue un disparador para armar una historia», comenta el cineasta, que incorporó a la figura de un demonio para permitirse ese vuelo creativo que terminó de moldear una narración fuerte e impactante.
Más allá de lo fantástico, la película retrata las interacciones y las diferencias sociales de una comunidad, mostrando cómo el desinterés por los otros y el individualismo pueden hacer que el problema de unos afecte a todos. «Ahí empezó a aparecer la historia, cuando alguien se ocupa. Además, yo salía mucho a filmar en campos para algunos trabajos que tuve en su momento para televisión. Me mudé para el lado de Brandsen, entonces eso influenció un poco ese imaginario que terminó en este guión».
El film se grabó en 40 días de rodaje, entre San Andrés de Giles, Escobar, Pilar y Ciudad Evita. «La logística no nos permitió ir muy al interior, como era la idea, pero pudimos construir ese universo perdido. Porque esa idea de que estaban aislados era una clave», cuenta el director.
Su primer acercamiento con contar historias de este tipo fue siendo un niño: jugaba con sus muñecos favoritos, los recordados G.I. Joe y unos soldaditos de plástico, y armaba matanzas tremendas. Y para ser realista creaba su propia sangre. «Eso me llevó, a los ocho años, a ver mis primeras películas del género. Era ir todos los días al videoclub y verme todo el estante de las pelis de terror y hacerme fanático. Toda una época hermosa, de mucha magia. Eso influyó en mi manera de hacer cine», recuerda.
Rugna destaca que hay un nuevo estilo argentino para contar historias de este tipo: «Costó mucho armarlo. Después de Narciso Ibáñez Menta no hubo nadie que se consolidara para este tipo de narraciones. Hubo varias décadas sin estrenar películas de terror hechas acá. Pero hace algunos años el instituto de Cine empezó a aceptar este tipo de films, a fomentarlo, y los productores también se dieron cuenta de la salida comercial que tienen, ya que es un nicho amplio. Y eso empezó a mover el asunto. Por suerte, así la creatividad se ganó su terreno y se pudo explorar más el lenguaje de este tipo de fantasías».
El cineasta sabe que el terror es un género que está relacionado con el entretenimiento, pero que encierra múltiples detalles. «Son películas que tienen una parte técnica muy importante. Se necesita más presupuesto que cualquier otro tipo de historia. Exige tiempo y gente especializada. A veces le dedicas más horas a un efecto que a una actuación. En una película de terror no te puede quedar mal un efecto porque perdés la credibilidad de los que están mirando y eso no puede pasar», puntualiza.
Rugna celebra la alta calidad de postproducción que tiene nuestro país y el buen uso que tiene las tecnologías que solucionan problemas. «Todo eso armó un caldo de cultivo para que la propia audiencia local empiece a confiar en nosotros, en lo que podíamos hacer. Nos faltaba que el público acá crea que una película argentina puede ser buena, siendo de terror. Frente a los tanques de Hollywood, pudimos ir demostrando, con varias películas, que podemos hacer cosas de nivel», señala.
El director le pone amor y ganas, algo necesario para hacer cine: «Siempre me gusta hacer películas directas, sinceras y entendibles. Una narración que atrapa te abre puertas para mostrar lo que hacemos al mundo. Esto es arte, pero también industria. Por eso creo que hoy más que nunca hay que decirlo: es muy difícil hacer buen cine sin dinero ni apoyo del Estado. Es un balance entre lo creativo y esa rueda que tiene que seguir girando para que funcione». «
Dirección y guion: Demián Rugna. Con Ezequiel Rodríguez, Demián Salomón, Silvina Sabater, Virginia Garófalo, Luis Ziembrowski, Emilio Vodanovich, Marcelo Michinaux, Paula Rubinsztein y Desiré Salgueiro. Estreno 9 de noviembre. En cines.
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