Inspirado en Nikola Tesla, el héroe del rock local hizo vibrar a miles de fans con clásicos invencibles, temas de "Rándom" y algunas sorpresas.
Minutos antes del show, en los parlantes del Palacio de los Deportes comenzó a sonar a modo de prueba “No llores por mí Argentina” e inmediatamente tuvo lugar una dinámica que se repetiría a lo largo de toda la velada, especialmente durante el larguísimo intervalo: un público entusiasta que coreó con alma y vida el tema y, acto seguido, entonaba canciones que parecían una continuación de los ritmos que habían sonado en Plaza de Mayo durante la jornada anterior, desde “¡Presideeeeente… Alberto presideeeeente!” hasta “Che gorila che gorila, no te lo decimos más, si la tocan a Cristina, que quilombo se va armar”, pasando por la Marcha Peronista, el hit MMLPQTP y “Borom bom bom, borom bom bom… esta es la banda, de Say No More”. La alegría popular desbordaba, y sonaba bien: su maestro de ceremonias predilecto estaba a punto de dirigirla.
El recital comenzó a las 20:50, cuando Carlos Alberto García Moreno, a sus 68 años, volvió a pisar un escenario mítico como su carrera y el público -compuesto por fanáticos de edades tan variadas como se pueda imaginar- estalló en aplausos y ovaciones rindiendo pleitesía a su ídolo, quien estaba vestido con un impecable saco negro con pañuelo blanco, remera también negra –como algunas de sus uñas pintadas-, pantalón bordó y anteojos rojos. Sentado tras sus teclados, con una guitarra colgada o caminando arengando a la audiencia, Charly mostró durante una hora ininterrumpida un muy buen estado y una vigencia que no deja de sorprender, incluso a sus seguidores más fieles que con brazaletes, remeras, tatuajes e incluso imitaciones de pies a cabeza, continúan dándole vida al fenómeno transmedia en el que su héroe se ha multiplicado –e inmortalizado, tal como lo presagió el bueno de Marilyn-.
La primera canción fue, como lo adelantó la prueba de sonido, “No llores por mí Argentina”, que sonó mientras se comenzaba a apreciar la puesta en escena del concierto: pantallas gigantes acompañadas por una verdadera torre que ascendía hasta el techo del estadio, celebrando a Nikola Tesla, el célebre inventor nacido en el Imperio Austrohúngaro que fue fundamental en el desarrollo del campo del electromagnetismo. Parece increíble pero, además de inspirar a las bases del uso moderno de la energía eléctrica, hizo lo mismo con esta propuesta estética comandada por Charly García. Dos genios dialogando. El segundo tema representó una continuidad en dos sentidos: en términos musicales, fue otro clásico -“Yendo de la cama al living”- y, también, en lo que respecta al reconocimiento por parte de García ante otra figura fundamental de la historia universal: en las pantallas se reiteraba el Gol del Siglo, aquel inolvidable que anotó Diego Armando Maradona contra la Selección de Inglaterra en el Mundial de México 86. Nuevamente, ovación popular, como no podía ser de otra manera.
A partir de ese momento, el artista hilvanó temas de sus álbumes más recientes con esos que musicalizaron la Historia de nuestro país desde hace tantas décadas: así, se sucedieron “In the city that never sleeps” (mientras se proyectaban imágenes de personas que efectivamente dormían, pero en la calle), “Cerca de la revolución” (con Charly esbozando el inicio de “Revolution”, de The Beatles) y “King Kong” (en las pantallas, escenas de la película homónima de 1933; en el escenario, Charly tocando la guitarra con un encendedor a modo de slide “como el amigo Keith Richards”). Aquí, Charly aclaró que dicha canción trata sobre la utopía y agregó que se trata de “una cosa imposible, pero algunos pueden lograrla”. Como él, que encabezó un concierto cuyo slogan, tal como rezaban los programas repartidos durante la función, consideraba a “Tesla como una analogía de utopía”.
Luego de bromear con que “Todos somos iguales ante la ley… ante la ley de la gravedad, boludos”, Charly y su banda ejecutaron “Lluvia” mientras se proyectaba el videoclip y, puertas afuera del Luna Park, el agua caía torrencialmente, casi tanto como el excelente sonido que empapaba de música a los fans que no dejaron butaca sin ocupar. Después, para delirio de los asistentes, fue el turno de “Asesíname” y un pedido de cariño a gritos, en forma de un meloso “Todos me aman… bah, a algunos no les creo”. Emoción y sonrisas, en iguales proporciones. Más tarde sonaron “Rivalidad” con imágenes de su delirante, peligroso e histórico salto desde un noveno piso a la pileta del hotel en el que se hospedaba y “Parte de la religión”, que bien podría haber sido dedicado a su amigo Manson.
El fin del show comenzaba a vislumbrarse cuando la frase “Muchas gracias, la pasamos muy bien” antecedió a “Canción de 2×3” y, luego, sonó la furiosa “El aguante”, mientras Rosario Ortega levantaba el micrófono que ¿se cayó? ¿Charly revoleó? y lo compartía para que canten ambos: ella es, desde hace muchos años, su propio aguante. Mientras tanto, en las pantallas se sucedían imágenes de rayos que, detrás de la torre de Tesla, generaban un efecto visual maravilloso que hacía recordar al arte de tapa de Ride the Lightning, disco fundamental de Metallica. Muy parecido, pero en versión gigantesca.
“Rezo por vos” y “Demoliendo hoteles” cerraron temporalmente la lista, y parecían el broche de oro para una hora de exquisitez musical y un concierto memorable. Pero si hay que reconocerle algo a Charly García, además de su vuelo artístico inalcanzable, es que fue, es y será fiel a sí mismo, con todo lo que eso implica: esto quedó evidenciado una vez más cuando abandonó el escenario y regresó… 45 minutos después. En todo ese tiempo, como comentábamos más arriba, el ritmo lo puso el público celebrando al nuevo presidente de la Nación en particular y al peronismo en general. Una vez de nuevo sobre las tablas, Charly interpretó en soledad “Desarma y sangra” y, mientras el resto de los músicos volvían a escena, se ubicaban en sus lugares y acomodaban los instrumentos, todo esto detrás de un piano de cola que jamás fue ejecutado, Charly abandonó intempestivamente el escenario. Dubitativos, los músicos lo siguieron e, instantáneamente, las luces se encendieron y dieron por finalizada una nueva celebración de este mesías eternamente rebelde, que volvió a regalar una actuación que demuestra que las utopías se pueden convertir en realidades que valen la pena ser vividas.
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