Corderos en la noche, álbum debut de Las Pelotas, cumple 30 años. Comenzó a distribuirse en casete el 1 de julio de 1991 y recién al año siguiente en formato CD, contribuyendo a inaugurar la década del ’90 de la música popular argentina. Se trata de uno de los puntos más altos de la carrera de la banda comandada por Germán Daffunchio, creado y lanzado todavía con el impacto emocional producido por la muerte de Luca Prodan y la ineludible separación de Sumo.
Se trata de un disco de diez canciones (cinco en cada lado en su formato original) que en poco más de 37 minutos condensan el pasado que no claudicaba y el futuro que no se deseaba, una suerte de situación paradojal de los sobrevivientes cantada, justamente, por Alejandro Sokol: primer bajista de Sumo que posteriormente tomó los palillos huérfanos de Stephanie Nuttall (la baterista inglesa de Sumo que decidió volver a su país por la guerra de Malvinas). En aquella formación iniciática, por supuesto estaba Germán Daffunchio (el líder histórico de la banda) y Alberto “Superman” Troglio. Los tres ex Sumo asumieron los puestos de cantante, guitarrista y baterista respectivamente, y grabaron junto a Tomás Sussmann en guitarra y Marcelo Fink en bajo Corderos en la Noche.
La placa abre con el tema homónimo a su título, uno de los clásicos inoxidables de Las Pelotas: se trata de una constante a lo largo de toda la obra, plagada de hits. Hoy, escuchar “llévame a la mejor estación” sabiendo que el corazón de Alejandro se detuvo en una terminal de ómnibus, genera una rabiosa impotencia que se mezcla con los balidos de oveja que engalanan el track. La segunda canción es “La Vaca y el bife”, una narración sobre un caso de abigeato con implicancias reveladoras.
El larga duración sigue con una voz y una instrumentación en estado de gracia: “Movete” suena, probablemente, a unos The Police nacidos y criados en Hurlingham. El cuarto tema es “Bombachitas rosas”, otro clásico imperdible, el tercer tema del disco con Diego Arnedo como invitado. A ese título tan sugestivo lo sucede uno que no se queda atrás: “Levanta polleras”, un rock potente y espeso en el que el bajo marca el paso. El sexto tema viene a colaborar con la noción aristotélica de la vida contemplativa: “Brilla (Shine)” es un himno celebratorio de todo aquello por lo que vale la pena seguir viviendo, y funciona como el clásico más clásico del álbum.
Las canciones siete y ocho, respectivamente, son las representantes del rock más clásico del álbum: “Sin hilo” y “Veinte minutos” cuentan con guitarras distorsionadas, bajos y baterías en altos niveles y vocalizaciones protagonistas. El anteúltimo track de la placa es la terrorífica “Muchos mitos”, una seductora invitación al trance bailable que revisita a Blue Öyster Cult, Bauhaus y Joy Division, sólo por nombrar algunas referencias ineludibles. El disco cierra con “Nunca me des la espalda”, un ruego frenético en clave ska-punk en la que el pogo representa el rito exorcista de la desesperación.
Corderos en la noche es, a fin de cuentas, un testimonio de una época que nos invita a reflexionar acerca del futuro que ya pasó. No queda más que recordarlo y, por qué no, disfrutarlo sabiendo que el lobo está ahí afuera, pero todavía no logra encontrarnos. La noche, paradójicamente, parece proteger a los corderos.