El gran acordeonista y compositor lanzó "Eiké!-Entrar en el alma", un álbum nacido a partir de las restricciones de la pandemia que terminó favoreciendo múltiples búsquedas y hallazgos.
«Es re loco que todo haya empezado acá con este chamamé, con este instrumento. Arrancó todo ahí con ‘Siete higueras’ y quería grabarlo en este disco. Ya está. Ahora hay que dejarlo ir», dice el Chango Spasiuk (54 años), nacido en Apóstoles, una zona de yerbatales, donde en 1887 llegaron seis familias ucranianas y seis familias polacas en barcos a vapor hasta Posadas, y de allí en carretas hasta Apóstoles. Entre los ucranianos estaban sus abuelos, que se pusieron a trabajar en las chacras. Allí se mezclaron con criollos, paraguayos y descendientes de otros países europeos. Su padre Lucas, carpintero, tocaba el violín. Su tío Marcos tocaba la guitarra. A los 13 ya tocaba en un trío con ellos para las kermeses del pueblo, los casamientos y fiestas que duraban toda la noche. Esa fue su escuela. Esa es su historia.
El perfume del chamamé queda sobrevolando en esta habitación amplia y cuadrada donde el músico tiene sus instrumentos –un piano de cola que atraviesa la mitad de la habitación y varios acordeones–, el refugio que divide perfectamente su vida musical de su vida personal y que aparece en la tapa de su álbum, fundido con el paisaje de la selva misionera. En este lugar el Chango le dio forma a su nuevo trabajo. Un álbum con 12 canciones que condensa sus distintos intereses musicales y refleja un arco que va de clásicos como «Puerto tirol» hasta una nueva versión de «Tristeza» grabada con laúd, a la sonoridad expandida del cool jazz en «Gratitud». Todo empezó con una improvisación al piano dedicada a Juana, la menor de sus tres hijas.
«Acá estamos. Este es el living donde grabé todo el disco. Acá hay una pared, pero a partir de Eiké! se puede ver otra cosa más. Me gusta ese juego que aparece en el arte de tapa. Esa imagen surrealista de abrir la puerta de esta habitación y que esté la selva misionera pero estando en el living de mi casa«, dice el músico, que es discípulo de la antigua escuela del conocimiento sufí, una rama espiritual dentro del Islam.
–¿Si abro la puerta que voy a ver?
–(El Chango se queda en silencio, como meditando, varios segundos). Si abro esa puerta, ¿todo el mundo va a ver exactamente lo mismo o es uno que crea la realidad? Es un juego, porque la realidad es solamente lo que vemos en función de lo que interpretamos, desde una educación, una creencia, entonces todo el mundo no va a ver lo mismo que yo. Se trata de ampliar el concepto de realidad.
Lo que se ve, entonces, podría ser una puerta común de un PH antiguo, con sus vetas en una madera noble, un picaporte antiguo. O, también, un portal simbólico, que invita a trasponer la realidad con música. Lo que dice el diccionario sobre una puerta es: «abertura que permite acceder al interior de un lugar». Eiké, también, quiere decir entrar, en guaraní. «La palabra Eiké simboliza todo lo que quiero contar. Con este disco estoy invitando a entrar a mi casa, a mi propio corazón, al mejor lugar mío. Es una palabra bella y llena de significados que me dio la intelectual paraguaya Alejandra Peña Gil, la misma que había intervenido y le dio nombre al disco Pynandí. Ella me ayudó con la palabra que resume el concepto del disco y que viene de la cultura guaraní, de donde viene toda esta música», dice el Chango.
Todo empezó en mayo de 2020 en plena pandemia. La idea era hacer mejores transmisiones por internet, en época de aislamiento. Cuando juntó todo el equipamiento se dio cuenta que eso le servía para grabar. «No vengo de la tradición de hacer discos en mi casa. Soy de ir a los estudios Ion con el Portugués Da Silva y grabar con todo el grupo. De golpe, me encontré aprendiendo software. En un principio iba a ser un disco en solitario, leyendo poesías, y grabando cosas sólo en mi casa. Lo único que quedó de ese inicio fue la improvisación en piano del tema de Juana», dice el Chango, que compone sus temas en el piano, y los interpreta en el acordeón.
El disco fue encontrando su propio cauce en el encuentro a distancia con otros músicos: Gustavo Santaolalla en ronroco, el gallego Carlos Nuñez en flauta, el arpista paraguayo Sixto Corbalán, el trompetista francés Erik Truffaz, la dupla noruega de Per Einar Watle en guitarra y Steinar Raknes en contrabajo, el senegalés Boubacar Cissoko en korá, el brasileño Jaques Morelenbaun en violoncelo, y el marroquí Majid Bekkas en laúd. «Empecé a cohesionar un montón de ideas sueltas que tenía desde hace tiempo de querer hacer cosas con otros músicos. Les escribí a todos y todos contestaron. Se dio como una sincronicidad perfecta porque todas estas personas disponían de más tiempo. Eso permitió que todo este grupo humano coincida en este proyecto. En ese sentido el disco adquirió una dimensión inesperada», dice el Chango.
–¿Este es un sonido que seguirás explorando o se trata sólo de un disco con estas características?
–Creo que es un disco, es un momento, es también un aspecto mío que vale la pena contarlo al mundo como cuando saqué el disco Otras músicas. Me gusta decir que soy músico de chamamé y que puedo tocarlo de una manera tradicional, pero también desde todas estas perspectivas estéticas.
–Hay un arco grande estético y musical, desde chamamés clásicos hasta temas llevados al terreno del jazz, o con el sonido del desierto marroquí.
–Es una manera de mostrar de lo que estoy hecho. Soy todo esto y no tengo ningún conflicto. Hace mucho hago ese ejercicio de hasta donde se puede estirar estéticamente una canción. No quiere decir que no estoy feliz con lo que toco y los ensambles que armo. Es plantearse un desafío. No me quiero quedar con la idea en mi cabeza, sino experimentarla.
–¿No es un disco de transición hacia otra búsqueda del chamamé?
–No, el centro de gravedad de mi música sigue siendo el ensamble con el que toco en vivo. Esa sonoridad de violín, chelo, percusión y guitarras. Para mí es como cuando escuchás la música de Ástor (Piazzolla) y decís, el quinteto. Bueno mi quinteto es este sonido. Y es con el cual me gusta tocar y donde mi música se expresa en toda su dimensión ahora. Este proyecto lo que me deja es que voy a seguir conectando mundos que pareciera que no tienen conexión. Es un ejercicio que te abre muchas puertas, aunque lo que más me motiva es la búsqueda de la belleza. Al fin y al cabo, todo se resume a que eso sea bello, y que esa belleza te haga sentir feliz y te den ganas de tocar eso. De volver a encontrarte con esa persona para tocar esta música porque ahí, algo sucede, y es maravilloso. Es lo que me sostiene en el camino.
–Así como hay belleza está la contraparte. ¿Existe esa cosa de exorcizar la parte oscura de la realidad a través de la música?
–Vivimos en un tiempo donde tenemos una realidad compleja, violenta, tóxica, ruidosa, contaminada, agresiva y yo formo parte de todo eso. Es un gran esfuerzo desde ese lugar ir en busca de lo otro, de la belleza. Me propongo encontrar belleza en la música, el arte y las personas. Tengo el optimismo para lograrlo. No necesito buscar la contraparte de eso porque parto desde un contexto de la realidad. Mi gran esfuerzo es hacer lo que hace El Principito, que se levanta todos los días para limpiar los volcanes y cortar los brotes malos y cuidar su flor. Mi pequeño aporte es ese. Podría estar quejándome, subrayar lo que todos vemos, pero quiero detenerme en otros detalles más esperanzadores. Un alimento sutil, necesario en este momento del mundo. ¿Pareciera que es una tontería? ¿Suena muy bello, pero la realidad es dura y necesita de otras cosas? ¿Qué pasa si es un momento para pensar que lo importante es otra cosa? Lo importante es el manejo del territorio, lo importante es la sombra del árbol, lo importante es tener agua limpia, lo importante es tratarnos con respeto, lo importante es la cultura y la educación. Tal vez, en ese contexto, pueda surgir una nueva generación que cambie y modifique la realidad, porque nosotros queremos modificar la realidad sin modificarnos nosotros, pero los sabios dicen: «¿Usted quiere que cambie el mundo? Cambie usted». «
Las 12 obras que integran el nuevo disco solista del Chango Spasiuk lo definen como músico y artista, una búsqueda que parte desde la raíz de un género y tensa su arco hasta límites insospechados con naturalidad. ¿Cómo puede entenderse sino la fluidez musical con la que conviven el acordeón del Chango Spasiuk, el ronroco andino que interpreta Gustavo Santaolalla y la flauta con toques celtas del músico gallego Carlos Núñez en el tema “Pynandí”? Esa visión universal del chamamé es un rasgo que encuadra el sonido general de Eiké!. Entrar en el alma. El proceso de grabación en solitario, al que después el Chango le sumó un trabajo de post producción, con todas las partes que le mandaron los invitados, fue el de un pintor. Trabajó texturas con los acordeones, las cuerdas, la percusión, y un sonido acústico que le dio ese carácter sosegado al disco. Sobre ese lienzo musical el Chango despliega los colores y las tonalidades de cada invitado. “Tristeza” es un ejemplo de ese oasis sonoro, que permitió el encuentro entre el laudista marroquí y la melancolía litoraleña del acordeón. Lo mismo pasa en “Gratitud”, donde la trompeta lleva el chamamé al climax de un cool jazz. En “Mejillas coloradas”, la polca se embebe de la dulzura cristalina de ese toque arpegiado y senegalés de la kora. La “Improvisación para Juana” es un hallazgo, una de las piezas más bellas del álbum por su austeridad interpretativa en el piano. Mientras que la nueva versión de “Mi pueblo, mi casa, mi soledad”, con Jaques Morelembaum en chelo, la convierte en un nuevo clásico del género. Spasiuk, también, se abraza a clásicos como “Siete higueras” de Abitbol, con un guiño sentimental a la infancia.
En Eiké!, el chamamé puede ir de un puerto a otro como una barca que navega libre, y al final del día regresar a su propia casa.
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